miércoles, 20 de julio de 2011

La niña.

Empezó a verla unos 5 meses atrás. Era una niña pequeña con coletas y una chaquetilla de punto roja. Ella iba caminando por la avenida, era ya de noche, iba a casa después de tomar unas copas con unas amigas. Vio a la niña junto a un semáforo, estaba llorando desconsoladamente. Se acercó a ella sin dejar de mirarla, entonces se percato de que la niña iba sola, no había ningún adulto acompañándola. Aquella primera ocasión fue la única en la que pudo hablar con ella. Cuando la alcanzó se inclinó sobre ella y le preguntó que le ocurría, la niña de la chaqueta roja le contesto que le dolía el estómago. Que le dolía mucho. Ella se reincorporó para ver si alguien podía ayudarla, cuando volvió a mirar hacia abajo para ver a la niña esta había desaparecido. Miró desconcertada a un lado y otro de la calle pero no vio rastro de la cría. Venía un hombre en la otra dirección, estaba relativamente cerca para haberla visto, así que cuando paso por su lado ella lo paró y le preguntó si había visto correr a la niña que estaba a su lado, el hombre le dijo que en ningún momento había visto a la niña, en aquella calle solo estaba ella. Así que ella simplemente se disculpó y se fue a casa. No dejó de pensar en la niña de las coletas ni en como se agarraba el estómago durante días. Fue al sexto día de su primer encuentro cuando la volvió a ver, mejor dicho cuando la oyó. En aquella ocasión ella estaba preparando café en la pequeña cocina de su piso cuando oyó a la niña llorar en el pasillo. Salió de la cocina y allí estaba, de nuevo con aquella chaqueta de punto roja y las coletas, esta vez también se aferraba el estómago con fuerza. Ella cerro los ojos con convicción y el llanto desapareció, cuando abrió los ojos la niña también se había marchado. Durante los siguientes días, semanas y meses, rezó por no haber perdido el juicio. La niña seguía apareciendo en los lugares más inverosímiles, en un par más de encuentros se apareció en comidas familiares, en cenas con amigos, en el supermercado, el gimnasio, la calle, y en cualquier lugar al que ella fuese. Cuando la oía llorar a lo lejos cerraba los ojos con fuerza y al principio desaparecía rápidamente, hasta que al final, tenia que pasar con los ojos cerrados al menos unos minutos para dejar de verla. Eso le preocupaba mucho, pensó que estaba perdiendo la cordura, que cada día más abandonaba el mundo consciente para sumergirse en una fantasía de niñas lloronas. Así que cuando no pudo más fue al médico. A un psicólogo exactamente. El doctor le dijo que los delirios podían ser síntoma de innumerables enfermedades, la noto cansada y abatida, así que además de recomendarle píldoras para dormir, le ordenó un chequeo completo. A los pocos días de hacerse las pruebas la llamó otro doctor del hospital, era un especialista que le dio cita para aquel mismo día. Cuando estuvo por la tarde en la consulta aquel nuevo médico le dijo como el que da la hora que en sus radiografías había aparecido una masa oscura, que debían asegurarse de lo que era. Ella le pregunto que donde estaba aquella masa. El medico respondió que en el estómago. Mientras la llevaban al quirófano en camilla, ella vio a la niña, pero esta vez no lloraba si se agarraba el estómago, simplemente la miraba. La biopsia que tuvo dos días después reveló que tenía un cáncer de colon. También reveló que ya no tenía solución, pero ella ya lo intuía. Ya no le quedaba mucho cuando pensó que hacía tiempo que no veía a la niña de las coletillas, su madre la acompañaba en el hospital, a ella le dolía el estómago y pensaba que si hubiese acudido antes al medico, si hubiese acudido al poco de empezar a ver a la niña la cosa acabaría de otra manera, su madre contenía las lágrimas mientras ojeaba un viejo álbum de fotos, acariciaba las fotos como si fuesen de terciopelo, entonces dijo “¿Te acuerdas de este día? Cumplías 5 años, yo te hice esa chaqueta de punto rojo. Estabas tan guapa... “ y entonces ella desde la cama alargo el brazo y cogió el viejo álbum, y vio que allí estaba la niña de las coletas, era ella misma el día de su quinto cumpleaños, de pie junto a su madre, con la chaqueta de punto roja y las coletas. Esa fue la última vez que vio a la niña.

jueves, 14 de julio de 2011

La cosa.

- Bien, entonces ¿Que dice que vio?
- No es que yo lo diga, es que lo vi realmente.
- Bueno, entonces digame que vio.
- Pues el caso es que yo iba conduciendo, era de noche y algo paso por encima del coche.
- ¿La cosa paso volando por encima del coche?
- No no, no era la cosa, creo que era algo así como un avión pequeño, supongo que la cosa iba dentro.
- ¿Por que lo supone?
- Pues relamente no lo se... bueno, pues entonces aquello paso por encima de mi coche y este empezó a fallar, se encendió la radio y las luces empezaron a parpadear. Yo paré en el arcén, me asusté.
- ¿Se asustó por la cosa volante o por las luces del coche?
- Creo que por las dos cosas, ¿No se hubiese asustado usted?
- ¿Por ver pasar algo volando? Si... Seguro...
- ¿Es que no me cree?
- Continúe por favor.
- En fin, pues yo si me asusté, no se ve volar todos los días un objeto extraño, a pesar de lo que usted diga.
- ¿Se refiere a que era un OVNI?
- Yo no digo que fuese un OVNI, solo digo que era extraño, podría haber sido un avión tele-dirigido, o una avioneta pequeña, lo que también digo es que no había visto algo así en mi vida, además hizo interferencias con el circuito eléctrico de mi coche, además brillaba, bueno no brillaba exactamente...
- No sabe lo que era exactamente, no sabe si brillaba o no...
- Si no me cree no se que hago hablando con usted.
- Bueno da igual: siga.
- Bien, cuando la cosa voladora pasó de largo todo volvió a la normalidad, pero entonces vi un gran resplandor.
- ¿Ese también era extraño?
- No, ese era el resplandor normal de una explosión.
- ¿Ve muchas explosiones?
- (Suspiro). Pues lo cierto es que hasta esa noche no. Pero a lo que iba, vi el resplandor de la explosión y decidí acercarme para ver que había pasado.
- Entonces atropelló a la vaca.
- Ya le he dicho antes que la vaca estaba muerta cuando yo llegué. Aquella cosa la atropelló. Quizás eso fue lo que la hizo desestabilizarse y estrellarse. Bien después de ver la vaca había un rastro humeante en el suelo, como un surco, decidí seguirlo.
- ¿Por que?
- No lo sé. Simplemente lo hice, seguramente sería curiosidad o algo... no lo se. Cuando llegué al sitio del accidente aquel aparato volador estaba allí en el suelo, y ya no brillaba, además emanaba un olor como a agrio, era muy desagradable. Cerca de allí estaba la cosa, era... bueno era extraña, parecía un animal sin pelo, oscuro y apestoso... creí que estaba muerto. Entonces fue cuando les llamé a ustedes.
- Lo cierto es que vimos la vaca, y el rastro, pero cuando llegamos no había rastro de eso que usted dice.
- Si no se como pudo desaparecer, le juro que estaba allí, me acerqué un segundo al coche para llamarles y cuando volví ya no estaba, se fue sin hacer ruido.
- Bueno y entonces ya solo queda una cuestión sin resolver, ¿Que era?
- Pues era... Bueno era una cosa...
- Una cosa.. ya.  

viernes, 1 de julio de 2011

Una tumba poco profunda

Entró en la casa a oscuras. Una manía muy fea esa de entrar en los sitios a oscuras. No se dio cuenta de que el otro estaba sentado en la silla frente a la mesa grande. Se llevó las manos a la espalda, después del trabajo que acababa de realizar debía dolerle bastante. Llevaba barro hasta las rodillas y una pistola de esas grandes enganchada en el cinturón. Desde luego la llevaba como el que lleva el móvil en la funda, algo bastante poco apropiado para llevar un arma. Encendió la luz de un manotazo, no miró hacia el lugar donde estaba sentado el otro. Se metió en la cocina y revolvió algo, a los pocos minutos salió con un vaso, lleno de algo alcohólico seguramente, parecía algo más aliviado que al entrar. Entonces si vio al intruso. Se dio un buen susto, tanto que sobresaltó que el vaso se le escurrió entre los dedos y se estrelló contra el suelo derramándose y haciéndose añicos. Al inesperado visitante le dio la risa. Estaba sentado en la silla con aire resuelto, con cara sonriente y satisfecho, algo que resultaba realmente raro ya que estaba cubierto de barro hasta las orejas. Al ver la exagerada (o no) reacción del hombre que entraba le dio la risa, soltando una enorme carcajada llena de vida. El hombre de la copa estrellada intentó decir algo, pero solo le salían incoherencias por la boca, entonces el hombre embarrado y sentado a la mesa dijo con feliz tranquilidad:
- Quizás era una tumba poco profunda...

Unas horas antes, el la misma casa, los dos mismos hombres se preparaban para encontrarse. Esta vez el orden de entrada era a la inversa. El hombre del vaso estaba sentado en la silla, esperando (otra vez) al otro con una copa en la mano. Cuando el hombre de la silla entró en el apartamento no estaba asustado, pero si estaba expectante. Era importante que no estuviese asustado, ya que de haber sido así el hombre del vaso habría saltado sobre el como un perro hambriento sobre un filete. El hombre del vaso invitó al hombre de la silla a sentarse y beber con él. Iban a discutir sobre negocios. Negocios muy importantes, y muy sucios. Los negocios sucios son siempre delicados y peligrosos. Empezaron hablando con falsa armonía. Hacía el final de la conversación ambos gritaban y se amenazaban. Entonces el hombre de la silla comprendió que todo aquello había sido una pantomima, el hombre del vaso jamás le daría lo que era suyo, y eso no era lo peor, lo peor era que tampoco le dejaría salir nunca de aquel pequeño apartamento. Pero lo que el hombre del vaso no sabía que el otro tenía un As en la manga. El hombre del vaso se levantó de la mesa, aparentemente para rellenarse el vaso. A medio camino entre la cocina y la mesa se paró en seco. El hombre de la silla lo vio remover algo con las manos, no supo que era ya que el otro le daba la espalda. Pero no importó, pronto lo supo. Lo supo en cuanto oyó un ruido seco y rotundo, entonces noto calor en el pecho, mucho calor, miró hacía allí y se vio la camisa progresivamente oscurecida por una mancha creciente, llevó las manos hacía la zona sucia y al levantar las manos notó un rotundo y punzante dolor, al tocase, dio la vuelta a sus manos húmedas y las vio ensangrentadas. Así que mucho antes e levantar la mirada y ver la pistola en la mano del hombre del vaso ya supo que tenía una pistola. Poco a poco se desplomó sobre el suelo al lado de la silla, como una hoja caída de un árbol. La satisfacción del hombre del vaso era infinita. Todo había salido de perlas. Entonces empezó su trabajo de aquella noche. Saco dos piezas de plástico tamaño gigante con las que envolvió el reciente cadáver, después de dejarlo completamente atado con dos rollos de cinta adhesiva, lo metió dentro de una maleta enorme de cuero forrada con plástico también. Lo bajó en el ascensor sin mucho esfuerzo, no se pudo decir lo mismo de cuando tuvo que meterlo en el maletero del coche con la pala y la rueda de recambio. El hombre del vaso condujo durante unas dos horas en la noche sin ningún incidente notable. Estaba satisfecho hasta ahora. Llego a un descampado a las afueras de un polígono a la izquierda y una arboleda mediana a la derecha. Entre dos de los árboles cavó un hoyo de unos dos metros de largo por dos de hondo. Perfecto para el paquete que llevaba en el maletero. En cuanto hubo terminado de cavar acerco la parte trasera del coche al agujero. Abrió el maletero y tiró de la maleta hasta ponerla al suelo. Abrió la maleta y sacó el cadáver plastificado. Entonces algo le llamó la atención, la mano del cuerpo se había salido del paquete. Le pareció extraño, la pieza de plástico estaba rasgada, y la cinta adhesiva estaba despegada, eso no había podido ocurrir durante el viaje, pero el hombre del vaso estaba seguro de que el otro estaba muerto ya que antes le había tomado el pulso, comprobó que era nulo. Estaba empezando a sentirse cansado, y de todas formas aunque le enterrase medio muerto estaba seguro de que el hombre de la silla no conseguiría escapar. Vivo o no. Así que lo enterró bajo la luz roja de los frenos del coche y metió la pala en el maletero. Sin mirar atrás, y con plena tranquilidad volvió a su casa.

Hasta ese momento había estado muy seguro de lo que hacía, ahora su cara era de auténtico pavor. El hombre de la silla, que hasta ahora había estado inexpresivo, ahora transmitía muchas cosas. Ninguna era buena para el receptor. Se acercó al hombre del vaso, que ahora no podría ni sostener una pluma, con las manos extendidas. No dejaba de repetir … una tumba poco profunda.