Pateaba la calle abarrotada de tiendas
en busca de un regalo para su hermana a pesar de que ella le
regalaría algo realmente inútil o incluso haría como el año
pasado y olvidaría comprarle algo. Al final de la tarde compró un
pañuelo marrón con unas golondrinas estampadas, a ella le
encantaría así que dio la misión por finalizada. De vuelta al
coche pasó junto al escaparate de una tienda de segunda mano. No la
había visto antes, y es posible que la viese ahora por que se
acababan de encender las luces de de las vitrinas. Se paró a mirar
los despojos que contenía a través del cristal sucio, nunca le
habían llamado la atención estos lugares, pero todas aquellas
cositas brillantes le atraían de una forma casi hipnótica. Entonces
lo vio. Al fondo de la tienda y apoyado contra una pared estaba aquel
piano. Era bastante antiguo e incluso a través de la mugre del
cristal se podía apreciar que se encontraba en un mal estado de
conservación, pero aún con esas decidió echarle un vistazo de
cerca. Al entrar sonó una campanilla que parecía resquebrajada, y
al instante salió un vendedor de la trastienda. Se dirigió
directamente al piano y el dependiente le siguió con la mirada.
Efectivamente estaba hecho un asco. Posó los dedos de la mano
derecha sobre las teclas e intentó tocar la mitad de un acorde, pero
al hacer presión hacia abajo el único sonido que sonó fue un ruido
sordo, como un golpe seco sobre un montón de almohadas.
- ¿Que pide por él? - preguntó
sin apartar la mirada.
- 250. Está un poco hecho polvo
pero alguien con idea sería capaz de repararlo fácilmente. -
Contestó el vendedor rascándose la barba de tres días.
- Le doy 100. - dijo él de un modo
tajante, esta vez si le miró. El hombre tras el mostrador dudó unos
instantes, y finalmente meneando la cabeza de lado a lado dijo:
- 150 y
haré que se lo manden a casa. - El chico intuyó que sería su
última oferta, y además no se veía capaz de arrastrar él solo un
piano y llevarlo a casa en su diminuto coche así que aceptó. Dio
sus datos al dependiente y salió de nuevo hacia la calle.
Al día siguiente llevaron aquel trasto al piso que compartía con su
novia. Dio gracias por que ella no estuviese en casa, si no al ver
aquel despojo le habría pedido amablemente que lo tirase a la
basura, pero de esta forma pudo dejarlo en su habitación de música,
donde tenía otros instrumento y libros recopilados a lo largo de sus
años de estudio. Desde que era un niño había dedicado su vida a la
música, décadas de conservatorio, años de clases, muchas horas de
estudio y preparación, cursos de composición, ritmo y dirección,
se podía decir que era un auténtico apasionado de aquel arte,
además de un virtuoso ya que era muy capaz de sacar música de
cualquier trasto sobre la tierra, y eso es lo que pensaba hacer con
aquel piano viejo y mugriento.
Pasó varios días arreglando aquel trasto. Lo había comprado por un
precio bastante irrisorio, eso era cierto pero a penas unos pocos
días ya había invertido casi el triple del precio inicial en
cuerdas, patillas y teclas de repuesto. Estaba realmente entregado a
la tarea de recuperar aquel artefacto musical. Y mientras lo hacía
una melodía sonaba en su mente. Le era vagamente familiar pero
desconocida al mismo tiempo, y conforme iban avanzando los días
aquella musiquilla iba adquiriendo más fuerza añadiendo notas
vigorosas a su melodía, hasta que la final era capaz de escucharla
sin estar cerca del piano. Incluso una noche sentado en el sofá,
viendo una película con su novia, ésta le grito de repente:
- ¿Pero que haces? - Él la miró
desconcertado, no sabía a que se refería, y ella al ver su cara de
merluza continuó: - Estas tarareando esa canción otra vez, deja de
hacerlo, no me dejas ver la película en paz.
Se quedó perplejo, ¿Estaba realmente
tarareando aquella melodía que solo podía oír en su cabeza? Si
era así tenía un problema. Se levantó de repente y se dirigió a
su sala de estudio. Su piano estaba completamente reparado, y a
pesar de ello todavía no lo había tocado, así que preparó unas
hojas en blanco, mordió un lápiz, y puso las manos sobre las
teclas. La melodía que había estado canturreando mentalmente se
dibujó entre sus dedos y las teclas blancas y negras, algunas
de marfil otras de plástico, como si fuese una música que había
tocado cien veces. Un sonido meloso y pausado que invadía toda la
estancia. Tocó durante unos minutos como si sus dedos fuesen parte
de un autómata y entonces paró en seco. Tenía que apuntar
aquellas notas, la música era fantástica, quizás lo mejor que
había hecho en su vida. Pero al enfrentar el lápiz mordido y
babeado al papel en blanco no supo que escribir. La música estaba
allí, pero las notas no. Se frotó las sienes con ira: aquello era
una estupidez; ¿si era capaz de colocar los dedos como no iba a saber
escribir las notas? entonces un ruido detrás de él le
desconcentró. La única luz de la sala emanaba de una pequeña
lamparilla que había colocado sobre el piano, se dio la vuelta para
ver que era aquello pero solo encontró oscuridad. Las siluetas de
sus estanterías y sus otros instrumentos estaban allí fundidas en
el negro, como mudos testigos de su nuevo romance con aquel viejo
piano, entonces en una esquina pareció que algo se movía, algo del
tamaño de una ardilla, o un gato quizás, él se levantó para
verlo más de cerca y la puerta de la habitación se abrió de par
en par inundando todos los rincones con la anodina luz del pasillo.
- Yo me voy a dormir, tu si quieres
puedes quedarte ahí, pero no hagas mucho ruido. - Dijo su novia sujetando el pomo con cara enfurecida, y después cerró la puerta con
el mismo movimiento rápido con que la había abierto. Él se quedó
de pie en el centro de la sala. Alargó la mano hasta la pared y
encendió la luz. Aquel sonido le había puesto los pelos de punta.
Hizo un esfuerzo por desterrar aquella experiencia, volvió a
sentarse frente al piano y empezó a tocar de nuevo. Esta vez
intentado memorizar los movimientos de sus manos para poder
identificar las notas. Estaba absorto en su tarea, no vio las
sombras de los muebles y los instrumentos a su alrededor empezar a
transformarse, a volverse densas y pegajosas, como la materia
primigenia de la que todos venimos, no oyó los pequeños chirridos
y gemidos de las criaturas que empezaban a nacer (o renacer...) a su
alrededor, alimentados por la magnífica melodía que salía de su
talento. Paró la música y apuntó unas cuantas notas. No eran
exactas, pero se aproximaban, no entendía por que no era capaz de
retenerlas, era como si alguien estuviese manejando sus manos por
él, entonces volvió a oír aquel ruido. Era como un cuerpo blando
y pringoso arrastrándose por el suelo a una velocidad mínima. Se
dio la vuelta asustado y lo vio. Era una especia de animal, y a
pesar de que se había criado en el campo nunca había visto nada
así, era una bola de carne peluda, tenía el pelo apelmazado y
cubierto por un moco como los recién nacidos cubiertos por los
restos de placenta de su madre, se arrastraba ayudándose de unos
pequeños muñones irregulares, le miraba desde el suelo con unos
ojos grises algo licuados, abriendo y cerrando su boca. Él cogió
una pila de libros y los estampó directamente contra el animal.
Tardó un rato en limpiar aquel estropicio. El bicho había quedado
desparramado por el suelo y al limpiarlo le habían dado arcadas.
Pero eso no era lo peor, lo peor era que al verlo lo había invadido
una sensación de terror inmensa, y al aplastarlo había olvidado su
música. Cuando terminó salió de la habitación enfadado, directo
a la cama, ya era de madrugada. Y al sentarse sobre el lecho la música volvió a
su mente. Corrió de nuevo hasta el piano y volvió a tocar, esta
vez la melodía crecía, se volvía más fuerte y profunda, avanzaba
como una manada de caballos desbocados desde su mente hasta sus manos,
él se vio absorbido por ella, no podía dejar de tocar, estuvo así
durante casi una hora, tocaba como si estuviese poseído, con una
fuerza vital impropia, aquella canción era de una hermosura digna
de los mejores compositores, y entonces un grito agudo lo sacó de
su ensoñación. De un salto se puso en pie y miró a sus espaldas,
lo que vio le heló la sangre. Su novia era la que había gritado
desde la puerta, estaba en pijama y se llevaba las manos a la cara
asustada, mientras balbuceaba cosas incomprensibles. A su alrededor
más de aquellas criaturas habían salido de las sombras, empezaban
a dirigirse hacia él, algunos seres más desarrollados que el
anteriormente aplastado abrían y cerraban sus bocas llenas de
dientes puntiagudos mientras babeaban sin control. Ella gritó algo
como “Tenemos que salir de aquí”, él cogió la pequeña
lámpara colocada sobre el piano todavía encendida y la lanzo contra
aquellos seres, al estrellarse sobre ellos saltaron algunas chispas
y los engendros comenzaron a arder. Las llamas crecían rápidamente,
y su novia tiraba de su manga instándole a salir de aquella
pesadilla, o bien sería devorado por alguna de aquellas alimañas o
por las llamas que parecían salidas del propio infierno.
Los dos salieron corriendo del edificio. Ella en pijama y con el pelo
enmarañado no podía creer lo que había pasado. Él miraba hacia su
piso en llamas, ya casi no recordaba la música que antes tocaba tan
apasionadamente, estaba en la calle con lo único que había podido
salvar, un viejo clarinete que le habían regalado sus padres a la
tierna edad de 13 años. Desde aquella noche la música no volvería
a sonar del mismo modo.