domingo, 30 de septiembre de 2012

El sillón.


Un gato aventurero atravesó como un rayo los dos carriles desiertos de la calle. Se paró junto a los contenedores de basura y husmeó de su alrededor en busca de algún delicioso manjar desechado. Una furgoneta de alquiler entró derrapando por el extremo oriental de la calle a una velocidad inadecuada y a pesar de que la calle era bastante ancha para circular el furgón lo hacía por el centro de la calzada. En su interior dos hombres escudriñaban las aceras en busca de algo. El que estaba sentado en el asiento del copiloto señaló con aire de victoria los contenedores en los que se encontraba el gato, el animal que vio acercarse la furgoneta a velocidad pasmosa erizó los pelos de su dorsal y después se escondió entre unas cajas de un salto. La furgoneta paró sus cuatro ruedas con un chirrido y dejó un olor a goma quemada en el ambiente. Los dos hombres bajaron del vehículo todavía en marcha dejando sus respectivas puertas abiertas, apresurándose abrieron la parte trasera del furgón. Por un instante pareció que olvidaron toda la prisa que antes tenían y se quedaron mirando lo que fuese que había allí dentro.
- Tenemos que deshacernos de eso. - Dijo el que había estado sentado en la parte del copiloto.
- Pero no podemos dejarlo aquí tirado en la calle, podría pasar algo. Dijimos que íbamos a llevarlo a la planta de reciclaje. - respondió el otro mirando receloso a su compañero.
-Es peligroso y lo sabes, no podemos arriesgarnos. Dejémoslo aquí, el camión de la basura vendrá a por él y se lo llevará. - Con este último argumento convenció a su compañero. Le dio una palmadita en la espalda y los dos comenzaron a ataviarse con guantes, mascarillas y gafas protectoras. Entraron, forcejearon tan solo un minuto y entonces el conductor salió primero: parecía que estaban cargando con algo muy pesado. El hombre siguió tirando de aquella cosa y poco a poco fue apareciendo un sofá. Era una de esas butacas antiguas y enormes con orejeras. Era de color verde esmeralda con ribetes dorados y a decir verdad parecía en muy buen estado y de buena calidad. Estaba forrado con tela de jaquard estampada con dibujos geométricos de estilo rococó. Los dos hombres lo dejaron sobre la acera, al lado de los contenedores de la basura sin ningún miramiento y sus cuatro patas con forma de garra de león doradas apenas se estropearon por el fuerte golpe. Mientas el copiloto cerraba las puertas traseras del furgón de un golpe el conductor se quedó mirando aquel precioso mueble.
- Vamos, tenemos que marcharnos. - le instó el copiloto.
- No podemos dejarlo ahí... Así. - Dijo el conductor como si estuviese hablando de un cachorro apunto de ser abandonado – Deberíamos cubrirlo con algo, o esperar a ver si vienen a llevarselo...
- No lo mires, déjalo ahí. ¿Es que ya no recuerdas todo lo que ha hecho? - Sentenció el copiloto. La expresión en la cara de su compañero cambió, apartó la mirada bruscamente y corrió hasta el furgón de alquiler.
Los dos hombres subieron al vehículo en el que habían venido y con la misma velocidad exagerada con la que habían llegado se fueron. El gato callejero salió de su escondite, primero asomó la cabeza para comprobar que el peligro había pasado y vio el sofá. Majestuoso se erguía sobre la acera como un príncipe, o mejor; como un rey. Al verlo salió por completo de entre las cajas y se acercó ronroneante a su nuevo compañero de contenedor. Al llegar hasta él se frotó el costado sobre uno de los lados del asiento. La tela era suave. Sin pensarlo y olvidando su hambre se subió de un salto, y haciéndose un ovillo el delgado gato pardo se dispuso a pasar la noche en aquel maravilloso lugar.

Pasadas unas horas comenzó a amanecer en las calles y nadie había venido a recoger la basura. Lo que los dos hombres no sabían era que aquella misma noche el camión que hacía esa ruta se estropeó dos calles más abajo dejando el servicio incompleto. De ese modo, el sofá seguía en el mismo sitio donde lo habían dejado. La primera persona en pasar junto a él fue una estudiante, iba en un grupo de tres. Una chica de unos veinte años que vivía en un piso compartido. Siempre que pasaba por los contenedores y había muebles alrededor acababa inspeccionándolos por si todavía eran útiles. En la mayoría de los casos lo eran. Y es que cuando se es estudiante no es extraño recoger cosas de la basura de vez en cuando. Pero cuando vio aquel sofá se quedó maravillada se acercó arrugando la nariz por el olor de la basura apilada y alargando la mano acarició el respaldo. Fue una sensación maravillosa, como tocar un abrigo de visón. En un pis-pas y sin dudar convenció a sus compañeros de piso y entre los tres subieron el sofá a casa. Vivían a penas un par de portales más allá de los contenedores. Una vez estuvo arriba lo situaron en el salón abarrotado de muebles viejos y semi-destruidos, botellas vacías y envoltorios de comida. La estudiante que había madrugado para ir a la biblioteca al ver el sofá allí se planteo pasar la velada de estudio en casa. Sus compañeros la animaron para volver a emprender el camino, y ella salió del piso sin dejar de mirar aquel maravilloso hallazgo. Durante la mañana de estudio no pudo concentrarse. En el parón del almuerzo contó a otros amigos que se les habían unido el fantástico encuentro en los contenedores de basura. Estaba simplemente encantada. A medio día no pudo controlar sus ansias por volver a ver el sofá y dio la jornada por terminada volviendo a casa. Al llegar dejo sus cosas en el suelo de la entrada y fue directamente a sentarse en el sofá verde y dorado. Al hacerlo la invadió una sensación de tranquilidad que solo estaba superada por la comodidad de aquel asiento. ¿Como alguien había podido abandonar algo así en la calle? Era en lo único que podía pensar. Entonces notó algo debajo de sus posaderas. Algo duro se movió dentro del cojín del asiento. Ella se levantó de un salto. Se había asustado. “Bueno, si ha estado en la basura es posible que tenga ratas...” La idea de un nido de ratas en el interior de lo que ahora era su posesión más preciada la inquietó. No podía permitirlo. Sin pensar, casi como un autómata bajó al supermercado y compró todo tipo de enseres de limpieza. Pasó las siguientes horas limpiando. Primero limpió su sofá. Con un cepillo arrasó con unos cientos de pelos gatunos que había en el asiento, sacó brillo a las patas doradas, y frotó la tapicería, incluso se atrevió a abrir el cojín del asiento para comprobar si había un nido de ratas allí dentro. Por suerte, la espuma del interior estaba limpia. Aquello que notó debió ser alguna cucaracha o algo por el estilo. No había de que preocuparse. Entonces miró su sofá, limpio y reluciente, y miró a su alrededor. El salón de aquel piso de estudiantes estaba asqueroso. No habían limpiado en semanas, aquello era intolerable, aquel precioso sofá no merecía estar entre tanta suciedad. Así que se puso manos a la obra y empezó a limpiar la casa con un frenesí maníaco propio de la mejor chacha cuarentona. Sobre la hora cenar llegaron sus compañeros de la universidad. Casi no pudieron abrir la puerta, ya que el pasillo y la entrada estaban abarrotados con los otros muebles recogidos de la basura. Cuando preguntaron que estaba pasando, la chica sin dejar de limpiar les contestó que aquellos muebles eran impropios para estar con su nuevo sofá. Ellos rieron pensando que era un broma. Ella siguió limpiando. Aquella noche los otros dos chicos cenaron en la cocina, ya que el comedor estaba impracticable a causa del olor a desinfectante y por el hecho de su compañera seguía limpiando sin descanso. Cuando ellos fueron a dormir, ella subida a una escalera frotaba las paredes con ansia consiguiendo sacar el auténtico color de la pintura y no aquel amarillo sucio derivado del tabaco. Hacia las 7 de la mañana todo estaba limpio. No solo el salón, si no cocina, baños y su habitación. Incluso intentó limpiar una de las habitaciones de los otros, pero fue expulsada de ella al grito de “¿Tu eres gilipollas o que te pasa?”. Tan sólo quedaba sacar los antiguos muebles que habían sido descartados al pasillo, y puesto que sus compañeros dormían, tuvo que bajarlos sola arrastrándolos por las escaleras y la acera. Casi a las diez de la mañana había conseguido bajarlos todos. La casa estaba limpia, ya era digna de su sofá. Sin darse cuenta de lo reventada que estaba por el cansancio y de que sus compañeros de estudio ya habían salido hacia sus clases, fue a su sofá ella se sentó de nuevo en él, si no hubiese sido por que sabía que era materialmente imposible ella podría jurar que aquel asiento la abrazó, la arropó con la calidez de un amante. Después de horas de trabajo se quedó allí dormida. Cuando sus compañeros volvieron a casa ya entrada la noche, la encontraron todavía sentada en aquel sillón. Tenía un aspecto extraño. Estaba algo demacrada y con la mirada perdida acariciando los brazos de su sofá. Ellos le dijeron que iban a salir a tomar unas copas, ella respondió que se quedaría en casa. Pasó la mitad de la noche en aquella misma postura, incluso se volvió a quedar dormida. A eso de las 5 de la madrugada sus amigos volvieron a casa y la encontraron durmiendo en una posición incomoda en aquella butaca, tenía las piernas enredadas y la cabeza colgando de su cuello en un ángulo extraño. La cogieron entre los dos y la dejaron en su cama, ella ni se enteró. A la mañana siguiente se despertó y se sentía como si tuviese una resaca extraña aunque podía pensar con más nitidez que en sus últimas horas despierta, en su sopor de recién despertada no apreció la diferencia ni pensó donde estaba, pero pasado un momento se dio cuenta repentinamente de que no estaba en su sofá. Se levantó de un salto y fue al salón, al llegar lo que vio la escandalizó, uno de sus compañeros estaba sentado en su sillón. Desayunaba cereales de un bol, y la leche le chorreaba en el trayecto del plato a la boca manchando su butaca. Aquello fue como cazar a un marido infiel. Se acercó a ellos y de un manotazo lanzó el bol de cereales que se estrelló contra el suelo derramando todo lo que contenía. El chico sentado en el sofá la miró atónito y ella empezó a gritarle incoherencias. Ante el escándalo el otro de los chicos que vivía allí fue corriendo al salón, tras gritarle durante unos minutos al que estaba sentado, ella consiguió que se levantase del sofá. “Es mío, no puedes sentarte ahí”. Fue una de las cosas que más repetía.
- No se que pasa con este sillón, tampoco es tan maravilloso, además lo encontramos en la puta basura – Argumentó el otro chico que había venido por los gritos, y tras decir aquello apartando a su compañero y en un intento de calmar a su amiga se sentó en la butaca. Ella se llevó las manos a la boca, como el que tiene que contemplar una escena horripilante, al sentarse el chico lo notó como un asiento corriente, incluso algo incomodo, se removió en el asiento para ver si la experiencia mejoraba al encontrar la posición adecuada, y entonces notó algo duro en él.
- Aquí dentro hay algo.- Y mientras lo decía se levantó y se puso a desmontar el sillón, la chica soltó un grito desgarrador y se lanzó hacía delante, pero el chico que había estado antes desayunando la paró antes de que se abalanzase sobre su amigo. Este sacó el cojín del asiento, y al hacerlo vio que el fondo del respaldo estaba abierto en su base, metió la mano y efectivamente toco algo duro allí dentro. Lo agarro y tiró de ello hasta sacarlo. Al hacerlo un extraño olor a rancio invadió la habitación. Todos se quedaron mirando aquella cosa. Era una figurilla de gato de color marrón indefinido. Estaba en una posición como si estuviese dormido, con la cabecita apoyada en sus patas delanteras y la cola enrollada sobre el estómago. Además apestaba. El chico la dejó sobre la mesilla de café que había frente al sofá.
- Esto es demasiado extraño para mí... - Dijo el primer chico y salió de la habitación. El otro lo siguió oliéndose con cara de asco las manos. Ella se abrazó a si misma y se quedó mirando aquella figura de gato. Se sentó en su sofá y esto la hizo sonreír de satisfacción. Casi sin pensar cogió la imitación de gato para observarla. Era casi perfecta en sus formas, podía verse bien definida toda la anatomía del animal, le dio un pequeño golpe para ver si por el sonido podía identificar de que material estaba hecho. Estaba forrado en tela. Al cabo de un momento se relajó en su trono, dejo al gato de tela sobre su regazo y se sumergió en la abstracción de la nada. No fue consciente de cuanto tiempo pasó allí sentada, sus compañeros solo se volvieron a acercar a ella para decirle que se marchaban el fin de semana a casa de sus respectivos padres, que volverían el domingo. Ella sin darse apenas la vuelta los despidió con una mano mientras con la otra acariciaba el gato entelado sobre su regazo. “Debe ser viernes” pensó.

Al entrar en el piso una súbita oleada de peste a descompuesto les abofeteó. Su primear reacción frente a aquel olor fue llevanse las manos a la nariz y echarse atrás. Uno de ellos incluso pensó que aquel aire estaba demasiado contaminado como para querer respirarlo siquiera por la boca. El otro pensó que otra vez debían haber dejado comida fuera de la nevera y se había podrido, aunque las otras veces no había olido así. Era domingo por la noche y volvían a su piso después del fin de semana. Dejaron sus cosas en sus respectivas habitaciones y de dirigieron a la cocina en busca de los alimentos podridos. Pero allí estaba todo limpio. Fueron avanzando por el piso en busca de lo que podía ser el causante de esa peste. Cuando fueron acercándose al salón el olor se intensificaba. Allí estaba todo oscuro, las ventanas cerradas y las luces apagadas. Se apresuraron a abrirlas y ventilar el ambiente ya que el olor era insoportable en esa habitación. Cuando se hizo la luz la encontraron. Era de ella de donde emanaba el olor, era su compañera. Todavía vestida con la misma ropa que llevaba el viernes pasado, seguía sentada en SU sillón. Solo que ahora había una diferencia y es que parecía que había partes de su cuerpo que formaban parte del propio asiento. Todavía con la mano sobre el gato de tela, parecía que no se había levantado ya desde que ellos la dejaron allí. No podían decir si respiraba o no. La otra mano la tenía sobre el brazo de la butaca, pero esta ya no parecía su mano, si no que su piel se había convertido en áspera y gruesa, cuando la miraron más de cerca llegaron a la disparatada conclusión de que la piel de su mano y su brazo se había transformado en tela. Y lo mismo le pasaba en las dos piernas, en la mitad de su cara y en gran parte de su cuerpo. Estupefactos comprobaron que finalmente ella había pasado a ser parte de su preciado sofá.             

miércoles, 15 de agosto de 2012

Una mala noche.


Entra en la recepción del motel y deja un reguero de agua tras de sí. Él es un hombre de mediana edad, completamente empapado y con cara de haber burlado a la muerte. El motel es un establecimiento descuidado y viejo al borde de una carretera nacional regentado por un hombre igual de viejo y descuidado. Al entrar el nuevo cliente el anciano lo mira sin mucho interés. De detrás de una puerta lateral aparece una señora mayor con rulos en la cabeza y empieza a fregar el suelo mojado con una fregona ajada que parece no tener capacidad ya para recoger el agua. El hombre mojado llega al mostrador. Pide un teléfono. El recepcionista le informa de que esta estropeado, la tormenta debe haber estropeado alguna de las líneas. El hombre ríe irónicamente. El recepcionista le observa con curiosidad.
- He tenido un accidente de tráfico un par de kilómetros atrás. Un animal cruzó la carretera y yo intenté esquivarlo. Con la lluvia mi coche derrapó y dio varias vueltas. Ha quedado inservible. Intento llamar por teléfono pero parece que no hay cobertura. Debo llamar a mi novia... y a la grúa claro. - Dice mientras agita su teléfono móvil con aire resignado.
-Será mejor que pase la noche aquí, mañana cuando la tormenta haya pasado podrá hacer todas esas llamadas. - Le responde el viejo recepcionista acercándole a su vez una llave de habitación con el numero 8 grabado en el llavero. Él deja sobre el mostrador un billete de 50 empapado, el recepcionista se lo devuelve con una extraña sonrisa que dice “No es necesario”. Un poco de suerte disfrazada de compasión.
El hombre se siente aliviado, y va en dirección al ascensor para subir a su habitación. Se para a mitad del recorrido ante un enorme cartel de “FUERA DE SERVICIO” que parece que debe llevar ahí tanto como ese viejo motel. A pesar de que le duelen las piernas y la cabeza le palpita se resigna a subir por las escaleras. Tan solo es un piso. El primer piso es oscuro y huele a rancio. Entre suciedad mal disimulada en las esquinas, hay diez puertas, cada una con su numero bañado en bronce atornillado en la puerta. En otro tiempo este debió ser un lugar bonito, hoy no lo es. Parece que hay habitaciones ocupadas en aquel motel de mala muerte. Al llegar ha visto cuatro vehículos en el pequeño parking delantero: dos coches pequeños, un mono-volumen familiar y un camión de pequeño tamaño que parece haber perdido su carga. Los otros coches aparcados no tienen mejor aspecto, el mono-volumen tiene la luna de atrás rota, uno de los coches pequeños que parece de los años 70 tiene el lateral derecho destrozado, y el otro a pesar de que es más moderno debe tener algún tipo de avería ya que está por completo inundado de humo. Parece que ha sido una mala noche para más de uno. Maldita tormenta. Al pasar por una de las habitaciones oye un llanto débil, como el de un bebe que duerme mal, deben ser los ocupantes del coche familiar, y al llegar a su puerta, por el olor deduce que su vecino debe de estar fumando y piensa que si ha tenido una mala noche no será él quien se lo reproche. Entra en su habitación, la numero 8. No hay nada que decir sobre ella, es tan lúgubre y cochambrosa como el resto del motel. Se seca con una toalla mal colgada en el cuarto de baño a oscuras, ya que este parece que tiene la bombilla fundida. Una lástima, le hubiese gustado inspeccionarse la cabeza para comprobar si tenía alguna herida, ya que no dejaba de palpitarle y la notaba embotada. Es tan solo una manía: si hubiese tenido algo el recepcionista se lo habría dicho. No tiene ganas de ver la televisión, es una suerte por que de todas formas no hay. Desnudo y cansado se tumba en la cama, que al notar su peso se hunde como una flácida masa grasienta, y cierra los ojos. Se lleva una mano a la cabeza, todavía tiene el pelo mojado. Las paredes del lugar deben ser finas, de esas construcciones baratas y rápidas, puesto que todavía puede oír a sus vecinos en sus habitáculos. En una de ellas, una pareja empieza a hacer el amor, al principio cuidadosamente, y después parecen un par de sado-masoquistas echando un polvo demencial. En la otra alguien murmura enfadado y de vez en cuando da algún golpe. Él está demasiado cansado para llamarles la atención pero si siguen así, al menos los amantes, tendrá que darles un toque. Se abre una puerta en el pasillo y vuelve a oír al bebe llorón. La cosa mejora por momentos. Dos críos han salido al pasillo, juegan con un balón y ríen como poseídos. Él tumbado en la cama suspira al borde de la exasperación y al hacerlo nota un ligero pinchazo en su sien. Mejor no levantarse, es tarde, pronto irán a dormir y le dejarán descansar. Los de la habitación 7 tampoco se cansan de follar, ahora ella grita como si le estuviese haciendo daño de verdad, ¿Como pueden hacer eso? ¿Es que no oyen a los niños? Se escucha un gran estruendo proveniente de la habitación 9, es el tipo cabreado, abre su puerta de lo que parece una patada y empieza a gritar enfurecido a los niños, dice algo como “¿Pensáis joderme toda la eternidad?” Los niños gritan asustados y corren, se oye al hombre que parece bastante grande correr tras de ellos. Los de la 7 siguen a lo suyo. Pero el hombre tumbado lo de los niños no lo puede consentir. Los críos no hacen daño a nadie jugando en el pasillo, y el otro hombre parece que se los va a comer. Se levanta pesadamente, casi sin fuerzas, y se dirige al pasillo. Sale dispuesto a plantarle cara al tipo violento, envuelto en un sábana y algo mareado. Al salir el pasillo esta despejado. Ni rastro de los niños o de su vecino de habitación. Todas las puertas cerradas, todas las luces apagadas, pero aquel persistente olor a humo de antes sigue embargando el lugar. Y a pesar de todo eso sus vecinos de la 7 siguen embarcados en su odisea violento-sexual. Sin pensar se dirige hacia la puerta con el siete atornillado y llama débilmente.
-Vamos chicos, dejadlo ya, se os oye por todo el motel... - Nada, los ocupantes siguen a lo suyo - ¡Dejadlo ya! Necesito descansar.
Parece que este último ruego ha tenido más efecto. Se hace el silencio en el asqueroso pasillo. Exhausto apoya su espalda contra la pared entre la habitación 8 y la 7, se lleva una mano a la cabeza que sigue notando húmeda, al tocarse le duele, cierra los ojos por que se encuentra algo mareado y piensa que quizás se haya hecho daño de verdad, puede que tenga algún tipo de contusión, debería bajar abajo para que el recepcionista le echase un ojo. Los niños empiezan a reír de nuevo. La risa empieza al fondo del pasillo, y va avanzando hacia él como una marea siniestra. Algo en aquellas risas infantiles hace que se le ponga el vello de punta. Abre los ojos y no ve a los niños. Poco a poco se pone en el centro del pasillo y los busca con la mirada. Entonces los ve. De espaldas parecen normales, dos niños: uno de unos tres o cuatro años y el otro de unos siete. El bebé de antes empieza a llorar de nuevo, pero esta vez una mujer intenta calmarlo cantado una nana en voz baja. No sirve de nada. Los niños vuelven a reír. Él intenta llamarles, con una especie de “¡EH!” ahogado. Los dos críos se dan la vuelta a la vez, las luces del pasillo intentan encenderse, pero solo consiguen un parpadeo angustioso. Algo raro pasa con esos niños. Se acercan a él lentamente. Están heridos, tienen pequeños fragmentos de cristal clavados en la cara y en el cuello. Tiene las camisetas rasgadas y ensangrentadas. Él asustado intenta retroceder. Entonces una mano grande y fría le aparta de un golpe y lo empuja hacia la pared. El que debe ser su vecino de la habitación 9 pasa por su lado como una apisonadora, al tacto su mano era extremadamente fría y su piel parecía como de lija. El tipo es realmente enorme, debe medir casi dos metros, y una enorme barriga colgante le sobrepasa la cinturilla del pantalón. Anda raro. Parece que aquejado de algún tipo de cojera, al mirarle las piernas descubre que tiene la derecha horriblemente dislocada por la rodilla. Es imposible que ese hombre pueda andar con esa fractura sin retorcerse de dolor a cada paso, pero lo hace. Él hombre envuelto en una sábana esta entre atónito y horrorizado, no entiende que esta pasando en este lugar, aquellos niños, aquel hombre... Murmura algo, pero frente a las risas histéricas de los niños queda en nada. Entonces grita “¿Que coño esta pasando aquí?” El bebé llora ahora más fuerte, la mujer no deja de cantarle, los niños desfigurados en el pasillo ríen cada vez más fuerte y incitan al enorme hombre cojo a perseguirlos, este les grita insultos e intenta cogerlos, la pareja de la habitación 7 sigue a lo suyo; a ella parece que le estén arrancando la piel a tiras, él disfruta. Él intenta volver a su habitación, entonces se abre una de las puertas del pasillo y deja salir una humareda que impregna todo el pasillo. Un hombre alto y delgado se acerca a él. Trastabillando consigue llegar al pomo de su habitación, él hombre del humo llega hasta a él, él le mira y lo que ve le asusta. Es un hombre de mediana altura y constitución débil, pero emana humo de sí, tiene los ojos enrojecidos e hinchados, los labios morados.   
-Has elegido un mal sitio para descansar. - dice, y mientras pronuncia las palabras bocanadas de humo con olor a motor salen de su boca y se esparcen por el pasillo. Entra en su habitación y cierra la puerta con un golpe. En el pasillo sigue el circo de los horrores. Se dirige hacia sus cosas y rebuscan en sus bolsillos asta encontrar su teléfono móvil. Examina la pantalla con manos temblorosas, pero sigue sin haber cobertura. Levanta el aparato por encima de su cabeza para ver si así consigue captar algo pero nada. Nada. Pero al hacerlo un fuerte pinchazo le atraviesa la cabeza. Aprieta sus mandíbulas debido al dolor. Se sienta en la cama, tiene miedo de tocarse la cabeza ya que ahora le duele más que antes. Deja el móvil a su lado. Se levanta para ir al baño, tiene que inspeccionarse para ver si realmente esta herido o no. No ha dado ni tres pasos cuando suena su teléfono. Da un salto sobre la cama y lo coge con las dos manos, se lo lleva al oído del lado bueno: es su novia. La recepción es mala, se oye con interferencias y entrecortado, tan solo puede oírla llamarle por su nombre. Él grita al teléfono:
- He tenido un accidente en la carretera, estoy en un motel a unos dos o tres kilómetros, ¡Ven a buscarme por favor! - Esto último suena incluso suplicante. No está seguro de si ella lo puede oír, así que se lo grita tres o cuatro veces antes de que se corte la llamada. Durante su éxtasis telefónico no se ha dado cuenta, pero se ha llevado las dos manos a la cabeza. Al bajarlas las nota húmedas y frías. No puede ser que todavía tenga el cabello mojado por la tormenta, se mira las manos y descubre que no es agua lo que hay en ellas: es sangre. Está herido. Si mira el pecho desnudo y el hombro y descubre que también están empapados en sangre. Incluso la sábana que ha estado usando para cubrirse esta socia. Mira a su alrededor y hay sangre en el teléfono, y en la cama, al igual que en las paredes de la habitación y en el marco de la puerta del baño. Piensa que no es posible que este perdiendo tanta sangre y siga en pie... Va al baño y de un tirón arranca el espejo de la pared para sacarlo hacia afuera, hacia la luz. Una vez en la habitación le da miedo mirarse, pero debe hacerlo, debe averiguar que es lo que está pasando allí, donde está. Al alzar el espejo se ve a él mismo pero ya no se reconoce. Su rostro y su cuello están ensangrentados, y en la zona que tanto le dolía había ahora una enorme brecha sanguinolenta donde antes había pelo. No era posible que siguiera con vida con aquel agujero en la cabeza y habiendo perdido tanta sangre. Aquel lugar donde se encontraba y las personas que allí se encontraban tampoco podían existir en el mundo de lo real.

Apenas pasadas doce horas del accidente, la tormenta había amainado. La chica recorre en su coche la carretera por la que la noche anterior debía haber estado circulando su novio. Hasta el momento no hay ni rastro de él. Pero hacia unas pocas horas había recibido aquella llamada, no se había escuchado bien, pero parecía algo había ido mal. Pasa por delante de un viejo motel abandonado que está al borde de la carretera, casi oculto por los árboles y la maleza, si no eres de la zona, quizá ni aprecies que está ahí. Ella no le presta atención ya que esta centrada en encontrar a su novio y asegurarse de que está bien. Pero como siempre, al pasar por delante se le eriza la piel, ese sitio le da escalofríos, algo horrible paso hace muchos años allí, ya no recuerda que fue, pero desde entonces el sitio quedó abandonado a su suerte. Ella pasa de largo circulando lentamente, sigue su marcha y su búsqueda. Desde las oscuras ventanas del motel, concretamente desde la habitación 8, la sombra de su novio la ve pasar y sabe que ha quedado atrapado para siempre en aquel lugar.              

jueves, 12 de enero de 2012

Invitación a cenar.

Estaba gorda. Eso era un hecho. La infancia la pasó bien, era la típica niña regordeta con los mofletes rosados que a todas las madres les gustaría tener. La adolescencia no la pasó mal, estaba (tal y como decía su madre...) hermosa. En principio se le estaba poniendo cuerpo de mujer, estaba cambiando, así que era normal que durante algunos años se encontrase algo extraña e hinchada, y tampoco fue un trauma, tuvo menos novios que el resto de sus amigas, pero por lo demás se sentía a gusto con la talla grande. El problema vino en su madurez. Y es que ahora si: estaba gorda. Había pasado alegremente de la talla grande a la talla extra-grande. Eso le causaba depresión, y la depresión le daba unas ganas tremendas de comer. De hecho todo le daba ganas de comer: si estaba contenta comía, si estaba feliz comía, si estaba triste comía y si estaba ansiosa también. Comer, comer, comer. Y como a muchos gordos les ocurre no entendía como podía estar tan gorda. Así que en cuanto se sentía acosada por la báscula echaba mano de extrañas dolencias y enfermedades, por lo que su problema de obesidad nunca se resolvía, si no que (y nunca mejor dicho) aumentaba desmedidamente. También dejó de salir, casi ya no tenía amigos, al menos fuera de las redes sociales, y de aquellos novios que tuvo en la adolescencia nunca más se supo. Por aquellos días ya solo salía a hacer la compra, le parecía muy violento que la gente se la quedase mirando por la calle, además salía por lo más necesario: la comida. Una mañana al volver a casa de su ritual de abastecimiento, encontró en su puerta una pequeña caja. Se planteó durante unos segundos si aquello podría ser algún tipo de broma de los críos del vecindario. Sin entender que era aquella sensación que empezó a invadirla cogió la caja del suelo con un rápido movimiento y entró en casa. Dejó caer las bolsas en el suelo con un ruido sordo, y se concentro en la caja. Era posible que estuviese rellena con caca de perro o algo peor, pero parecía tan ... inofensiva. Tras acariciarla unos minutos se sentó en un mullido sofá y la abrió. En el interior había bombones. Aquella caja repleta de maravilla le llegó al fondo del corazón metafóricamente y a sus caderas físicamente. Devoró aquellas pequeñas bolitas de chocolate con autentica avidez. Y después de aquello se sintió tranquila. Durante los días siguientes aparecieron más cartas en el umbral de su puerta, y una semana después empezaron a aparecer también cartas. Al principio siguió pensando que todo aquello formaba parte de una broma cruel, pero después de la tercera misiva se convenció de que tenía un admirador secreto, aquello alimentava sus ansias ya casi enterradas en grasa de volver a ser como antes. Éste le contaba que el también era tímido, le contaba lo grande que era su amor por ella, y después le contaba que quizás algún día deberían verse. Así que de aquella forma tan peculiar de comunicación apareció la invitación a cenar. En cuanto la leyó pensó que era arriesgado quedar con un desconocido, un acosador que le dejaba notas en la puerta de casa. Podría ser un loco, un psicópata. Pero hacía el final de aquel mismo día decidió que una mujer en su estado físico de gordura infinita y ya entrada en los treinta no podía permitirse elegir. "Si aceptas esta invitación, te recogeré a las ocho en el portal". Se embutió como pudo en uno de sus antiguos vestidos, y a las ocho estaba en la acera esperando a su caballero de corcel blanco. La recogió un vehículo largo y negro. De lujo. Subió en la parte trasera, intentó hablar con el conductor pero les separaba un grueso cristal ahumado. Se sentó y esperó a llegar al destino. Viajaron durante una hora más o menos. Cuando bajó del coche un hombre delgado y guapo le esperaba en la puerta de un caserón. Cuando llegó hasta él, este le estrechó la mano, ella intentó hablar, pero él le puso el dedo sobre los labios y la acallo. Al entrar la casa parecía de lujo. Todo estaba bañado por una agradable luz dorada, recorrieron un largo pasillo hasta el comedor. Ella pensaba que cenarían solos, pero al entrar en la estancia vio una larga mesa de al menos veinte comensales. Todas las sillas estaban ocupadas, y cuando ella entró las personas que había allí la aplaudieron, como si se tratase de la estrella de la noche. Aquella mujer tan gorda ahora estaba desconcertada. Ella pensaba que iban a cenar solos, ella y su recién enamorado, pero parecía que ahora no iba a ser así, quizás era una presentación en sociedad, algo que hacía la gente de dinero. Entonces dejaron de aplaudir, todos la miraron sonrientes, ella se sonrojo y después cayó desplomada sobre la alfombra. Alguien le había golpeado por la espalda y la había dejado sin sentido. Aparecieron unos sirvientes y con sumo cuidado se la llevaron de la habitación. A la gorda no se la volvió a ver. Entró contoneándose con su enorme cuerpo a aquella casa y jamás salió, o al menos no salió entera, ya que las personas que estaban sentadas a la mesa cenaron con abundancia aquella noche.