lunes, 12 de diciembre de 2011

El camino.

Iba conduciendo y pensando en que últimamente parecía que solo hacía eso. Iba de la casa al garaje, luego al coche, llegaba al trabajo, de nuevo al coche, al garaje y a la casa. Últimamente ya solo se desplazaba en coche. Antes, cuando era más joven, andaba o iba en bicicleta. Ahora ya ni eso, ahora ya solo iba en coche. La monotonía se había apoderado de su rancia vida. Vivía en un mundo en lo todo estaba (aparentemente) en continuo movimiento, excepto su vida claro. Como todos los días desde hacía ya ni sabía cuanto tiempo se desplazaba por las anodinas calles de la ciudad dentro de aquella caja metálica motorizada y miraba al frente sin prestar atención más que al cambio de color de las luces del semáforo. Se sentía como uno de aquellos personajes que aparecían en las ya gastadas Road Movies, que parecía que se movían sobre un fondo proyectado, pero realmente siempre estaban sentados en el mismo sitio moviendo el volante tontamente y sin sentido. Se detuvo en un semáforo. En él había un hombrecillo cansando que repartía panfletos. Echó un vistazo vago por la ventanilla y se quedo asombrado al leer el encabezamiento de aquellas cuartillas. Éste rezaba: “Sigue recto. No te desvíes.” Le pareció una extraña coincidencia, pero como no creía en las señales, pensó que era triste que hasta la publicidad estuviese cayendo en el mismo vacío del que él era víctima ahora. “Ya no quedan historias que contar...” pensó mientras el semáforo cambiaba a verde y el proseguía su marcha. Pasó por un par de intersecciones más, y entonces a su derecha apareció un enorme cartelón colocado en una de las vallas de publicidad que había a un lado de la carretera. En ella aparecía una enorme flecha roja, en la parte superior aparecía el mensaje: “Hacía la derecha, ese es tu...” el resto del mensaje no se apreciaba ya el cartel estaba a medio pegar. Un hombre con mono azul intentaba cuadrar las enormes piezas que faltaban por poner. En aquel momento sintió que quizás debía desviarse en el cruce e ir a la derecha, seguir aquella enorme flecha roja. Retomar el timón en su vida. Soltó una risa irónica y piso el acelerador dispuesto a seguir adelante. Cuando estaba justo en medio de la intersección, le sobresaltó una sirena, casi un rugido de animal marino, que resultó ser la bocina de un camión que iba a arrollarle desde el cruce a la izquierda. El camionero dentro del gigantesco vehículo puso cara de desastre (cara de: “ahora me la pego...”) y pisó el freno con los dos pies. El hombre dentro del coche dio un volantazo de forma que el coche quedo encarado hacia el cruce de la derecha. Hacia la misma dirección que le indicaba la flecha. El camionero paso con su enorme camión e hizo sonar el claxon un par de veces más, además se inclinó sobre la ventanilla y le mostró con rabia su dedo corazón. El hombre del coche se quedo paralizado mirando el cartelón, que durante el transcurso de los hechos había sido pegado por completo, entonces en él pudo leer “Hacía la derecha, ese es tu camino.” Quizás si debía seguir las señales esta vez, aunque no llegase al trabajo, arriesgándose a vivir un día diferente al resto de los demás. Se dio cuenta de que estaba parado en medio de una calle cuando alguien le gritó. “No te quedes ahí parado, imbécil” Fue lo que le espetó una joven desde un coche diminuto. Sin pensarlo dos veces siguió por aquel nuevo camino. Entonces empezó a observar por donde circulaba, era posible que hiciese meses incluso algún que otro año que no pasaba por aquella zona de la ciudad. Era una zona mucho más antigua que la zona por la que estaba acostumbrado a pasar, pero carecía del encanto del centro. Era como más gastada, menos glamurosa. Estuvo varios minutos circulando, y obedeció otras señales: un niño que simplemente apuntaba a la izquierda, una flecha ámbar que parpadeaba en un semáforo, o el dibujo en forma de triángulo de las bolsas de la compra que acarreaba una señora. Giró tres veces, y atravesó un puente, y apresar de haber estado viviendo en la ciudad durante años, llegó a un punto en el que no reconocía el lugar. Esperó a ver alguna otra señal que le indicase el camino, pero finalmente optó por detener su coche ya que no veía nada que le dijese por donde debía seguir. Después de esperar 15 minutos, ya pensando que había cometido la estupidez más enorme de su vida, bajó de vehículo y echó un vistazo a su alrededor. Definitivamente no sabía donde estaba, debían ser algo así como los suburbios. Todo parecía sucio y abandonado. Había unos enormes edificios a ambos lados de la calle que debieron haber sido fabricas en su pasado. Ahora no eran más que un montón de ladrillos grises. Al mirarlos vio que tenían algo extraño. No supo exactamente que era. Se acercó un poco más para ver que ocurría con aquellos edificios. Entonces se dio cuenta de que era como ni no estuviesen allí, como si fuesen una imagen proyectada. Extendió la mano para tocar la pared temblorosa de uno de ellos, en aquel preciso instante su propio coche hizo sonar el claxon por un segundo y mientras se oía el “clic” de los seguros cerrándose se encendieron las cuatro luces de posición. El coche se había cerrado. Esto no era algo mágico, ya que todos los coches nuevos lo hacían (y lo hacen). Se rió de forma nerviosa, por pensar que todo aquello podía haber tenido algo de mágico, se rió de forma nerviosa y melancólica, por pensar que le hubiese gustado que todo aquello hubiese tenido algo de mágico. Regresó de nuevo a su coche y buscó en sus bolsillos las llaves para abrirlo. Diría en el trabajo que había tenido un accidente. Por eso llegaba casi tres horas tarde. Entonces tras revisar sus bolsillos quince veces se dio cuenta de que no llevaba las llaves encima. Miró por la ventanilla y allí estaban, encima del salpicadero. Se enfadó por ser tan idiota, tendría que llamar a la grúa, o a alguien para que le trajese las llaves de repuesto. No hizo falta que rebuscase de nuevo en sus bolsillos ya que pudo ver su teléfono móvil junto a las llaves. ¿Como podía haber sido tan estúpido? No lo sabía. Estaba realmente cabreado. Se separó del coche y se llevo las manos a la nuca intentando coger aire y mitigar su enfado. Miró al cielo durante unos segundos, pensado que debía hacer ahora, se lamentó por que era más fácil seguir las señales que decidir su siguiente paso, y al bajar la mirada lo vio. Dos enormes flechas pintadas en la calzada. Aquellas flechas le decían que siguiese hacia delante. Lo pensó durante un segundo solamente, y echó a andar. No le importó dejar su coche abandonado en medio de la calle, ni las llaves, ni el móvil, ni la excusa que pondría en su trabajo. Simplemente camino hacia delante. Y a medida que lo hacía toda aquella calle empezó a temblar bajo sus pies, como tiemblan los personajes en una pantalla de cine al aire libre agitada por el viento. Solo que ahora no había viento, solo su decidido avance hacia adelante. Y mientras él caminó la realidad a su alrededor se fue desmoronando, desaparecieron los edificios, las calles, los coches, la monotonía y las decepciones, hasta parecer solo una sombra. Al final él mismo se convirtió en una sombra en la gran ciudad.    

domingo, 20 de noviembre de 2011

¿Y ahora...?

Mi marido se levanta temprano para irse a trabajar. Normalmente me levanto con él, pero hoy no. Tengo sueño y me encuentro cansada. Me quedo un ratito más en a cama, solo cinco minutos más mama... Me acurruco en la cama y enrollo el edredón contra mi pecho, hace frío fuera, los cristales están empañados por el vaho. Bien, no sabría decir si me he quedado dormida o no, se que estaba pensando en algo, y al momento siguiente empezaba a pensar en otra cosa, temas muy inconexos. Entonces lo noto. O más que notarlo debería decir que lo oigo. Es como un ronroneo suave, como una marabunta de hormigas. ¡Ah si! Es la perra, debe haberse colado debajo de la cama y estará royendo su hueso falso de piel de cabra. Pero... un momento... ¿la perra? Mi padre se llevó la perra ayer por la noche a su casa. Hoy iba ha hacer una caminata y se llevaba al animal con él. Entonces... ¿Quien está debajo de la cama? Y algo que me preocupa, ¿Que está mordiendo? Decido moverme sin hacer ruido para ver de que se trata. Es en ese momento cuando lo noto. Y ahora si que es correcto decir que lo noto, ya que al moverme, el colchón se mueve conmigo. Es como si estuviese durmiendo en una cama de agua. Pero mi colchón no es de agua, es de esos rellenos de espuma, de los de toda la vida, de los que te destrozan la espalda. Esa es la primera certeza que tengo de que sea lo que sea que hace ese inquietante ruido no esta debajo de la cama, si no y literalmente, dentro de ella. Un escalofrío de repulsión me recorre la espina dorsal. Debe haber bichos allí dentro. Intento levantarme pero no puedo, el asco me tiene paralizada. Miro al techo apenas iluminado por la luz del alba. Cojo fuerzas de un suspiro e intento levantar las mantas sin provocar a mis recién descubiertos inquilinos. Intento moverme, debe haber sido un movimiento algo brusco ya que escucho un chillido estridente del interior de mi cama. No por favor. Que no sean ratas. Pero si lo son, debía haber un nido y se han reproducido, no me extraña. Mi suegra nos dio este colchón por que no teníamos para comprar uno nuevo, y nos lo dio infestado de roedores. Me siento asqueada, tengo que levantarme, pero ellas notarán cuando yo me mueva y me atacarán, me morderán la piel y se me engancharán en el pelo, me lo arrancaran a mechones. Se están poniendo violentas, se mueven tanto que mueven el colchón, además chillan. Ya no solo chilla una si no toda la maldita familia de ratas. Cierro los ojos, he de levantarme de la cama. Apoyo las palmas de las manos para darme impulso y levantarme de un salto. Me da igual partirme la cabeza contra la pared de enfrente, solo quiero salir de allí, y voy a hacerlo cuando me doy cuenta de que debajo de la palma de mi mano derecha hay algo. Es algo blando y caliente, y además se mueve. Es una de ellas. Tengo una rata repugnante atrapada debajo de la mano. Al darme cuenta de que si la suelto vendrá a por mi, la agarro con más fuerza, pero no quiero aplastarla, quizás si sus familiares roedores oyen como crujen sus huesitos, se vuelvan locas (más de lo que están) y me pase algo de verdad. Pero tengo que salir de ahí. ¿La suelto y me marcho de un salto, o me quedo ahí sujetando a la fiera?   

martes, 18 de octubre de 2011

Una historia real.

N. del A.
Esta es una historia que me contaron el sábado por la noche. Me la contó una persona a la que no conozco desde hace mucho, pero no tengo motivos para desconfiar de ella. De todas formas no puedo asegurar que sea una historia cien por cien cierta, pero ella y su marido me la contaban como si así fuese. Es la historia de sus experiencias con fantasmas, al igual que yo, o al igual que ellos, eres libre de creerla o no. 

Me pasa desde que era pequeña, el día en el que se iba a morir mi abuela lo supe, se lo dije a mi madre esa misma tarde y a ella le dio la risa, y aquella misma noche, a las doce en punto, se murió. Lo supe por los gritos de mi madre, al día siguiente yo estaba acostada en mi cama, y entonces me desperté y allí estaban, mi abuela y otra persona, una chica joven con un abrigo negro con dos grandes botones en la solapa. Me dijo que no tuviese miedo, me dijo que estaban allí para cuidarme, y a pesar de que yo era una niña pequeña no tuve miedo. Al día siguiente se lo conté a mi madre y ella me dijo que la chica joven era su hermana pequeña, que había muerto de tuberculosis con quince años cuando ella era un bebé, también me dijo que aquel abrigo que llevaba era la ropa con la que la habían enterrado. Y a partir de ahí siempre que viene alguno a visitarme yo llamo a mi abuela, no debería hacerlo pero lo hago, la llamo y ella viene, y se los lleva a donde tengan que ir, no se si es al cielo o a otro sitio, pero se los lleva a un sitio donde estarán en paz. De todas formas una de las cosas más fuertes que me han pasado fue hace unos años, cuando murió mi tío. Yo ya estaba casada, vivíamos en un piso en el centro, mi marido, mi hija y yo. Bueno pues debía ser domingo, mi tío había ido a nadar a la playa, y allí se ahogó. Debían ser las cuatro de la tarde cuando me dio como un ataque de ansiedad, yo solo podía decir “Algo pasa en el agua” y mi marido intentaba tranquilizarme, caí de rodillas agarrándome el cuello, por que no podía respirar, me sentía como que me estaba ahogando, y así era me ahogaba a la misma vez que mi tío se ahogaba en el mar. Yo corrí a la ducha por que me sentía pegajosa y sabía que tenia que buscar el agua. Me metí allí con ropa y todo, el agua de la ducha me tranquilizaba. Nosotros todavía no sabíamos que estaba muerto, como mi hija era pequeña la acostamos sobre las nueve de la noche o un poco antes, y al rato de estar acostada ella me llamó. Estaba asustada, me dijo que no podía dormir, yo le pregunté por que, y ella me dijo que no podía por que había una sombra en la habitación. Entonces fue cuando descubrimos que mi hija también podía ver. Entonces llamaron al timbre, era una prima mía. Lloraba, y mientras me abrazaba me dijo que nuestro tío había muerto, la hicimos pasar y le preparamos una tila, y mientras ella nos fue contando como había muerto nuestro tío. Nos dijo que estuvo tres horas sin oxigeno en el cerebro, que como el mar estaba revuelto tardaron mucho en rescatarlo, cuando lo sacaron a la playa ya no respiraba pero aún así intentaron reanimarlo, él abrió los ojos de golpe, pero aún así el medico dijo que estaba muerto. Ya no se podía hacer nada por él. Al poco rato mi prima se marchó, yo acompañé a mi hija a su habitación, y cuando encendí la luz vi que había agua en el suelo, no unas gotas, si no un gran charco de agua en el suelo, me agaché para ver que era y noté el olor a salitre, así que me mojé los dedos y me los llevé a la boca, y ¿sabes que era? Pues era agua de mar. Buscamos alguna gotera pero allí no había nada, así que la limpié, y después intenté explicárselo a mi hija, intenté explicarle como era poder ver. Le dije que no debía tener miedo, que normalmente era gente que se perdía, te buscaban por que ellos notaban que tu veías y necesitaban que les ayudases a guiarse. También le dije que no era malos, y es cierto, los espíritus no son malos, solo están desorientados, pero normalmente no quieren hacernos daño, ahora ella debía guiarlos. Y ya para terminar, para que veas que no solo fui yo la que lo vio, nos fuimos a dormir, y aquella noche ya no pasó nada más, pero al día siguiente mi marido se levanto a las siete para ir a trabajar, y cuando llego al baño lo oí gritar, de hecho me llamaba a gritos. Medio dormida me dirigí al baño y cuando llegué él solo podía señalar la bañera. Y entonces lo vi, allí había unos veinte centímetros de arena. Era arena fina de la playa. Todavía no sabemos como llegó allí. Supongo que cuando yo me metí en la bañera la tarde anterior la arrastré con mi fuerza, con mi Luz. Intentamos quitarla de allí, pero no pudimos, así que nos duchábamos encima de ella, y al final poco a poco fue desapareciendo. Pero le costó, no veas como le costó de desaparecer.

lunes, 10 de octubre de 2011

Entre cuatro paredes.

Cuando fueron a visitar el piso las chicas de la limpieza estaban en él. Atareadas, fregaban los suelos y predominaba en las habitaciones un fuerte olor a lejía. A ellos dos la vivienda les encantó. Aquel día no había ni rastro de las moscas, si lo hubiese habido no habrían tomado la decisión de comprarlo. Pidieron un crédito, y a las tres semanas se mudaron a vivir allí. Era la primera vez que compartían un hogar y la emoción y el amor les embragaba. El piso era completamente nuevo, de hecho el edificio entero era nuevo. Éste se había erigido en un solar vacío, y poco a poco se habían ido vendiendo todas las viviendas. En el mismo día de la mudanza supieron que las paredes eran de pladur, dos placas de cartón compactado y un espacio vacío en medio. Se suponía que este era el modo más moderno de construir paredes, pero no el mejor a su juicio. No les importo. Él novio a modo de broma toco en las paredes como si se tratasen de la puerta, y pero no sonaron a hueco, ella movió la cabeza con una media sonrisa. Todo parecía ser perfecto, tal y como en un cuento de hadas, las cosas extrañas empezaron a ocurrir en la segunda o tercera noche. Ella empezó a tener pesadillas. No era realmente perturbadoras, pero tenían algo de escalofriante. En esas pesadillas ella presenciaba la pelea entre dos hombres, luego se hacía el silencio, y el olor. En aquellas pesadillas había un olor repugnante que se le clavaba en la parte alta de la nariz y le producía mareo. Se despertaba enferma y cansada, a pesar de haber estado toda la noche durmiendo. Su novio empezó a preocuparse y juró entre otras cosas que cuando tuviesen más dinero comprarían otra cama, una mejor en la que pudiese descansar sin problemas. Habían comprado el piso en pleno agosto, el calor era sofocante, por esa razón las ventanas del piso siempre estaban abiertas, al ser un edificio aislado y solitario corría una brisa deliciosa por todas las estancias de la casa. Pero esto acarreaba un problema: las moscas. Había cientos de ellas, y la pareja hacía lo que podía contra aquellos insectos, los aplastaban, los asustaban, o los rociaban con insecticida, pero no había manera de que desapareciesen, a pesar de que veían cadáveres de mosca en los suelos siempre había más y más. Otro de los problemas de la vivienda eran los interruptores de la luz. Todos estaban invertidos, y al encender la luz de la cocina se encendía la del pasillo, y la del pasillo encendía la del baño, y la del baño la del salón y así por toda la casa. Al principio les pareció muy divertido, pero a las pocas horas ya no les hacía tanta gracia. Llamaron a un electricista, y este dijo que llegaría en unas horas. Pero no llegaba, así que llevaban unos días esperándole y adivinando que interruptor accionaba que bombilla. Al cuarto día sin rastro del electricista y con la plaga de moscas, ella ya no podía más, tenía en su mente las imágenes de sus pesadillas, aquel olor... Él dentro de su creciente desesperación cerró todas las ventanas y roció la casa con insecticida. Ella estaba sentada en el sofá envuelta en una manta a pesar del calor y apenas tosió cuando se vio envuelta en la nube de veneno. Él al verla tan apática sintió la ira subirle por la garganta. Volvió a llamar al electricista, este le volvió a contestar que en unas horas estaría en la casa. Pero esta vez el novio no lo creyó, así que con los puños apretados cogió su pequeña caja de herramientas y se dispuso a desmontar todos los enchufes, no sabía mucho de electrónica pero no estaba dispuesto a vivir más con aquellas condiciones. Con el primero le costo casi dos horas averiguar como funcionaba. El segundo algo más de una hora, y a media tarde ya solo le quedaban los enchufes del salón, allí donde su novia seguía sentada en el sofá con a mirada perdida. Al entrar él en la estancia se miraron fijamente, de repente ella se levantó y fue corriendo al baño, allí estuvo vomitando al menos durante diez minutos. Él la esperó paciente apoyado en el marco de la puerta. Entonces, mientras ella vomitaba, él lo notó. Era un olor repelente. Una penetrante peste a podrido se había apoderado de toda la casa. Había estado tan concentrado en lo que hacía que no se había percatado de aquel aroma apestoso. El novio se llevó la mano a la nariz y corrió a abrir todas las ventanas. Poco a poco se fue ventilando su hogar, la novia salió del baño con la cara bañada en lágrimas y entre sollozos le dijo que aquel era el olor de su sueño, aquel olor que la perseguía día y noche. Él pensó que estaba loca, pensó que finalmente había perdido la cabeza. Se arrepintió de haber comprado aquel piso, lo odió, odió las moscas y el olor y las ventanas y los interruptores, aquellos malditos interruptores del revés, todo aquello empezó por los malditos interruptores. Necesitaba cambiarlos, destruirlos, entonces se vio de pie frente a uno de los interruptores del salón, tenía un martillo en la mano, se lanzó como un loco contra el interruptor, y a su paso cayeron dos cuadros que había colgados de la pared y a martillazos arrancó el interruptor eléctrico y después siguió subiendo por la pared como una termita furiosa, destruyendo todo en su avance, y con el último golpe la pared empezó a sangrar. Una salpicadura de sangre negra y espesa le impactó en la cara. Intentó limpiársela con el dorso de la mano, y entonces de nuevo volvió ese olor, pero esta vez intensificadopladur de la pared. Entonces un enjambre de moscas salió disparado, y junto con aquella peste invadieron la casa. Los dos salieron de la casa asustados, poco después los policías que habían acudido a la casa llamados por ellos y por varios vecinos les contaron que había una persona emparedada en su casa, que tardarían en volver a entrar allí puesto que era la escena de un crimen. También les dijeron que no habían podido identificar a la víctima, el asintió distraído, ella no siguió escuchando puesto que ya sabía quien era aquella persona, el hombre que había visto en sus pesadillas.                

viernes, 23 de septiembre de 2011

Mala suerte.

La mala suerte apareció hace unos meses, cuando rompí aquel espejo. Se que parece una tontería, pero yo trabajaba en mudanzas y en mi último día de trabajo rompí un espejo enorme. Desde aquel día todo ha ido mal. Mi jefe me despidió, tampoco era para tanto creo yo, al poco tiempo mi mujer me abandonó y a los pocos días mi amante también se esfumó. Con el divorcio la primera se llevo mi casa y mis hijos, y con el chantaje la segunda se llevó la reserva de mi cuenta bancaria. Al poco tiempo me estrellé con mi flamante coche nuevo; quedó de siniestro total, y todavía me quedaban 5 años de cuotas por pagar. Tuve que ir a vivir con mi madre, la mujer no tiene prestaciones ya que ha sido ama de casa toda su vida, por lo que con lo que mi cheque del paro da a duras penas para cubrir nuestras necesidades. Además de la mala suerte en lo laboral, lo monetario y lo amoroso, hay que sumar a mi mala suerte la creciente presión del estrés. El estrés me produce un tic nervioso que confiere a mi rostro el aspecto de psicópata. En las entrevistas, las pocas entrevistas de trabajo que tengo, me miran con pavor, nadie quiere contratar a un tipo consumido por la ira y con aspecto de loco peligroso. Ya empezaba a encontrarme mal, necesitaba que mi mala suerte cambiase, precisaba de cartas nuevas, un as en la manga, un seis en los dados de la vida. Ahora estoy más contento ya que estoy seguro de haberlo conseguido. No soy un tipo muy listo, pero si un luchador, un licenciado en la universidad de la calle. Bien, resulta que en esto de la mala suerte la solución es sencilla, pero como ya he dicho hay que tener un buen par de cojones para canjearla. Lo oí una noche en un bar, dos tipos de lo más siniestros lo comentaban y reían a carcajadas, no repararon en que yo les escuchaba, yo me acerqué a ellos más esperando que me invitasen a una copa y no que me diesen la solución definitiva a mi gran problema. Me invitaron a una copa, y a dos, después de la tercera o la cuarta ya no sabía ni contar. Uno de ellos me lo dijo “La solución a tu mala suerte es sencilla”. Bebió un sorbo largo de su copa mirándome muy atentamente, yo era capaz de ver la emoción en sus ojos, la emoción de alguien que esta a punto de revelar un gran secreto. “Tan solo debes encontrar a alguien que tenga buena suerte y comerte su corazón”. Que cachondo, era evidente que se reían de mi. Solté una carcajada pero ellos no rieron. Me miraron con aire ofendido. No entendí muy bien, debía ser culpa del alcohol o de mi mala suerte... Llegados a aquel punto me explicaron que era un idiota si no les creía, ellos habían realizado el ritual y les había ido bien, prueba de ello era las copas a las que me habían invitado. Lo pensé seriamente. No parecía una locura. “Los antiguos indios de América lo hacían, de hecho, me consta que aún lo siguen haciendo.” Si, esa debía ser la solución a mi mala suerte. Intente explicar con tono etílico que no conocía a nadie con tan buena suerte como para contra-restar mi mala suerte. Otra vez rieron. Al poco rato estábamos frente a una casa enorme, mis nuevos y afortunados amigos me contaron en secreto (¡Que generosos eran!) que el hombre que vivía allí era muy afortunado, tanto que no podía ni imaginarlo. Tampoco recuerdo mucho más, solo se que al poco llego aquel tipo y lo asalté. Me comí su corazón. De vuelta a casa, me sentía extraño y confundido, pero algo me decía en mi interior que había hecho lo correcto. ¿Y sobre aquel tipo? Bueno, pues si era tan afortunado como decían ya era hora de cambiar su suerte. ¿Y de mis dos grandes amigos? Jamás los he vuelto a ver. ¿Y de mi mala suerte? Pues lo curioso es que desapareció. Justo a la mañana siguiente de realizar el “ritual”, hace unos pocos días, me llamaron para una entrevista de trabajo. Que maravilla, llamé a mi mujer y contestó al teléfono, hablamos durante 20 o 30 minutos, sin gritos ni amenazas, fue genial. Incluso pude saludar a mis hijos. Aquella misma tarde fui a ver a mi ex-amante, y puedo asegurar que ella tampoco estaba enfadada. Incluso me invitó a cenar. Bien es evidente que mi suerte ha cambiado, soy un tipo nuevo con un futuro brillante y afortunado. Ahora y aquí me dispongo a ir a la entrevista que acabo de nombrar. Me siento pletórico. Ni rastro de mi desgracia, es más; de camino hacía aquí me he encontrado un billete de 10, no necesito más pruebas de que hice lo correcto. El punto de encuentro esta al otro lado de la calle, solo tengo que cruzar y abrir la puerta de mi creciente fortuna. Entonces pasa ese gato negro por delante. Maldita sea, los gatos negros atraen la mala suerte, más si se cruzan en tu camino. Quizás no sea tan intenso como el ritual, quizás no he perdido mi suerte. Sigo al gato con la mirada esperando a que desaparezca de mi vista, y entonces noto el impacto. Despistado por la visión del mal fario debo haberme colocado en el carril derecho de la carretera y una moto pequeña, una de esas cutres de reparto me ha arrollado. Me levanto a duras penas, es posible que tenga una pierna rota. Ha vuelto. La mala suerte ha vuelto. Maldito gato. Asqueroso gato negro. Paso de ir a la entrevista, además creo que necesito ir al hospital, si voy en este estado, con el pelo revuelto, el traje rasgado y cojeando, pensaran que soy un vagabundo. Pero no importa ahora se como librarme de mi maldición. Es el único alivio que encuentro. Noto la vibración del teléfono móvil en mi bolsillo, lo cojo. Es mi madre, parece preocupada. Intento explicarle que me han atropellado, cierro los ojos y veo en mi mente ese gato negro cruzándose en mi camino. Entonces ella dice algo extraño, dice que la policía estuvo en casa, que preguntaron por mi, que le dijeron algo sobre un asesinato. En ese preciso momento oigo las sirenas de los coches de policía. Cuelgo el teléfono lentamente, sin hacer caso a los balbuceos de mi madre. No necesito que diga más, se que esos policías vienen a por mi. Tampoco voy a echar a correr, con esta pierna rota no llegaría muy lejos. Solo me queda resignarse, como ya me pasó antes. Maldito gato negro. Maldita suerte la mía.      

lunes, 12 de septiembre de 2011

La casa.

N. del A.
Este cuento esta inspirado en el fragmento de un cuento que leí de pequeña en un libro de texto. Desconozco el autor o el titulo, pero si alguien encuentra el parecido agradecería que me lo contase, ya que aquel libro se perdió hace ya mucho y soy incapaz de recordar los detalles. De todas formas que quede como un respetuoso tributo.


El triste tic tac del reloj era lo único que se podía escuchar en toda la casa. Él había vivido aquí durante toda su vida, pero las cosas extrañas habían empezado al poco de morir su padre y despedir al ama de llaves. De alguna manera uno u otra controlaban el mal, pero ahora ya era imparable, o al menos él era incapaz. El reloj de péndulo estaba en una de las habitaciones del ala norte que todavía no había sido clausurada. Quedaban pocas abiertas, de hecho: quedaban solo tres. Él estaba sentado en la sala más grande de la casa cuando el ruido del reloj se detuvo. Apenas si era un suave murmullo en el aire apenas audible, pero él estaba alerta, hacía mucho que vivía con los sentidos agudizados, ya que si se despistaba y acababa atrapado en una de las habitaciones sería su final. Echó en falta el tic tac, apenas un par de minutos después se oyó un sonoro portazo y uno de los cuadros que adornaban ese mismo pasillo cayó al suelo destrozando su marco dorado. Entonces supo que aquella habitación también había sucumbido al cierre. La habitación que acababa de perder aquella enorme casa Victoriana llena de tesoros y recuerdos, era una pequeña sala de fumadores. Levantando la mirada del enorme libro que tenía en las manos pensó en aquella sala, y recordó a su padre fumando en la gran butaca, entonces pensó en aquella pipa con la boquilla de marfil que solía usar este. Se había quedado dentro, ya jamás la recuperaría. Ir perdiendo poco a poco el patrimonio de su familia le dolía más por sus propios recuerdos que por el valor que pudieran tener.
Dos días después perdió la penúltima habitación del ala norte, y una semana después se cerró la otra. Finalmente había perdido aquella parte de la casa. Pronto acabaría por perderla entera. Aquel era su calvario, sabía que al final acabaría por perder el edificio entero, no estaba seguro de que aquello se apoderase de los jardines, pero tampoco quería pensarlo. Si era preciso viviría debajo de los setos del jardín, pero no abandonaría aquella casa. Su casa. Esa era su penitencia. De todas formas no podía venderla o abandonarla, era un peligro para todo ser viviente, y para ser sincero tampoco sus padres le dejaron mucho en herencia aparte de aquel caserón.
¿Y que era aquello que se estaba apoderando de la mansión? Él no lo sabía. Era una fuerza irrefrenable que le robaba aquel espacio poco a poco. Siempre había sentido que allí vivía alguien más a parte de él, incluso cuando era niño y vagaba por aquellos enormes pasillos libremente se sentía acompañado por un ente oscuro, observado por la propia casa.
Algunos meses después su espacio se había reducido al hall de entrada. Como en una acampada improvisada había repartido por allí todos sus enseres vitales. Tenía un aspecto triste y cansado, como el de alguien que había perdido una batalla larga y tensa. Estaba sentado en un pequeño sofá con el respaldo de madera y tapicería color melocotón. Apoyada en la pared de enfrente había una pequeña botella de cristal que contenía agua. Hubo una pequeña sacudida y la botella volcó. Lejos de derramarse el agua en su interior se movió como si fuese un líquido lento. El lo miró sin ninguna sorpresa. Ya sabía que este era su fin. Moriría en aquella casa, dejaría que aquello se lo tragase junto con su hogar.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Un sueño dentro de un sueño

- Vamos. Despierta.

Me coge por las muñecas y tira de mi con fuerza. Es una mujer grande, de complexión fuerte, y además parece que ese es su trabajo. Su voz tiene un acento suave, pronuncia las “r” con un sensible ronroneo.
- Despierta: es la hora.
Yo no quiero despertar, aunque parece que lleve mucho tiempo dormida. No se que hora es, y tampoco para que. A penas puedo abrir los ojos, me pesan los párpados como si fuesen de acero. Por lo poco que puedo ver o bien es un día lluvioso o es todavía muy temprano. Vuelve a tirar de mi, es increíble que tenga tal empeño. Consigue sentarme al borde de la cama. Mis manos y mis pies caen fláccidos hacía abajo. La gravedad los atrae con fuerza también. Mi cuerpo entero esta entumecido, como dormido todavía. Ella coge unas tijeras de metal enormes y empieza a cortar mechones de mi cabeza. Los corta sin compasión. Casi los arranca. Me cuesta unos minutos darme cuenta de que me esta haciendo daño. Siento un liquido denso y caliente descender por mi nuca.
- No hagas eso...
Es todo lo que consigo decirle. No entiendo por que lo hace, intento preguntarle, pero ella sigue con la mirada clavada en las tijeras. Intento apartarla de mi con las manos, pero estas responden a mis ordenes ridículamente y apenas son más que un estúpido aleteo en el aire. Da igual, ya ha terminado. Con un suave empujón deposita mi cuerpo dormido en la cama de nuevo. Hasta este momento no me he dado cuenta de que estoy llorando. Mi cuerpo sigue sin responder. Casi no consigo girar el cuello pero puedo verla desaparecer por la puerta, con sus tijeras en la mano. A pesar de todo, el sueño me invade.

Despierto de un sobresalto. He tenido una pesadilla horrible. No recuerdo muy bien sobre que era, solo sé que era inquietante. Era algo sobre mi pelo. Mi abuela solía decir que soñar con pelo significaba problemas. Me duelen los brazos, bueno en realidad me duele todo el cuerpo. Debo haber estado en tensión durante toda la noche. Intento levantarme, pero parece que mi cuerpo todavía tiene sueño. A duras penas consigo ponerme de pie. Entonces vuelvo a oír esa voz. Esa voz extraña que tenía la mujer de mi sueño. La oigo en mi cabeza, pero es extraño, ya que parece como si algo de ella siguiese aquí. Me doy la vuelta con una lentitud de risa para ver mi cama. Ya no es mi cama. Ya no estoy en mi habitación, es como una estancia de hospital, cuatro paredes y un catre, las sabanas blancas sobre el somier están sucias, están llenas de unas enormes manchas marronaceas, sobre todo en la parte superior. Entonces lo veo, y al verlo recuerdo mi sueño (¿Es un sueño?), el suelo y parte de la colcha están cubiertos por mechones de pelo pegajosos y enmarañados. Me llevó las manos a la cabeza, pero las aparto casi al mismo instante de ponerlas ya que el dolor me golpea como un rayo.

Despierto... otra vez. Un sueño dentro de un sueño. Nunca me había pasado. Al despertar me doy cuenta de que estoy llorando (otra vez). Tengo la sensación de que he tenido un par de pesadillas espantosas. Tan solo puedo recordar a la mujer, la mujer que hablaba extraño, acariciando las “r”. Abro los ojos y el día me parece extraño. O bien es demasiado temprano o puede que este lloviendo. La luz apenas me deja ver donde estoy. Lo que de momento me parece una tontería por que debo estar en mi habitación, en mi cama. Alargo el brazo para coger el despertador de encima de mi mesilla de noche, así sabré en que hora me encuentro. Al primer tanteo no encuentro la mesilla, al segundo tanteo parece que ahí no hay nada. Abro los ojos sobresaltada para descubrir que no estoy donde pensaba. No estoy en mi dormitorio, ni si quiera estoy en mi casa. Estoy en una habitación fría que por alguna extraña razón me recuerda a mis pesadillas. Entonces la veo entrar de nuevo, a la mujer de mi sueño.

Despierto. Esta vez no pienso abrir los ojos. Han sido sueños y nada más que eso. Me perturban pero no pienso dejar que me engañen otra vez. Me duele la cabeza. Entonces la oigo:
- Despierta: Es la hora.

miércoles, 20 de julio de 2011

La niña.

Empezó a verla unos 5 meses atrás. Era una niña pequeña con coletas y una chaquetilla de punto roja. Ella iba caminando por la avenida, era ya de noche, iba a casa después de tomar unas copas con unas amigas. Vio a la niña junto a un semáforo, estaba llorando desconsoladamente. Se acercó a ella sin dejar de mirarla, entonces se percato de que la niña iba sola, no había ningún adulto acompañándola. Aquella primera ocasión fue la única en la que pudo hablar con ella. Cuando la alcanzó se inclinó sobre ella y le preguntó que le ocurría, la niña de la chaqueta roja le contesto que le dolía el estómago. Que le dolía mucho. Ella se reincorporó para ver si alguien podía ayudarla, cuando volvió a mirar hacia abajo para ver a la niña esta había desaparecido. Miró desconcertada a un lado y otro de la calle pero no vio rastro de la cría. Venía un hombre en la otra dirección, estaba relativamente cerca para haberla visto, así que cuando paso por su lado ella lo paró y le preguntó si había visto correr a la niña que estaba a su lado, el hombre le dijo que en ningún momento había visto a la niña, en aquella calle solo estaba ella. Así que ella simplemente se disculpó y se fue a casa. No dejó de pensar en la niña de las coletas ni en como se agarraba el estómago durante días. Fue al sexto día de su primer encuentro cuando la volvió a ver, mejor dicho cuando la oyó. En aquella ocasión ella estaba preparando café en la pequeña cocina de su piso cuando oyó a la niña llorar en el pasillo. Salió de la cocina y allí estaba, de nuevo con aquella chaqueta de punto roja y las coletas, esta vez también se aferraba el estómago con fuerza. Ella cerro los ojos con convicción y el llanto desapareció, cuando abrió los ojos la niña también se había marchado. Durante los siguientes días, semanas y meses, rezó por no haber perdido el juicio. La niña seguía apareciendo en los lugares más inverosímiles, en un par más de encuentros se apareció en comidas familiares, en cenas con amigos, en el supermercado, el gimnasio, la calle, y en cualquier lugar al que ella fuese. Cuando la oía llorar a lo lejos cerraba los ojos con fuerza y al principio desaparecía rápidamente, hasta que al final, tenia que pasar con los ojos cerrados al menos unos minutos para dejar de verla. Eso le preocupaba mucho, pensó que estaba perdiendo la cordura, que cada día más abandonaba el mundo consciente para sumergirse en una fantasía de niñas lloronas. Así que cuando no pudo más fue al médico. A un psicólogo exactamente. El doctor le dijo que los delirios podían ser síntoma de innumerables enfermedades, la noto cansada y abatida, así que además de recomendarle píldoras para dormir, le ordenó un chequeo completo. A los pocos días de hacerse las pruebas la llamó otro doctor del hospital, era un especialista que le dio cita para aquel mismo día. Cuando estuvo por la tarde en la consulta aquel nuevo médico le dijo como el que da la hora que en sus radiografías había aparecido una masa oscura, que debían asegurarse de lo que era. Ella le pregunto que donde estaba aquella masa. El medico respondió que en el estómago. Mientras la llevaban al quirófano en camilla, ella vio a la niña, pero esta vez no lloraba si se agarraba el estómago, simplemente la miraba. La biopsia que tuvo dos días después reveló que tenía un cáncer de colon. También reveló que ya no tenía solución, pero ella ya lo intuía. Ya no le quedaba mucho cuando pensó que hacía tiempo que no veía a la niña de las coletillas, su madre la acompañaba en el hospital, a ella le dolía el estómago y pensaba que si hubiese acudido antes al medico, si hubiese acudido al poco de empezar a ver a la niña la cosa acabaría de otra manera, su madre contenía las lágrimas mientras ojeaba un viejo álbum de fotos, acariciaba las fotos como si fuesen de terciopelo, entonces dijo “¿Te acuerdas de este día? Cumplías 5 años, yo te hice esa chaqueta de punto rojo. Estabas tan guapa... “ y entonces ella desde la cama alargo el brazo y cogió el viejo álbum, y vio que allí estaba la niña de las coletas, era ella misma el día de su quinto cumpleaños, de pie junto a su madre, con la chaqueta de punto roja y las coletas. Esa fue la última vez que vio a la niña.

jueves, 14 de julio de 2011

La cosa.

- Bien, entonces ¿Que dice que vio?
- No es que yo lo diga, es que lo vi realmente.
- Bueno, entonces digame que vio.
- Pues el caso es que yo iba conduciendo, era de noche y algo paso por encima del coche.
- ¿La cosa paso volando por encima del coche?
- No no, no era la cosa, creo que era algo así como un avión pequeño, supongo que la cosa iba dentro.
- ¿Por que lo supone?
- Pues relamente no lo se... bueno, pues entonces aquello paso por encima de mi coche y este empezó a fallar, se encendió la radio y las luces empezaron a parpadear. Yo paré en el arcén, me asusté.
- ¿Se asustó por la cosa volante o por las luces del coche?
- Creo que por las dos cosas, ¿No se hubiese asustado usted?
- ¿Por ver pasar algo volando? Si... Seguro...
- ¿Es que no me cree?
- Continúe por favor.
- En fin, pues yo si me asusté, no se ve volar todos los días un objeto extraño, a pesar de lo que usted diga.
- ¿Se refiere a que era un OVNI?
- Yo no digo que fuese un OVNI, solo digo que era extraño, podría haber sido un avión tele-dirigido, o una avioneta pequeña, lo que también digo es que no había visto algo así en mi vida, además hizo interferencias con el circuito eléctrico de mi coche, además brillaba, bueno no brillaba exactamente...
- No sabe lo que era exactamente, no sabe si brillaba o no...
- Si no me cree no se que hago hablando con usted.
- Bueno da igual: siga.
- Bien, cuando la cosa voladora pasó de largo todo volvió a la normalidad, pero entonces vi un gran resplandor.
- ¿Ese también era extraño?
- No, ese era el resplandor normal de una explosión.
- ¿Ve muchas explosiones?
- (Suspiro). Pues lo cierto es que hasta esa noche no. Pero a lo que iba, vi el resplandor de la explosión y decidí acercarme para ver que había pasado.
- Entonces atropelló a la vaca.
- Ya le he dicho antes que la vaca estaba muerta cuando yo llegué. Aquella cosa la atropelló. Quizás eso fue lo que la hizo desestabilizarse y estrellarse. Bien después de ver la vaca había un rastro humeante en el suelo, como un surco, decidí seguirlo.
- ¿Por que?
- No lo sé. Simplemente lo hice, seguramente sería curiosidad o algo... no lo se. Cuando llegué al sitio del accidente aquel aparato volador estaba allí en el suelo, y ya no brillaba, además emanaba un olor como a agrio, era muy desagradable. Cerca de allí estaba la cosa, era... bueno era extraña, parecía un animal sin pelo, oscuro y apestoso... creí que estaba muerto. Entonces fue cuando les llamé a ustedes.
- Lo cierto es que vimos la vaca, y el rastro, pero cuando llegamos no había rastro de eso que usted dice.
- Si no se como pudo desaparecer, le juro que estaba allí, me acerqué un segundo al coche para llamarles y cuando volví ya no estaba, se fue sin hacer ruido.
- Bueno y entonces ya solo queda una cuestión sin resolver, ¿Que era?
- Pues era... Bueno era una cosa...
- Una cosa.. ya.  

viernes, 1 de julio de 2011

Una tumba poco profunda

Entró en la casa a oscuras. Una manía muy fea esa de entrar en los sitios a oscuras. No se dio cuenta de que el otro estaba sentado en la silla frente a la mesa grande. Se llevó las manos a la espalda, después del trabajo que acababa de realizar debía dolerle bastante. Llevaba barro hasta las rodillas y una pistola de esas grandes enganchada en el cinturón. Desde luego la llevaba como el que lleva el móvil en la funda, algo bastante poco apropiado para llevar un arma. Encendió la luz de un manotazo, no miró hacia el lugar donde estaba sentado el otro. Se metió en la cocina y revolvió algo, a los pocos minutos salió con un vaso, lleno de algo alcohólico seguramente, parecía algo más aliviado que al entrar. Entonces si vio al intruso. Se dio un buen susto, tanto que sobresaltó que el vaso se le escurrió entre los dedos y se estrelló contra el suelo derramándose y haciéndose añicos. Al inesperado visitante le dio la risa. Estaba sentado en la silla con aire resuelto, con cara sonriente y satisfecho, algo que resultaba realmente raro ya que estaba cubierto de barro hasta las orejas. Al ver la exagerada (o no) reacción del hombre que entraba le dio la risa, soltando una enorme carcajada llena de vida. El hombre de la copa estrellada intentó decir algo, pero solo le salían incoherencias por la boca, entonces el hombre embarrado y sentado a la mesa dijo con feliz tranquilidad:
- Quizás era una tumba poco profunda...

Unas horas antes, el la misma casa, los dos mismos hombres se preparaban para encontrarse. Esta vez el orden de entrada era a la inversa. El hombre del vaso estaba sentado en la silla, esperando (otra vez) al otro con una copa en la mano. Cuando el hombre de la silla entró en el apartamento no estaba asustado, pero si estaba expectante. Era importante que no estuviese asustado, ya que de haber sido así el hombre del vaso habría saltado sobre el como un perro hambriento sobre un filete. El hombre del vaso invitó al hombre de la silla a sentarse y beber con él. Iban a discutir sobre negocios. Negocios muy importantes, y muy sucios. Los negocios sucios son siempre delicados y peligrosos. Empezaron hablando con falsa armonía. Hacía el final de la conversación ambos gritaban y se amenazaban. Entonces el hombre de la silla comprendió que todo aquello había sido una pantomima, el hombre del vaso jamás le daría lo que era suyo, y eso no era lo peor, lo peor era que tampoco le dejaría salir nunca de aquel pequeño apartamento. Pero lo que el hombre del vaso no sabía que el otro tenía un As en la manga. El hombre del vaso se levantó de la mesa, aparentemente para rellenarse el vaso. A medio camino entre la cocina y la mesa se paró en seco. El hombre de la silla lo vio remover algo con las manos, no supo que era ya que el otro le daba la espalda. Pero no importó, pronto lo supo. Lo supo en cuanto oyó un ruido seco y rotundo, entonces noto calor en el pecho, mucho calor, miró hacía allí y se vio la camisa progresivamente oscurecida por una mancha creciente, llevó las manos hacía la zona sucia y al levantar las manos notó un rotundo y punzante dolor, al tocase, dio la vuelta a sus manos húmedas y las vio ensangrentadas. Así que mucho antes e levantar la mirada y ver la pistola en la mano del hombre del vaso ya supo que tenía una pistola. Poco a poco se desplomó sobre el suelo al lado de la silla, como una hoja caída de un árbol. La satisfacción del hombre del vaso era infinita. Todo había salido de perlas. Entonces empezó su trabajo de aquella noche. Saco dos piezas de plástico tamaño gigante con las que envolvió el reciente cadáver, después de dejarlo completamente atado con dos rollos de cinta adhesiva, lo metió dentro de una maleta enorme de cuero forrada con plástico también. Lo bajó en el ascensor sin mucho esfuerzo, no se pudo decir lo mismo de cuando tuvo que meterlo en el maletero del coche con la pala y la rueda de recambio. El hombre del vaso condujo durante unas dos horas en la noche sin ningún incidente notable. Estaba satisfecho hasta ahora. Llego a un descampado a las afueras de un polígono a la izquierda y una arboleda mediana a la derecha. Entre dos de los árboles cavó un hoyo de unos dos metros de largo por dos de hondo. Perfecto para el paquete que llevaba en el maletero. En cuanto hubo terminado de cavar acerco la parte trasera del coche al agujero. Abrió el maletero y tiró de la maleta hasta ponerla al suelo. Abrió la maleta y sacó el cadáver plastificado. Entonces algo le llamó la atención, la mano del cuerpo se había salido del paquete. Le pareció extraño, la pieza de plástico estaba rasgada, y la cinta adhesiva estaba despegada, eso no había podido ocurrir durante el viaje, pero el hombre del vaso estaba seguro de que el otro estaba muerto ya que antes le había tomado el pulso, comprobó que era nulo. Estaba empezando a sentirse cansado, y de todas formas aunque le enterrase medio muerto estaba seguro de que el hombre de la silla no conseguiría escapar. Vivo o no. Así que lo enterró bajo la luz roja de los frenos del coche y metió la pala en el maletero. Sin mirar atrás, y con plena tranquilidad volvió a su casa.

Hasta ese momento había estado muy seguro de lo que hacía, ahora su cara era de auténtico pavor. El hombre de la silla, que hasta ahora había estado inexpresivo, ahora transmitía muchas cosas. Ninguna era buena para el receptor. Se acercó al hombre del vaso, que ahora no podría ni sostener una pluma, con las manos extendidas. No dejaba de repetir … una tumba poco profunda.        

lunes, 20 de junio de 2011

La madre.

Mientras mira a través de la ventana y los árboles, y la hierba y todo aquello no puede dejar de pensar en su madre. Ella falleció unos meses atrás, y él ahora piensa que nunca será capaz de sobreponerse a la pérdida. Y es que a pesar de que no es Norman Bates, ellos dos tenían una relación muy especial. Especial en el sentido normal, nada de cosas raras. Ahora la echa de menos. Como todos los años por estas fechas él ha venido a la casa de campo en el pueblo de su madre. Al principio piensa que un lugar conocido, un lugar que representa la conexión entre ellos dos le sentaría bien, pero tras pasar por el pueblo todos los habitantes de este le han dado su más sentido pésame. Ahora se siente abatido y cansado, y no puede dejar de pensar en su madre, en lo repentino de su muerte, en la inminencia de su propia decadencia. Desde que su madre pasó a mejor vida, (él duda eso de mejor...) ha visitado psicólogos y psiquiatras, y algunos otros curanderos que no quiere recordar. Ahora y aquí, de pie mirando a través de los viejos y opacos cristales de la vieja casa de campo, decide que es hora de avanzar, de pasar página. Debe empezar por vender esta casa, después ya se irá deshaciendo de los bienes materiales que lo amarran fuertemente al recuerdo de su madre muerta. En ese momento siente una presencia, es como una brisa cálida, no le asusta. Vuelve la cabeza atrás pero la vieja casa sigue inmersa en su plácida oscuridad tan tranquilamente. Él se vuelve hacia la ventana y destierra de su mente brisas fantasmales. En ese preciso instante suena el teléfono. Este aúlla con un timbre cascado, como el de una pequeña campana agrietada. Proviene de un viejo (como todo lo que hay en la casa) aparato de los años 50, uno de esos en los que el auricular te cubre desde la sien hasta la barbilla. Él se acerca con paso normal y a la vez se pregunta quien puede ser, en la ciudad no hay mucha gente que pueda saber que está aquí, coge el teléfono a pesar de que no tiene ganas de hablar con nadie: 
- Lamento informarle de que su madre ha fallecido – Suena una voz metálica pero conocida al otro lado. A pesar de que se oye amortiguada él la reconoce como la del médico que atendió a su madre en sus últimos días. Por un momento se ve en su apartamento de la ciudad, con su moderno teléfono en la mano, al mismo día en el que aquel médico lo llamó para darle la noticia, como para quitarse una mosca molesta de encima se sacude con fuerza, y vuelve a la vieja casa de campo, herencia familiar de su ex-madre.
- Ya se que ha muerto... Usted mismo me lo dijo hace 7 meses. ¿Es que tiene algo más que decirme? - casi no puede contener la ira, y desde luego no entiende por que le vuelve a llamar el doctor.
- Lamento informarle de que su madre ha fallecido - Vuelve a repetir con un tono idéntico al anterior. Él empieza a perder la paciencia.
- Oiga si es una broma no tiene ninguna gracia... - Contiene las lágrimas, hay que ser un energúmeno para mofarse del dolor de cualquiera.
- Lamento informarle de que su madre ha fallecido... - esta vez la voz ha cogido un tono más metálico, más inhumano. De todas formas él esta ya fuera de sus casillas, tiene ganas de gritar al auricular y estrellarlo contra la pared, en lugar de eso cuelga descargando sobre el aparato toda su fuerza.
Dos lagrimones le resbalan por las mejillas, más que entristecido se siente ridiculizado. No entiende quien puede ser tan cruel. Se agacha sobre el suelo para localizar el cable del teléfono, quizás lo mejor sea desenchufarlo. Lo ve pegado a la pared. Tira un poco de el cable, pero descubre que este cede fácilmente al tirón, está desenchufado. No se trata simplemente de que esté fuera de la clavija, es que ha sido mordisqueado lo que hace físicamente imposible su reciente conversación con el médico de su madre lamentablemente fallecida. Ahí de cuatro patas sobre el viejo suelo y con el cable roído en la mano se le pone la piel de gallina. Empieza a pensar que posiblemente (seguro) ha perdido la cabeza. Se acerca un poco más el cable a los ojos, para investigar su también lamentable estado y cuando lo tiene a menos de tres centímetros de la nariz, el viejo teléfono de los años 50 empieza a sonar de nuevo. Él da un salto hacia atrás, y se queda mirando el aparato con los ojos bien abiertos, aquello no puede estar pasando. Muy lentamente alarga la mano libre y coge el auricular, al tirar de este el teléfono cae con estruendo contra el suelo, la carcasa se rompe en varios pedazos, deja ver su interior viejo y oxidado. Pero aún así el aparato sigue sonando con ese graznido de cuervo viejo. Él recupera el equilibrio de manos y se pone el auricular en la oreja. No sabe que esperar:
- Lamento... Informarle... - esta vez la voz del medico parece vieja y enferma, además tose con profusión, al igual que tosía su madre horas antes de morir sola. Antes de que termine la frase él lo interrumpe:
- ¡Ya se que mi madre ha muerto! ¿Que quiere de mi ahora? - el grita con voz aguda y llora a la vez, aunque es posible que no se este dando cuenta de que lo hace. Entonces se hace el silencio al otro lado del auricular. Él presta atención, le parece oír un sonido débil en el fondo, es alguien que tose. Y poco a poco , a esta tos se le unen muchas más. En apenas 10 segundos casi tiene que apartar el aparato de su oreja, entonces el médico vuelve a hablar, de nuevo tosiendo y penando:
- La... Madre... Muerta... Quiere... Saber... por que... NO... estabas... ALLI – Las toses continúan, además ahora hay gritos. Él se pone triste. Desde que su madre murió se ha reprochado el no haber estado a su lado, se siente muy miserable, y a la vez esta muy cabreado con el médico. Entonces le grita:
- ¡Me marche a casa por que Usted dijo que estaba mejorando! Quería asearme y comer algo en condiciones, si hubiese sabido que iba a morir no... - los gritos, lamentos y toses del otro lado no le dejan continuar. Aparta un poco el auricular, entonces descubre que aquellos sonidos, últimos estertores de la muerte, ya no solo están en el teléfono, también están en la casa. Lo envuelven y amenazan con saltar sobre él. Empieza a sentirse pequeño, ahora si tiene mucho miedo. Entonces al otro lado del teléfono (y por último) el doctor dice:
- La madre muerta vino a por mi... Ahora irá a por ti también.

lunes, 6 de junio de 2011

La chica de la estación.

Cuando se sentó a mi lado me pareció bastante extraña. No solo por su forma de actuar, también por como iba vestida. Era una de esas chicas que se disfrazan de los años veinte. Zapatos de cordones, vestido estampado con flores, y una rebeca de punto que bien podía haber tenido 50 años. También llevaba un bolso de concha blanco precioso. Se sentó como si llevase mucho tiempo perdida y mirándome de reojo se subió los leotardos de lana. Yo miraba el mapa de la estación. No había estado nunca allí, pero estaba segura de estar en el sitio correcto. Si el tren se retrasaba o no, ya era otra cosa. Parecía que ella iba a tomar el mismo tren. Me preguntó si sabía cuanto tiempo iba a tardar en llegar, lo hizo con una voz dulce y suave, se le noto que era muy tímida. Yo le contesté que no lo sabía. Ella miró de reojo el mapa, como si estuviese tan desubicada como yo. Con una sonrisa se lo tendí, quizás quisiera echarle un vistazo. Ella sonrió y bajo la cabeza, en voz baja volvió a balbucear un gracias, pero al pasarle el mapa una ráfaga de viento inesperada se llevo consigo el mapa de la estación. El pequeño trozo de papel planeo por encima del pasillo vació y acabó cayendo en las vías. A mi me dio la risa, a ella le entró mucha vergüenza, y culpabilidad supongo, se puso la mano en el pecho y me dijo un sentido “Lo siento”, yo le sonreí y le puse la mano sobre el hombro, ella pareció no darse cuenta, estaba helada como un trozo de hielo. El frío me atravesó la piel como un calambre, y aparté la mano rápidamente, ella desvió la mirada al frente y se quedó mirando la nada. Desde luego era una persona extraña, y el tren se retrasaba. Ella empezó a cantar. ¿Quien se pone a cantar estando sentado al lado de un extraño? Yo intentaba no mirarla, me daba vergüenza ajena. Me estaba aguantando la risa, debió notarlo por que se calló de repente. Al darme la vuelta la chica rara había desaparecido. No entendí como se había podido marchar tan rápido sin que yo me diese cuenta. Me incline sobre el banco de madera sobre el que estábamos sentadas, por si la veía al final de la estación o donde fuese que se había escondido, pero allí no había nadie. Era muy posible que se hubiese ofendido por mi risa y se hubiese marchado. Bueno, pues ella perdería el tren, no yo. Las luces parpadearon, los fluorescente del techo iban y venían como si la corriente eléctrica fuese a desaparecer de un momento a otro. No me apetecía quedarme allí a oscuras. Me levanté del banco. Di un par de gritos, por si había alguien de mantenimiento, o simplemente alguien, que pudiese decirme si nos íbamos a quedar a oscuras. Entonces la chica rara de los años 20 empezó a cantar de nuevo. Me dio un escalofrío. La llamé, pero no la veía, debía estar escondida en una de las columnas que había en el andén. Aquello si era raro. Le grité que dejase de hacer tonterías, me estaba asustando. Ella se calló. La luz seguía parpadeando, pensé que como siguiese así me iba a dar un ataque de epilepsia. Estaba muy cerca de las vías, retrocedí un poco, había algo allí. Las luces volvieron a fijarse, y allí estaba ella. La chica tímida disfrazada de los años veinte estaba de pie en medio de los raíles. Pero no era la misma. Llevaba el mismo vestido floreado, pero esta vez estaba sucio y hecho girones, le faltaba una de las medias de lana, y en la pierna desnuda tenía la carne carbonizada. Lo mismo le pasaba en la cara. Le faltaba todo el pelo, y apenas se le podían reconocer las facciones que antes se veían tan claras. Ahora si estaba asustada de verdad. No entendí que estaba pasando. De repente las luces se apagaron, ella volvió a cantar. Yo no podía ni respirar ni pensar con claridad. Casi a gatas fui hacia atrás y conseguí sentarme de nuevo en el banco de madera donde había empezado todo. Allí estaba mi bolso, lo agarré con fuerza. Saqué mi móvil pero allí no había cobertura, ella seguía cantando. Le grité que se callase. Entonces hubo un pequeño parpadeo y las luces volvieron definitivamente. Ella ya no estaba en las vías. No quise mirar, no quería volver a verla. Tenía miedo. Al menos ella se había callado. Entonces me preguntó si sabía cuanto tiempo iba a tardar el tren, otra vez. Me gire de golpe y allí estaba ella, sentada a mi lado en el banco de madera, como al principio. Me quede congelada de miedo. Ella volvía a tener su vestido intacto, y las dos medias puestas, por no hablar de su piel y su pelo. Yo abrí la boca para decir algo, pero no salió nada por mis labios, ella se limitó a sonreírme con timidez, volvió a rascarse la pierna que antes tenía chamuscada. La luz empezó a parpadear de nuevo, pero esta vez como si lo hiciese a cámara lenta, entonces lo volví a ver. La luz se apagaba y ella estaba quemada, con el vestido tristemente destrozado. La luz se encendía y ella estaba allí de nuevo con una mirada angelical en el rostro. Entonces haciendo ruido de hierros oxidados llegó el tren. Las luces se estabilizaron de nuevo. Yo me levante y me dirigí corriendo a la puerta del vehículo sin dejar de mirarla. Subí al tren de espaldas, y ella seguía ahí, sentada en el banco de madera, esperando algún tren que no era este. Cuando el vagón empezó a deslizarse ella levantó una mano a modo de despedida y las luces volvieron a parpadear.  

jueves, 26 de mayo de 2011

Las polillas

Empezó en los árboles, en los almendros y los frutales. “Es la polilla primaveral” decían los más viejos del pueblo, el resto de la gente los creyó, al menos al principio luego ya les dio igual. A través de las ramas, hojas y frutos de los árboles empezó a distinguirse una fina pelusa blanquecina, poco a poco fue espesándose más, hasta llegar a ser una gruesa telaraña. Los árboles perdían la fruta, ni caía ni se pudría simplemente se secaba quedando como una corteza vieja y lo mismo pasaba con las hojas, quedaban colgando y enmarañadas en la espesa pelusa. La madera se secaba de tal manera que parecía que llevaba muerta desde hacía mucho tiempo, se secaba de dentro hacia fuera, y tomaba un color entre marronoso y grisáceo. Pocos días después paso a la tierra, quedó toda también cubierta por aquella pelusa tan espesa y antinatural. Llegados a aquel punto los viejos del lugar ya dudaron de si eran las polillas o no, pero no dijeron nada... ¿Para qué?
A nadie había matado nunca ninguna polilla. La mañana que salieron a la calle y encontraron aquella masa blanca subiendo por las paredes de los edificios la gente se preocupó. Desde el ayuntamiento organizaron brigadas de limpieza, pero de poco sirvieron, lo poco que pudieron limpiar crecía de nuevo y más rápidamente que antes. A las pocas horas se dieron cuenta que era algo imposible de retirar. Al poco las ruedas de los coches quedaron pegadas al asfalto, ventanas y puertas quedaron atrancadas, las que fueron sorprendidas cerradas así se quedaron y las que estaban abiertas quedaron cubiertas de la fina telaraña, redecoradas con visillos tenebrosos. La gente retiraba todos los días la capa de pelusa de sus puertas, e intentaba hacer vida normal, pero nadie entendía por que, quizás fue por que estaban dormidos, aunque ellos no lo notaban físicamente, la telaraña empezaba a crecer en su interior. Días después cayeron las redes eléctricas y telefónicas. Ese mismo día los habitantes del pueblo se dieron cuenta de que estaban atrapados. En realidad todo había sucedido muy rápido, la invasión silenciosa tuvo lugar en apenas 9 días. Como niños pequeños caminando entre nieve muy espesa los vecinos del lugar se encontraron en la puerta del ayuntamiento. Pero se encontraron desamparados, las autoridades se habían marchado el mismo día que se dio la orden de limpiar las fachadas. Quizás simplemente huyeron por que sospechaban lo que iba a pasar, pero más posible parecía que tuviesen algo que ver con el siniestro avance. Ahora ya daba igual. Reunidos todos en corrillo se vieron las caras por primera vez en los nueve días, estaban realmente afectados. Ese fue el día en el que descubrieron también que los viejos habían sido los primeros en caer. Aquellos señores que decidieron que el supuesto mal de la polilla no era peligroso, que no había de que preocuparse, ahora eran los más afectados. Se erguían en pie en medio de la calle como marionetas accionadas por hilos interiores. Los ojos grises y cristalinos no miraban exactamente nada y lo veían todo a la vez. La piel de estos ancianos había adquirido una textura como la corteza de un árbol viejo y gris. Entre los dedos de las manos y debajo de las extremidades se podía ver la fina pelusa que empezaba a extenderse por los cuerpos que ya secos. Al verlos todos supieron cual era su destino. Lo aceptaron, casi que ya les dio igual. Volvieron a sus casa, de nuevo caminando entre la espesura de pelusa y telarañas.            

martes, 10 de mayo de 2011

El perseguidor.

Un hombre pasea por la calle. Va de el punto A al punto B. Es importante su ropa, lleva una chaqueta bajo el brazo, una de esas reversibles. Se para en un semáforo y se fija en un hombre alto de chaqueta roja que va detrás de él, justo cuando se da la vuelta para mirarlo, el hombre se gira bruscamente, no quiere que le vea. La luz cambia a verde y sigue caminando, se da la vuelta para ver al hombre pero ya no está, solamente ve los coches parados ante la luz del semáforo. Piensa que es una tontería y sigue caminando. Se para a mirar un escaparate, y entonces le vuelve a ver al final de la calle, un hombre de chaqueta roja y una gorra amarilla, de esas que se compran en alguno de los puestos de suvenir de la calle. Puede ver como lo mira con disimulo. Sigue caminando, esta vez más rápido. Va girando la cabeza para ver si le sigue el hombre. El perseguidor también aprieta el paso. Se empieza a agobiar, empieza a correr, solo quiere librarse del tipo, va empujando a la gente, se refugia detrás de un expositor con postales de una tienda de la calle y mira al que le persigue, el hombre también va corriendo detrás de él, pero de repente choca con una señora que sale de un comercio y la tira al suelo, muy apurado se agacha a ayudarla, mientras el perseguido se mete en la tienda, pensado que puede hacer para escapar se pone la chaqueta por la cara roja y mira alrededor buscando algo que le ayude. Dentro de la tienda ve una gorra de color amarillo con el nombre de la ciudad bordado en negro, con un golpe deja encima del mostrador un billete de 50 €, y sale del establecimiento con la gorra puesta. Cuando sale no ve a nadie. Ve a la señora en el suelo que está desconcertada mirando alrededor, pero no hay ni rastro del tipo que la ha tirado al suelo, se asegura escudriñando con la vista toda la calle, intuye que al no verle su perseguidor a seguido calle arriba intentando encontrarle. Se siente un poco culpable al ver a la señora en el suelo recogiendo sus pertenencias esparcidas en el suelo de la calle y se acerca a ayudarla, en cuanto la intenta levantar la mujer lo mira y empieza a pegarle en el brazo y la cara con las dos manos. Él se aparta mientras la mujer le grita algo, como si no hubiese tenido bastante con el loco de esta mañana. Parece que la mujer le ha confundido con el hombre que la ha tirado al suelo, empiezan a apiñarse curiosos a ver que ha ocurrido. Rápidamente se da media vuelta y se va por donde a venido, aprieta el paso y piensa que esa es la dirección más fiable ya que parece que el loco ha seguido calle arriba. Va andando por la calle, no sabe que podía querer ese hombre y es cierto que eso le provoca cierta curiosidad. Entonces lo ve. Esta parado en un semáforo, el muy cabrón se ha quitado la chaqueta y la lleva colgando del brazo, tampoco lleva la gorra, es posible que hubiese pensado que así él no lo encontraría. No sabe muy bien por que pero se sitúa justo detrás de él. Quizás si lo sigue un poco pueda descubrir algo más, de repente el tipo se da la vuelta y lo mira, él no le ha podido ver la cara ya que se ha dado la vuelta rápidamente para disimular, pero le ha parecido familiar, como si lo conociese. Cuando el hombre empieza a caminar él va detrás, pero le ve la intención de volver a darse la vuelta, así que de un salto se esconde detrás del morro de uno de los coches que esta parado ante el paso de cebra. Observa al hombre darse la vuelta por completo, pero le ve la cara de alivio al no verlo. Sigue caminando. Se a convertido en el perseguidor, sonríe ante esa ironía. Va siguiendo al hombre que antes le seguía a él a una distancia prudencial, no quiere que lo descubra, lo observa con curiosidad. El tipo se para a mirar un escaparate, va confiado con que nadie le sigue, entonces puede ver que mira atrás y lo descubre al final de la calle. Su ex-perseguidor lo ha pillado. Echa a correr calle arriba mirando hacía atrás y casi empujando a la gente. Cada vez corre más rápido. Él también corre, ya tiene mucha curiosidad por ese hombre y su comportamiento tan extraño. Aunque seguramente si corre es por que se siente atrapado, y no quiere dar explicaciones. Entonces el tipo hace un quiebro y desaparece detrás de un expositor de postales de las que compran los turistas. Él estira el cuello para ver mejor por donde se ha metido, están en una calle muy transitada, entonces sin saber como choca con una señora cargada de bolsas. Entonces, instintivamente se agacha para ayudar a la mujer. Se queda parado. No entiende como pero ha chocado con la misma mujer que ha chocado antes el tipo que ahora perseguía. Esta confundido. Ha pasado de ser perseguido a ser perseguidor, se mira en el escaparate de la tienda de la que salía la señora, entonces ve a su perseguidor con la chaqueta roja y la gorra amarilla. Es él mismo, la chaqueta rajo es la chaqueta reversible que llevaba colgada del brazo cuando salió por la mañana de su casa, y con su gorra amarilla la misma que ha comprado en la tienda de la calle cuando huía de sí mismo.             

martes, 26 de abril de 2011

La cama.

El tema era bastante sencillo: No podía bajar de la cama. Era una sensación extraña, pero tenia la absoluta certeza de que si bajaba los pies de la cama algo pasaría. No sabía por que pero estaba convencida. Todo había empezado al meterse en la cama y apagar la luz. Había empezado como un ligera sensación y ahora estaba totalmente convencida. Ni si quiera de pequeña creyó en que hubiese monstruos escondidos en los armarios o acechando en la oscuridad debajo de las camas, nunca había sido miedosa, pero ahora experimentaba esta sensación con creciente pavor. Hacia la media hora de estar tapada hasta las orejas con las mantas, había notado un pequeño temblor, no era continuo como el que pudiese causar la vibración de un aparato eléctrico, si no que iba y venía con una intensidad diferente cada vez. Puso la mano en la pared para ver si venía de la vivienda de al lado, pero no notó nada. Aquello venía de más abajo. La cama estaba encajada en una de las esquinas de la habitación, y el interruptor de la luz quedaba a un metro en la otra dirección, por lo que había que levantarse para poder encenderlo. Así que de momento tenía que permanecer a oscuras, atrapada. Mientras pensaba como iba a salir de esta, quizás solo tenia que dar un salto y ya estaba, o posiblemente lo mejor era esperar al día, empezó a notar movimiento más brusco debajo del colchón, y entonces la cama dio un pequeño salto. No fue muy brusco pero si la hizo dar un corto grito. En el mismo momento que ella soltó aquel alarido un sonido empezó a emerger desde el suelo, era un sonido rítmico, como una especie de “Kakakaka”. Se sentó en la cama. Le temblaban las manos. Agarro las mantas como las riendas de un caballo invisible y esperó a que aquel sonido pasase. Muchos hubiesen dicho que era un ruido sin más, pero a ella le sonó como una risa burlona que salía de una garganta ya seca. Ahora ya no valía decir que estaba asustada, estaba realmente acojonada. El sonido pasó. Aflojó un poco la presión sobre las mantas. Se quedó inmóvil poniendo toda su atención en captar algún sonido o movimiento más, sus ojos empezaban a acostumbrarse a la oscuridad. Veía a su alrededor la habitación teñida por el blanco de la luna, todo era blanco, negro y gris, como en una película antigua. Entonces pensó que quizás el problema no estuviese debajo de la cama, pensó que quizás estaba como la niña aquella de esa antigua película, la que bajaba las escaleras del revés y vomitaba de color verde. Aquello le provocó una sonrisa, pero al mismo tiempo que sus labios se curvaban alegremente, la cama dio un par de sacudidas, esta vez más fuertes, y empezó de nuevo aquel sonido. Kakakakaka...
Quizás el ser de allí abajo sabía lo que pensaba. Si era capaz de leer su mente estaba realmente jodida. No podía bajar de la cama, pero tenía que salir de allí, quizás esa cosa era peligrosa, o podía ser que “quizás” fuese solo una palabra para tranquilizarse...
Decidió que iba a saltar. Daría un salto muy largo, y aquello no la podría atrapar, si es que era esa su intención, si no al menos quedaría lejos de su alcance. Muy lentamente retiró las mantas, y se puso en cuclillas sobre la cama, como uno de esos corredores olímpicos, entonces cuando tensó los músculos para dar el gran salto, tres manos blancas como huesos de esqueleto empezaron a trepar frenéticamente por el borde del colchón. Ella dio un salto y se apretujó contra la pared mientras se abrazaba a si misma conteniendo en la garganta un grito de horror y asco. Las manos, escarbaban con avidez el borde de la cama, seguro que la buscaban a ella, eran huesudas y la piel tenia un aspecto gelatinoso, sembradas de venas, y con unas uñas picudas y negras en la base, seguro que estaban muy afiladas, ya que arañaban las sabanas y las rasgaban. Dejaban entre ver unos antebrazos igualmente flacos y asquerosos, que venían de debajo de la cama, la risa volvió a sonar, pero esta vez más rabiosa y fuerte, quizás la cosa se reprochaba el no haberla atrapado. Tras unos segundos más de búsqueda se retiraron igual de rápido que habían salido. Por un momento a ella le parecieron como esas pájaros de papiroflexia que se pliegan tan fácilmente. No sabía que era más inquietante, su aspecto o su numero. Tenia que bajar de la cama. Ahora era imperativo, aquello no se iría nunca, o quizás tampoco amaneciese. Además estaba bastante segura de lo que aquel ser quería. La quería a ella. Pensó que quizás podía engañarlo, la cama dio algunos saltos más, y la cosa no paraba de hacer aquel sonido que empezaba a desquiciarla. Tuvo una idea, se quitó los calcetines y los enrolló haciendo una bula peluda. Sin estirar mucho el brazo la lanzó al vacío, de debajo de la cama volvieron a aparecer las manos escuálidas, atraparon la bola-calcetín al vuelo, la estrujaron y la manosearon, cuando pareció que sabían lo que era, lo que había sucedido, le clavaron las uñas con violencia, estiraron y acabaron desmenuzándola y esparciendola
No ocurrió como ella había temido, al final amaneció, igual que amanecía todos los días. La única diferencia que hubo a otras veces fue la cama vacía y las mantas revueltas. Y debajo de la cama no había ni rastro. Ni rastro de nadie.  

viernes, 1 de abril de 2011

Mi perro.

Tuve aquel perro desde que era un niño. Lo encontramos en la carretera una noche que volvíamos a casa. De eso hacía ya más de 15 años. Cuando lo encontramos ya era mayor. Era uno de esos perros sin raza, peludo, de tres colores y diminuto. Fue un buen perro hasta el día que murió. Murió en paz, hacía meses que se le veía decaído, no podía subir al sofá por su propio pie ya que no tenía fuerza para impulsarse, y siempre tenía frío. Así que el día que le llegó la hora simplemente se recostó en su vieja camita y dejó de respirar. Yo me puse triste por la marcha de mi compañero, pero no era el primer perro que moría en mi casa, ya habíamos tenido un par más, así que mi padre hizo el mismo ritual que con los anteriores, envolvió el cadáver en una bolsa de plástico y lo enterró en el patio trasero de nuestra casa. Como sabía que yo tenía mucho afecto por el animal, decidió enterrarlo justo en el parterre de flores amarillas que había plantado debajo de la ventana de mi habitación.
Yo no estaba en casa en el momento en el que murió, cuando llegué y me contaron lo sucedido me entristecí por no haber estado al lado de mi amigo en ese último momento. Así que bajé a ver su tumba. Estando allí plantado pensé que el lugar que había escogido mi padre para enterrarlo había sido algo extraño, ya que este no era un hombre muy sentimental, y a los dos anteriores los habíamos enterrado juntos en el otro extremo del jardín a pesar de que había dos años de diferencia entre sus muertes.
A pesar de eso me quedé mirando el montoncito de tierra, pensando que aquel animal había compartido conmigo la mitad de mi existencia. Eso me entristeció todavía más. Pero así era la vida.
Aquella noche me fui a dormir sintiéndome extraño. Achaqué aquella sensación a la reciente perdida, y no le di más importancia, me metí en la cama, e intenté conciliar el sueño. Justo cuando estaba quedándome dormido, un sonido agudo me despertó de repente. Era el perro que ladraba. No se por que pero a ese perro le daba por ladrar cuando estaba solo, puede que tuviese miedo, a lo mejor si los perros pudiesen hablar nos sorprenderían mucho con sus palabras... Un momento, el perro no podía estar ladrando, mi perro había muerto por la mañana, abrí la luz y me levanté para mirar debajo de la ventana. Estaba oscuro, no se veía nada, pero se oyó un gruñido que no supe identificar. Me asusté, así que esa noche me fui a dormir al sofá. A la mañana siguiente cuando desperté después de un sueño ligero y entrecortado recapitulé sobre el perro ladrando en el jardín. Debió ser otro perro, seguramente el de algún vecino que al notar la ausencia del mío decidió ser la estrella de la noche. Asunto zanjado.
De todas formas no me pude sacar la idea de la cabeza durante todo el día. Llegada la noche, decidí desterrar aquellos miedos infantiles de mi mente e ir a acostarme a mi cama, al fin y al cabo aquello era una tontería.
Estuve en vilo durante un largo rato, esperando oír al perro ladrar otra vez, pero hubo silencio durante todo el tiempo. A mitad de la noche desperté por un golpe. Parecía que algo se movía entre las sombras de mi habitación, encendí la luz pero no vi nada, así que la apagué y me volví a acostar. Oí el ruido durante unos minutos más, aquello se aproximó a mi cama, y después se hizo el silencio. Intenté escuchar algo más pero fue inútil. Silencio absoluto. Me tape la cabeza con la manta y apreté los ojos, poco a poco fui relajándome, ya cuando estaba a punto de dormirme me pareció oír una respiración pausada, como de alguien o algo que duerme, pero ya había tenido bastante de tonterías por una noche, así que finalmente me dormí.
Por la mañana mi madre me despertó de un grito. Vino a mi habitación y empezó a gritarme, yo no sabia por que, cuando me levanté de la cama lo entendí. Puse mis pies desnudos sobre el suelo y lo noté extraño, estaba arenoso. Entonces lo vi. Todo el suelo estaba cubierto de tierra, había un reguero de barro que venía desde el jardín de atrás hasta mi habitación, había pequeñas patitas dibujadas en él. Yo estaba deshubicado, no entendía lo que estaba sucediendo. Mecánicamente me asomé a mi ventana, miré hacia el parterre de debajo de mi ventana, y vi las flores amarillas rotas y desparramadas por el suelo, y la tierra revuelta. Entonces si entendí.    

lunes, 21 de marzo de 2011

La brillante tranquilidad.

- Pero ¿Estás segura de que lo viste caer aquí?
- Aquí exactamente... bueno, cayó por esta zona eso seguro.
- ¡Venga ya! No se como vamos a encontrarlo si ni si quiera sabes donde está... O de si realmente cayó...
- Era un meteorito, eso lo se seguro, pero como brillaba tanto no pude verlo con claridad...
- ¿Que brillaba? ¿Estas segura de que no lo soñaste?


Estaba segura de que no lo había soñado. Tenía el momento muy vivido en su recuerdo. De hecho todavía se veía sentada allí en el porche la noche anterior. Disfrutaba tranquilamente de la brisa nocturna. Era todo un placer estar allí, saborear aquellos pequeños momentos. Era por eso que la pareja había decidido mudarse a la casa de campo, que mas bien era una casa enorme situada al borde de una espesa arboleda que acababa convirtiéndose en un frondoso bosque. Siempre que podía, que eran casi todas las noches, salía y se sentaba un rato bajo el viejo porche, y miraba las estrellas, el cielo, o simplemente escuchaba los ruidos de la noche envuelta en una gruesa manta. Pero la noche anterior, estando sentada en aquel remanso de paz un sonido como de algo que se rasga interrumpió su ensimismamiento, el ruido, muy alto por cierto, provenía del frotamiento del aire nocturno al dejar paso a un objeto que caía desde el cielo a gran velocidad. En un primer impulso pensó que era un avión, o algo más pequeño como una avioneta, que se iba a estrellar contra el suelo, veía a aquella cosa describir una línea elíptica desde algún punto muy a la derecha de la estrella polar. Se levanto conforme aquella cosa se iba acercando, parecía que iba a chocar contra la casa, en su avance imparable, descubrió que no podía apartar la vista de él, de pie esperando que aquel objeto que caía la aplastase contra el suelo campestre, empezó a distinguir la masa que descendía rápidamente, no era un avión o cualquier otro aparato parecido, como había pensado en un primer momento, sino algo informe, o quizás con una forma que ella jamás hubiese podido imaginar, y brillaba. Aquello brillaba no con el resplandor del fuego o la luz eléctrica, si no con un cálido resplandor violáceo que la invitaba a seguir allí de pie esperándolo. Entonces cayó. No hizo el estruendo esperado, si no que sonó como un fardo de hojas al caer, con un leve “puf”, ni siquiera hubo humo, o árboles caídos, solo el sonido de algunos animales que anidaban en la zona y ahora huían. El objeto había caído en el linde de la arboleda que había enfrente de la casa, y desde allí era posible saber donde había caído por que se podía distinguir ese tenue resplandor, como una llamada amorosa, como el que espera un cálido abrazo. A partir de ese momento la mujer ya no recordaba más.

A la mañana siguiente, aquella mañana, había despertado en su cama, las sabanas estaban sucias de tierra y pequeños guijarros, y ella tenía el pelo enredado y sembrado de hojas y agujas de pino. Cuando su compañero le pregunto que había pasado, ella solo pudo contarle que había visto caer algo del cielo, y algo de un sonido, olor a fresas y galletas, no pudo decir más. Él determino que era un meteorito, sin dar la menor importancia a las divagaciones que ella empezaba a hacer. Caían muchos en la tierra durante la noche, ¿así que por que no había podido caído un en su terreno? Con aire resuelto, y queriendo dar menos importancia de la que en realidad le daba, decidió que los dos saldrían a buscar aquella pequeña roca voladora, quizás fuese útil para algo (como pisapapeles pensó él) o para alguien (investigadores que pagarían por el trozo de roca...) Ella le siguió con los brazo cruzados y agarrándose los hombros, con una mirada distraída y tranquila, como si todavía pudiese ver la extraña luz.

Llevaban casi una hora buscándolo cuando él empezó a desesperar. Había hecho un barrido de unos tres metros. Entonces empezó a pensar que debía ser algo muy pequeño, tan pequeño que era posible que nadie pagase por ello. Se levantó y miró a la mujer. La vio extraña. Seguía allí de pie, agarrándose los hombros con tanta fuerza que la piel debajo de sus uñas se veía de color blanco. Ella no se había movido del sitio desde que habían salido de la casa, estaba rígida como una tabla, vigilando todos sus movimientos, pero a pesar de esto su rostro presentaba una tranquilidad armoniosa que le obligaba a seguir mirándola. Entonces ella le sonrió y él pudo apreciar que sus encías se habían vuelto de color morado. No le asusto, pero si camino hacia ella con paso curioso y lento.
Y ella se quedó de pie allí esperándolo, de pie delante del objeto que había caído la noche anterior, que en este momento estaba recuperando su brillo violáceo. Él no había podido verlo por que ella lo había ocultado durante todo este rato, pero en cuanto se acercase del todo ya no tendría que esconderlo más, el también vería el brillo embriagador y todo cambiaría. Entonces serían los nuevos él y ella en un nuevo mundo.   

martes, 8 de marzo de 2011

Peludú (O la pequeña perluquería de los horrores)

Estas dos (cosas) mujeres vivían entre nosotros desde hacía centenares de años. Seis o siete aproximadamente. Aparecieron, por que no se podía decir que hubiesen nacido, siendo dos doncellas jóvenes. Empezaron a practicar su magia negra como cocineras. Cada 20 o 30 años cambiaban de lugar y de profesión, así que a estas alturas habían ejercido de curanderas, enfermeras, asistentas, barberas, camareras, acompañantes costureras, granjeras y quién sabe cuantas cosas más. Siempre habían sido hermosas por fuera, pero por dentro no eran más que un amasijo de maldad y fealdad. No eran de este mundo. Dos entes que necesitaban de nosotros para sobrevivir, dos mujeres jóvenes, con rostros preciosos, piel de melocotón, pero manos como garras. Las tenían ásperas como papel de lija, era lo único que no habían podido esconder de su verdadera identidad, unas pezuñas de animal que a pesar de que siempre llevaban enguantadas se sentían como dos garfios mortales.
Habían ido envejeciendo con el paso del tiempo, pero no de una forma natural, a pesar de que en realidad eran mas que tricentenarias parecían simplemente un par de viejecitas adorables. Actualmente regentaban una pequeña peluquería en el centro de la ciudad. Empezaron a cortar pelo sobre los años 40, así que ya estaban a punto de cerrar el negocio y marcharse a otro lugar.
Su oficio era una tapadera. En la peluquería recogían objetos personales de sus clientes (a veces fortuitos, a veces recomendados por alguien) muestras de pelo, o otras cosas de los que pasaban por allí, y luego las utilizaban para hacer pequeños muñecos de galleta que devoraban con avidez. La galleta representaba el alma del cliente, y esto era precisamente lo que esas dos (cosas) mujeres necesitaban para perdurar. Mientras ellas devoraban el manjar que les daba la vida eterna la piel de su rostro se tensaba, las canas volvían a tomar color, y sus pechos se volvían turgentes como habían sido antaño, pero el cliente caía desplomado donde fuese que se encontrase. Caía sin vida y sin alma, daba un buen susto a quienes estaban a su alrededor, y dejaba a la familia del difunto desconsolada y llorosa, con el por que de una muerte tan repentina en los labios, “si no estaba enfermo, ayer mismo hizo planes para sus vacaciones, hacía apenas unos días que había ido al medico”. Causa de la muerte: Circunstancias Naturales. Pero de natural tenía bien poco.

El tercer protagonista de esta historia se levanto una mañana y se dio cuenta de que el flequillo le caía por encima de los ojos. Decidió que debía ir a la barbería. Tampoco es que fuese cliente asiduo de ninguna, así que entraría en la primera que encontrase de camino al trabajo.
Cuando entró en la pequeña peluquería notó el olor a amoniaco que se usaba en las permanentes antiguas, fotos de peinados que debían tener al menos 20 años colgadas en las paredes, y la pintura que ya amarilleaba. Una de las dulces viejecitas que regentaban el local le indicó que debía sentarse en una de las viejas sillas de barbero tapizada con cuero verde botella. Cuando le pusieron el babero se dio cuenta de que estaba roído en un borde, y la anciana peluquera que se lo colocaba apenas pudo levantar los brazos, costosamente se lo anudo al cuello, soltando un pequeño gemido al hacer el nudo. La peluquera tardó casi una hora en recortarle los cabellos. Sus dedos artríticos, protegidos por guantes blancos de lana, (una antigua costumbre lo más seguro), se enrollaban alrededor de las argollas de las tijeras. Sacaba la lengua en cada corte que realizaba, fijando su mirada muy atentamente y haciendo muecas cada vez que tenía que apretar. Su ayudante, una señora igualmente vieja, estaba de pie a su lado, revisando con ansiedad su trabajo. Las dos mujeres acabaron la tarea, mientras la que le había cortado el pelo le acompañaba a la salida, la otra se agachaba gruñendo para recoger con un diminuto cepillo los pelos recortados del suelo.

Una media hora después, el hombre llegó al trabajo. Mientras se sentaba en su mesa, y encendía su ordenador empezó a encontrarse raro. Se levantó para coger un vaso de agua, lo bebió de un trago, y al apoyar el vaso sobre la mesa, perdió la fuerza y cayó desplomado en el suelo del despacho. Apenas 20 minutos después le diagnosticaron una muerte por causas desconocidas. Su madre lloraba desconsolada al otro lado del teléfono.

A apenas 40 minutos de allí, mientras metían el normal cadáver en una bolsa de plástico, dos mujeres de unos 40 años con aires renovados salían de una pequeña peluquería del centro, colgando tras de si el cartel de Cerrado, cambiando así otra vez de lugar y también de profesión. 

viernes, 25 de febrero de 2011

Puntos de vista.

Desde aquí:

Me preparo para salir al rellano. Los vecinos de este bloque me vigilan en cada momento, siempre expían a donde voy y de donde vengo. Tengo que llevar mucho cuidado de no dar ningún paso en falso, por que si así fuese, ellos lo utilizarán como pretexto para pedir (otra vez) que se me expulse de mi vivienda de alquiler. Así que después de hacer un par de respiraciones intensas, abro la puerta, salgo al rellano, y la cierro tras de mi girando la llave. Siempre cierro la puerta de este modo, ya que si no también se quejarán del ruido de mis portazos. Avanzo por el pasillo con la cabeza erguida, pero vigilando a mis espaldas, se que me espían. Me observan desde las mirillas y las ventanas, para asegurarse de que me he marchado. Quizás durante todos estos días solo esperan a que me largue para robarme, entrar en mi piso y llevarse todas mis cosas, o algo peor... Mientras sigo mi camino, apoyo la mano en las puertas desde las que sé que vigilan mi marcha, con este gesto sutil quiero que sepan que yo se que están ahí mirándome , ellos querrán hacer de mi vida un infierno pero yo no desistiré en la lucha tampoco. Cuando estoy cerca del portón de la calle, se cruza en mi camino la asistenta. Barre y friega las escaleras todos los días por una miseria, pero es una rechoncha señora casi sesentona que se permite juzgarme cuando paso a su lado, como todos los demás que viven aquí, lo veo en su mirada. Mientras avanzo por delante de ella, abraza con fuerza su escoba, como si yo quisiese robársela y pone esa extraña cara de pánico, pobre cerdita asustada. Le hago un gesto con la cabeza, a modo de saludo, con una sonrisa muy cordial de mi parte, y ella a su vez exhala un pequeño gritito y retuerce aún más el mango de su escoba y casi parece que se va a echar a llorar, sé que le escandaliza que yo la siga saludando todos los días, quizás su pobre mente no consiga entender que yo también tengo estrategias en esto de la guerra de vecinos.
Por fin consigo abrir la puerta de la calle y llegar al exterior, voy a dar el primer paso del día en la acera. Al igual que todos los días oigo la respiración de alguno de los vecinos en el telefonillo de la entrada, así de exhaustivo es su seguimiento, así todos los días. Pero yo no me rindo, me dirijo a la rejilla del micrófono, la que esta situada debajo de los timbres, y le digo con toda cordialidad al espía: “Buenos días, ya me marcho”

Desde el otro lado:

Todos los vecinos saben que va a salir al rellano. Ese loco que vive ahí les esta arruinando la vida. Todas las mañanas al salir a la calle empieza su paranoico ritual, despierta a todos los vecinos con sus gritos y sus escándalos. Han pedido miles de veces que se le expulse del bloque, que le lleven a un sanatorio o a un psiquiátrico, pues parece que pronto se le quebrará el único hilo que lo mantiene cuerdo y algún día va a hacer una locura. Antes de abrir la puerta de su casa el tipo se pone justo en el quicio de la puerta y lanza dos grito abominables y escalofriantes, esa es su forma de avisar que esta listo para la trifulca del día, que va a salir a la calle. En este momento todos los vecinos cierran sus puertas y se preparan: empieza el espectáculo. Una vez esta en el pasillo cierra la puerta dando un golpe tan tremendo que hace vibrar las paredes, después coge sus llaves y avanza metiéndoselas en la boca. Empieza su marcha macabra por el pasillo de salida. Va encorvado, con las manos y los brazos crispados como garras, como un animal que esta apunto de saltar sobre su presa. Avanza a zancadas enormes pero muy lentas, mueve la cabeza de lado a lado, analizando cada sonido y olfateando el aire como si estuviese en mitad de la selva. En ese momento oye algo, esta completamente seguro de que viene de detrás de una de las puertas, como una bestia humana empieza a recorrer el pasillo de puerta en puerta, les da patadas y golpes, intenta ver algo por las mirillas, araña la madera y grita. Grita como un energúmeno. En la mayoría de las puertas hay marcas y arañazos que este hombre ha ido haciendo con el paso de los días. Casi a llegado a la salida, pero entonces se encuentra con la asistenta. Esta mañana no ha tenido tiempo de esconderse en el cuarto de las escobas como tantas otras mañanas. Ella se aferra a su escoba, dispuesta a empuñarla como una espada si ese hombre decide atacarla de repente. Él la mira de la cabeza hasta los pies, después le escupe y el gargajo del demente le cae en el hombro. Quiere echarse a llorar, pero si lo hace quizás el león la vea como una gacela herida y salte sobre ella para devorarla, así que se queda quieta viendo como él se marcha sin quitarle los ojos de encima.
Por fin ha salido del edifico. La puerta de entrada, que en su día estaba acristalada, ahora solo muestra barrotes desnudos, ya que el maltrato de este hombre obligaba a cambiar los cristales rotos cada semana, al final decidieron no reemplazar más el vidrio. El vecino psicópata permanece en el portal, parece que el sol calma sus instintos de locura, entonces da un giro brusco hacia el telefonillo de la entrada, empieza a llamar a todos los timbres con las dos palmas de las manos abiertas, dando manotadas como un mono hambriento, riendo histéricamente y aullando: “¡¡¡Ya me marcho, cabrones, me marcho!!!”   

lunes, 14 de febrero de 2011

En San Valentín.

Se casó con él hacía ya 46 años, lo hizo por amor. Los primeros años de matrimonio fueron como el cielo. Al llegar las bodas de plata la feliz pareja había cambiado amor por cariño y por costumbre, y ahora que su unión llegaba a la edad dorada, el cariño y la costumbre se había transformado en aborrecimiento y odio. No era por que fuese un mal hombre, no la maltrataba ni abusaba de ella, pero la vejez le trajo ciruelas amargas convirtiendo el carácter de su marido en huraño y malhumorado. En resumen: se había convertido en un cascarrabias, y ella ya había olvidado todo el amor que compartieron en los primeros años.
Ella era ama de casa desde su feliz casamiento. Era la dueña del hogar, hacía, iba y venía cuando quería y como quería sin que nadie estorbase, pero desde hacía algunos meses él se había jubilado, lo que quería decir que había vuelto a casa, invadía su espacio y estorbaba. Y eso por no hablar de sus manías, era un hombre ruidoso, cuando veía la televisión se entretenía metiendo y sacando la dentadura postiza de la boca, hacía sonar sus llaves dándoles la vuelta en el dedo como un vaquero de película, iba al baño y orinaba con la puerta abierta de par en par y cantando a voz en grito, y lo peor de todo: fumaba como una chimenea. Fumaba a todas horas y sin parar. Su esposa pensaba que en lo que podían ser los últimos años de su vida, pues era evidente que ya no era joven, no quería pasar por este suplicio, así que decidió matarlo.
Para la noche del 14 de febrero había preparado una cena especial, beberían, de hecho conociendo a su marido, él bebería mucho, y para el postre ella le serviría pastel aderezado con una considerable cantidad de barbitúricos. El plan era simple, emborracharle y drogarle hasta que su cuerpo de viejo dijese “basta”. Lo metería en la cama y dormiría con él, como si nada hubiese pasado, así cuando por la mañana tuviese lugar el descubrimiento del cadáver ella podría decir sin problemas, “no podía dormir y se tomó algunas pastillas, los dos habíamos estado bebiendo, no vi que pasase nada fuera de lo normal...” Lo que más le desagradaba era tener que compartir el sagrado lecho matrimonial con un cadáver, pero teniendo en cuenta que su amor había fallecido hacía ya mucho, tampoco era un suplicio. Después vendría la parte fácil, heredar lo poco que el inútil de su marido hubiese podido ahorrar, y vivir sus últimos años feliz y dignamente.

La cena había ido tal y como ella la había planeado, casi cuando todavía quedaba la mitad de la tarta barbitúrica que le había preparado, su marido cayó desplomado en la silla, estampando la cabeza en el plato de postre con tal fuerza que había conseguido partirlo. Con mucho esfuerzo lo había arrastrarlo hasta la cama, le había embutido el pijama, y había preparado el baño como si un anciano borracho hubiera rebuscando en el armario de las medicinas y se hubiese tomado aproximadamente 100 píldoras del bote de somníferos. Al final de la estupenda velada se metió en la cama sin remordimientos de conciencia por haberle dado a su marido un final a lo Marilyn Monroe.

A la mañana siguiente la despertó el sonido de la ducha, y su marido cantando como un Pavarotti demenciado mientras le caía el agua sobre la cabeza. Abrió los ojos de golpe, evidentemente su plan había salido mal, el muy cabrón estaba como una rosa, era posible que no tuviese ni resaca después de la borrachera monumental de la noche anterior. Él en la ducha tan alegremente, sin ser consciente de lo cerca que había estado de una muerte plácida, y ella con la cabeza apoyada en la almohada con los ojos apretados por la ira, y al borde de las lágrimas. En aquel momento se oyó un estruendo en el baño, se pudieron escuchar el crujir de cristales al estallar, y un golpe sordo acompañado de un gemido. Un bote de champú embadurnado de espuma rodó hasta la puerta abierta del baño.

Ella se asomó por encima del bote, recogiéndose con la mano los faldones del camisón, finalmente el viejo había pasado a mejor vida de la forma en que lo hacían muchos, resbaló en la ducha y se golpeó el cráneo duro contra el suelo. Había acabado todo, la recién viuda, se apoyó contra la pared del pasillo y cerro los ojos mientras sonreía. Ahora ya solo quedaba la parte fácil.