Un gato aventurero atravesó como un
rayo los dos carriles desiertos de la calle. Se paró junto a los
contenedores de basura y husmeó de su alrededor en busca de algún
delicioso manjar desechado. Una furgoneta de alquiler entró
derrapando por el extremo oriental de la calle a una velocidad
inadecuada y a pesar de que la calle era bastante ancha para circular
el furgón lo hacía por el centro de la calzada. En su interior dos
hombres escudriñaban las aceras en busca de algo. El que estaba
sentado en el asiento del copiloto señaló con aire de victoria los
contenedores en los que se encontraba el gato, el animal que vio
acercarse la furgoneta a velocidad pasmosa erizó los pelos de su
dorsal y después se escondió entre unas cajas de un salto. La
furgoneta paró sus cuatro ruedas con un chirrido y dejó un olor a
goma quemada en el ambiente. Los dos hombres bajaron del vehículo
todavía en marcha dejando sus respectivas puertas abiertas,
apresurándose abrieron la parte trasera del furgón. Por un instante
pareció que olvidaron toda la prisa que antes tenían y se quedaron
mirando lo que fuese que había allí dentro.
- Tenemos
que deshacernos de eso. - Dijo el que había estado sentado en la
parte del copiloto.
- Pero no
podemos dejarlo aquí tirado en la calle, podría pasar algo.
Dijimos que íbamos a llevarlo a la planta de reciclaje. - respondió
el otro mirando receloso a su compañero.
-Es peligroso y lo sabes, no
podemos arriesgarnos. Dejémoslo aquí, el camión de la basura
vendrá a por él y se lo llevará. - Con este último argumento
convenció a su compañero. Le dio una palmadita en la espalda y los
dos comenzaron a ataviarse con guantes, mascarillas y gafas
protectoras. Entraron, forcejearon tan solo un minuto y entonces el
conductor salió primero: parecía que estaban cargando con algo muy
pesado. El hombre siguió tirando de aquella cosa y poco a poco fue
apareciendo un sofá. Era una de esas butacas antiguas y enormes con
orejeras. Era de color verde esmeralda con ribetes dorados y a decir
verdad parecía en muy buen estado y de buena calidad. Estaba
forrado con tela de jaquard estampada con dibujos geométricos de
estilo rococó. Los dos hombres lo dejaron sobre la acera, al lado
de los contenedores de la basura sin ningún miramiento y sus cuatro
patas con forma de garra de león doradas apenas se estropearon por
el fuerte golpe. Mientas el copiloto cerraba las puertas traseras
del furgón de un golpe el conductor se quedó mirando aquel
precioso mueble.
- Vamos, tenemos que marcharnos. -
le instó el copiloto.
- No podemos dejarlo ahí... Así. -
Dijo el conductor como si estuviese hablando de un cachorro apunto
de ser abandonado – Deberíamos cubrirlo con algo, o esperar a ver
si vienen a llevarselo...
- No lo mires, déjalo ahí. ¿Es
que ya no recuerdas todo lo que ha hecho? - Sentenció el copiloto.
La expresión en la cara de su compañero cambió, apartó la
mirada bruscamente y corrió hasta el furgón de alquiler.
Los dos hombres subieron al vehículo
en el que habían venido y con la misma velocidad exagerada con la
que habían llegado se fueron. El gato callejero salió de su
escondite, primero asomó la cabeza para comprobar que el peligro
había pasado y vio el sofá. Majestuoso se erguía sobre la acera
como un príncipe, o mejor; como un rey. Al verlo salió por
completo de entre las cajas y se acercó ronroneante a su nuevo
compañero de contenedor. Al llegar hasta él se frotó el costado
sobre uno de los lados del asiento. La tela era suave. Sin pensarlo
y olvidando su hambre se subió de un salto, y haciéndose un ovillo
el delgado gato pardo se dispuso a pasar la noche en aquel
maravilloso lugar.
Pasadas unas horas comenzó a amanecer
en las calles y nadie había venido a recoger la basura. Lo que los
dos hombres no sabían era que aquella misma noche el camión que
hacía esa ruta se estropeó dos calles más abajo dejando el
servicio incompleto. De ese modo, el sofá seguía en el mismo sitio
donde lo habían dejado. La primera persona en pasar junto a él fue
una estudiante, iba en un grupo de tres. Una chica de unos veinte
años que vivía en un piso compartido. Siempre que pasaba por los
contenedores y había muebles alrededor acababa inspeccionándolos
por si todavía eran útiles. En la mayoría de los casos lo eran. Y
es que cuando se es estudiante no es extraño recoger cosas de la
basura de vez en cuando. Pero cuando vio aquel sofá se quedó
maravillada se acercó arrugando la nariz por el olor de la basura
apilada y alargando la mano acarició el respaldo. Fue una sensación
maravillosa, como tocar un abrigo de visón. En un pis-pas y sin
dudar convenció a sus compañeros de piso y entre los tres subieron
el sofá a casa. Vivían a penas un par de portales más allá de
los contenedores. Una vez estuvo arriba lo situaron en el salón
abarrotado de muebles viejos y semi-destruidos, botellas vacías y
envoltorios de comida. La estudiante que había madrugado para ir a
la biblioteca al ver el sofá allí se planteo pasar la velada de
estudio en casa. Sus compañeros la animaron para volver a emprender
el camino, y ella salió del piso sin dejar de mirar aquel
maravilloso hallazgo. Durante la mañana de estudio no pudo
concentrarse. En el parón del almuerzo contó a otros amigos que se
les habían unido el fantástico encuentro en los contenedores de
basura. Estaba simplemente encantada. A medio día no pudo controlar
sus ansias por volver a ver el sofá y dio la jornada por terminada
volviendo a casa. Al llegar dejo sus cosas en el suelo de la entrada
y fue directamente a sentarse en el sofá verde y dorado. Al hacerlo
la invadió una sensación de tranquilidad que solo estaba superada
por la comodidad de aquel asiento. ¿Como alguien había podido
abandonar algo así en la calle? Era en lo único que podía
pensar. Entonces notó algo debajo de sus posaderas. Algo duro se
movió dentro del cojín del asiento. Ella se levantó de un salto.
Se había asustado. “Bueno, si ha estado en la basura es posible
que tenga ratas...” La idea de un nido de ratas en el interior de
lo que ahora era su posesión más preciada la inquietó. No podía
permitirlo. Sin pensar, casi como un autómata bajó al supermercado
y compró todo tipo de enseres de limpieza. Pasó las siguientes
horas limpiando. Primero limpió su sofá. Con un cepillo arrasó con
unos cientos de pelos gatunos que había en el asiento, sacó brillo a
las patas doradas, y frotó la tapicería, incluso se atrevió a
abrir el cojín del asiento para comprobar si había un nido de
ratas allí dentro. Por suerte, la espuma del interior estaba
limpia. Aquello que notó debió ser alguna cucaracha o algo por el
estilo. No había de que preocuparse. Entonces miró su sofá,
limpio y reluciente, y miró a su alrededor. El salón de aquel piso
de estudiantes estaba asqueroso. No habían limpiado en semanas,
aquello era intolerable, aquel precioso sofá no merecía estar
entre tanta suciedad. Así que se puso manos a la obra y empezó a
limpiar la casa con un frenesí maníaco propio de la mejor chacha
cuarentona. Sobre la hora cenar llegaron sus compañeros de la
universidad. Casi no pudieron abrir la puerta, ya que el pasillo y
la entrada estaban abarrotados con los otros muebles recogidos de la
basura. Cuando preguntaron que estaba pasando, la chica sin dejar de
limpiar les contestó que aquellos muebles eran impropios para estar
con su nuevo sofá. Ellos rieron pensando que era un broma. Ella
siguió limpiando. Aquella noche los otros dos chicos cenaron en la
cocina, ya que el comedor estaba impracticable a causa del olor a
desinfectante y por el hecho de su compañera seguía limpiando sin
descanso. Cuando ellos fueron a dormir, ella subida a una escalera
frotaba las paredes con ansia consiguiendo sacar el auténtico color
de la pintura y no aquel amarillo sucio derivado del tabaco. Hacia las 7 de la mañana
todo estaba limpio. No solo el salón, si no cocina, baños y su
habitación. Incluso intentó limpiar una de las habitaciones de los
otros, pero fue expulsada de ella al grito de “¿Tu eres
gilipollas o que te pasa?”. Tan sólo quedaba sacar los antiguos
muebles que habían sido descartados al pasillo, y puesto que sus
compañeros dormían, tuvo que bajarlos sola arrastrándolos por las
escaleras y la acera. Casi a las diez de la mañana había
conseguido bajarlos todos. La casa estaba limpia, ya era digna de su
sofá. Sin darse cuenta de lo reventada que estaba por el cansancio y de que sus compañeros de estudio ya habían salido
hacia sus clases, fue a su sofá ella se sentó de nuevo en él, si no hubiese sido
por que sabía que era materialmente imposible ella podría jurar
que aquel asiento la abrazó, la arropó con la calidez de un
amante. Después de horas de trabajo se quedó allí dormida. Cuando
sus compañeros volvieron a casa ya entrada la noche, la encontraron
todavía sentada en aquel sillón. Tenía un aspecto extraño. Estaba
algo demacrada y con la mirada perdida acariciando los brazos de su
sofá. Ellos le dijeron que iban a salir a tomar unas copas, ella
respondió que se quedaría en casa. Pasó la mitad de la noche en
aquella misma postura, incluso se volvió a quedar dormida. A eso de
las 5 de la madrugada sus amigos volvieron a casa y la encontraron
durmiendo en una posición incomoda en aquella butaca, tenía las
piernas enredadas y la cabeza colgando de su cuello en un ángulo
extraño. La cogieron entre los dos y la dejaron en su cama, ella ni
se enteró. A la mañana siguiente se despertó y se sentía como si
tuviese una resaca extraña aunque podía pensar con más nitidez
que en sus últimas horas despierta, en su sopor de recién
despertada no apreció la diferencia ni pensó donde estaba, pero
pasado un momento se dio cuenta repentinamente de que no estaba en
su sofá. Se levantó de un salto y fue al salón, al llegar lo que
vio la escandalizó, uno de sus compañeros estaba sentado en su
sillón. Desayunaba cereales de un bol, y la leche le chorreaba en el
trayecto del plato a la boca manchando su butaca. Aquello fue como
cazar a un marido infiel. Se acercó a ellos y de un manotazo lanzó
el bol de cereales que se estrelló contra el suelo derramando todo lo que contenía. El chico sentado en el sofá la miró atónito y ella
empezó a gritarle incoherencias. Ante el escándalo el otro de los
chicos que vivía allí fue corriendo al salón, tras gritarle
durante unos minutos al que estaba sentado, ella consiguió que se
levantase del sofá. “Es mío, no puedes sentarte ahí”. Fue una
de las cosas que más repetía.
- No se que pasa con este sillón,
tampoco es tan maravilloso, además lo encontramos en la puta basura
– Argumentó el otro chico que había venido por los gritos, y
tras decir aquello apartando a su compañero y en un intento de
calmar a su amiga se sentó en la butaca. Ella se llevó las manos a
la boca, como el que tiene que contemplar una escena horripilante,
al sentarse el chico lo notó como un asiento corriente, incluso
algo incomodo, se removió en el asiento para ver si la experiencia
mejoraba al encontrar la posición adecuada, y entonces notó algo
duro en él.
- Aquí dentro hay algo.- Y mientras
lo decía se levantó y se puso a desmontar el sillón, la chica soltó
un grito desgarrador y se lanzó hacía delante, pero el chico que
había estado antes desayunando la paró antes de que se abalanzase
sobre su amigo. Este sacó el cojín del asiento, y al hacerlo vio
que el fondo del respaldo estaba abierto en su base, metió la mano
y efectivamente toco algo duro allí dentro. Lo agarro y tiró de
ello hasta sacarlo. Al hacerlo un extraño olor a rancio invadió la
habitación. Todos se quedaron mirando aquella cosa. Era una
figurilla de gato de color marrón indefinido. Estaba en una
posición como si estuviese dormido, con la cabecita apoyada en sus
patas delanteras y la cola enrollada sobre el estómago. Además
apestaba. El chico la dejó sobre la mesilla de café que había
frente al sofá.
- Esto es demasiado extraño para
mí... - Dijo el primer chico y salió de la habitación. El otro lo
siguió oliéndose con cara de asco las manos. Ella se abrazó a si
misma y se quedó mirando aquella figura de gato. Se sentó en su
sofá y esto la hizo sonreír de satisfacción. Casi sin pensar
cogió la imitación de gato para observarla. Era casi perfecta en
sus formas, podía verse bien definida toda la anatomía del animal,
le dio un pequeño golpe para ver si por el sonido podía
identificar de que material estaba hecho. Estaba forrado en tela. Al
cabo de un momento se relajó en su trono, dejo al gato de tela
sobre su regazo y se sumergió en la abstracción de la nada. No fue
consciente de cuanto tiempo pasó allí sentada, sus compañeros
solo se volvieron a acercar a ella para decirle que se marchaban el
fin de semana a casa de sus respectivos padres, que volverían el
domingo. Ella sin darse apenas la vuelta los despidió con una mano
mientras con la otra acariciaba el gato entelado sobre su regazo.
“Debe ser viernes” pensó.
Al entrar en el piso una súbita
oleada de peste a descompuesto les abofeteó. Su primear reacción frente a aquel olor fue llevanse las manos a la nariz y echarse
atrás. Uno de ellos incluso pensó que aquel aire estaba demasiado
contaminado como para querer respirarlo siquiera por la boca. El
otro pensó que otra vez debían haber dejado comida fuera de la
nevera y se había podrido, aunque las otras veces no había olido
así. Era domingo por la noche y volvían a su piso después del fin
de semana. Dejaron sus cosas en sus respectivas habitaciones y de
dirigieron a la cocina en busca de los alimentos podridos. Pero allí
estaba todo limpio. Fueron avanzando por el piso en busca de lo que
podía ser el causante de esa peste. Cuando fueron acercándose al
salón el olor se intensificaba. Allí estaba todo oscuro, las
ventanas cerradas y las luces apagadas. Se apresuraron a abrirlas y
ventilar el ambiente ya que el olor era insoportable en esa
habitación. Cuando se hizo la luz la encontraron. Era de ella de
donde emanaba el olor, era su compañera. Todavía vestida con la
misma ropa que llevaba el viernes pasado, seguía sentada en SU
sillón. Solo que ahora había una diferencia y es que parecía que
había partes de su cuerpo que formaban parte del propio asiento. Todavía con la mano sobre el gato de tela, parecía que no se
había levantado ya desde que ellos la dejaron allí. No podían
decir si respiraba o no. La otra mano la tenía sobre el brazo de la
butaca, pero esta ya no parecía su mano, si no que su piel se había
convertido en áspera y gruesa, cuando la miraron más de cerca
llegaron a la disparatada conclusión de que la piel de su mano y su
brazo se había transformado en tela. Y lo mismo le pasaba en las
dos piernas, en la mitad de su cara y en gran parte de su cuerpo.
Estupefactos comprobaron que finalmente ella había pasado a ser
parte de su preciado sofá.