miércoles, 9 de enero de 2013

El músico.


Pateaba la calle abarrotada de tiendas en busca de un regalo para su hermana a pesar de que ella le regalaría algo realmente inútil o incluso haría como el año pasado y olvidaría comprarle algo. Al final de la tarde compró un pañuelo marrón con unas golondrinas estampadas, a ella le encantaría así que dio la misión por finalizada. De vuelta al coche pasó junto al escaparate de una tienda de segunda mano. No la había visto antes, y es posible que la viese ahora por que se acababan de encender las luces de de las vitrinas. Se paró a mirar los despojos que contenía a través del cristal sucio, nunca le habían llamado la atención estos lugares, pero todas aquellas cositas brillantes le atraían de una forma casi hipnótica. Entonces lo vio. Al fondo de la tienda y apoyado contra una pared estaba aquel piano. Era bastante antiguo e incluso a través de la mugre del cristal se podía apreciar que se encontraba en un mal estado de conservación, pero aún con esas decidió echarle un vistazo de cerca. Al entrar sonó una campanilla que parecía resquebrajada, y al instante salió un vendedor de la trastienda. Se dirigió directamente al piano y el dependiente le siguió con la mirada. Efectivamente estaba hecho un asco. Posó los dedos de la mano derecha sobre las teclas e intentó tocar la mitad de un acorde, pero al hacer presión hacia abajo el único sonido que sonó fue un ruido sordo, como un golpe seco sobre un montón de almohadas.
- ¿Que pide por él? - preguntó sin apartar la mirada.
- 250. Está un poco hecho polvo pero alguien con idea sería capaz de repararlo fácilmente. - Contestó el vendedor rascándose la barba de tres días.
- Le doy 100. - dijo él de un modo tajante, esta vez si le miró. El hombre tras el mostrador dudó unos instantes, y finalmente meneando la cabeza de lado a lado dijo:
- 150 y haré que se lo manden a casa. - El chico intuyó que sería su última oferta, y además no se veía capaz de arrastrar él solo un piano y llevarlo a casa en su diminuto coche así que aceptó. Dio sus datos al dependiente y salió de nuevo hacia la calle.

Al día siguiente llevaron aquel trasto al piso que compartía con su novia. Dio gracias por que ella no estuviese en casa, si no al ver aquel despojo le habría pedido amablemente que lo tirase a la basura, pero de esta forma pudo dejarlo en su habitación de música, donde tenía otros instrumento y libros recopilados a lo largo de sus años de estudio. Desde que era un niño había dedicado su vida a la música, décadas de conservatorio, años de clases, muchas horas de estudio y preparación, cursos de composición, ritmo y dirección, se podía decir que era un auténtico apasionado de aquel arte, además de un virtuoso ya que era muy capaz de sacar música de cualquier trasto sobre la tierra, y eso es lo que pensaba hacer con aquel piano viejo y mugriento.
Pasó varios días arreglando aquel trasto. Lo había comprado por un precio bastante irrisorio, eso era cierto pero a penas unos pocos días ya había invertido casi el triple del precio inicial en cuerdas, patillas y teclas de repuesto. Estaba realmente entregado a la tarea de recuperar aquel artefacto musical. Y mientras lo hacía una melodía sonaba en su mente. Le era vagamente familiar pero desconocida al mismo tiempo, y conforme iban avanzando los días aquella musiquilla iba adquiriendo más fuerza añadiendo notas vigorosas a su melodía, hasta que la final era capaz de escucharla sin estar cerca del piano. Incluso una noche sentado en el sofá, viendo una película con su novia, ésta le grito de repente:
- ¿Pero que haces? - Él la miró desconcertado, no sabía a que se refería, y ella al ver su cara de merluza continuó: - Estas tarareando esa canción otra vez, deja de hacerlo, no me dejas ver la película en paz.
Se quedó perplejo, ¿Estaba realmente tarareando aquella melodía que solo podía oír en su cabeza? Si era así tenía un problema. Se levantó de repente y se dirigió a su sala de estudio. Su piano estaba completamente reparado, y a pesar de ello todavía no lo había tocado, así que preparó unas hojas en blanco, mordió un lápiz, y puso las manos sobre las teclas. La melodía que había estado canturreando mentalmente se dibujó entre sus dedos y las teclas blancas y negras, algunas de marfil otras de plástico, como si fuese una música que había tocado cien veces. Un sonido meloso y pausado que invadía toda la estancia. Tocó durante unos minutos como si sus dedos fuesen parte de un autómata y entonces paró en seco. Tenía que apuntar aquellas notas, la música era fantástica, quizás lo mejor que había hecho en su vida. Pero al enfrentar el lápiz mordido y babeado al papel en blanco no supo que escribir. La música estaba allí, pero las notas no. Se frotó las sienes con ira: aquello era una estupidez; ¿si era capaz de colocar los dedos como no iba a saber escribir las notas? entonces un ruido detrás de él le desconcentró. La única luz de la sala emanaba de una pequeña lamparilla que había colocado sobre el piano, se dio la vuelta para ver que era aquello pero solo encontró oscuridad. Las siluetas de sus estanterías y sus otros instrumentos estaban allí fundidas en el negro, como mudos testigos de su nuevo romance con aquel viejo piano, entonces en una esquina pareció que algo se movía, algo del tamaño de una ardilla, o un gato quizás, él se levantó para verlo más de cerca y la puerta de la habitación se abrió de par en par inundando todos los rincones con la anodina luz del pasillo.
- Yo me voy a dormir, tu si quieres puedes quedarte ahí, pero no hagas mucho ruido. - Dijo su novia sujetando el pomo con cara enfurecida, y después cerró la puerta con el mismo movimiento rápido con que la había abierto. Él se quedó de pie en el centro de la sala. Alargó la mano hasta la pared y encendió la luz. Aquel sonido le había puesto los pelos de punta. Hizo un esfuerzo por desterrar aquella experiencia, volvió a sentarse frente al piano y empezó a tocar de nuevo. Esta vez intentado memorizar los movimientos de sus manos para poder identificar las notas. Estaba absorto en su tarea, no vio las sombras de los muebles y los instrumentos a su alrededor empezar a transformarse, a volverse densas y pegajosas, como la materia primigenia de la que todos venimos, no oyó los pequeños chirridos y gemidos de las criaturas que empezaban a nacer (o renacer...) a su alrededor, alimentados por la magnífica melodía que salía de su talento. Paró la música y apuntó unas cuantas notas. No eran exactas, pero se aproximaban, no entendía por que no era capaz de retenerlas, era como si alguien estuviese manejando sus manos por él, entonces volvió a oír aquel ruido. Era como un cuerpo blando y pringoso arrastrándose por el suelo a una velocidad mínima. Se dio la vuelta asustado y lo vio. Era una especia de animal, y a pesar de que se había criado en el campo nunca había visto nada así, era una bola de carne peluda, tenía el pelo apelmazado y cubierto por un moco como los recién nacidos cubiertos por los restos de placenta de su madre, se arrastraba ayudándose de unos pequeños muñones irregulares, le miraba desde el suelo con unos ojos grises algo licuados, abriendo y cerrando su boca. Él cogió una pila de libros y los estampó directamente contra el animal. Tardó un rato en limpiar aquel estropicio. El bicho había quedado desparramado por el suelo y al limpiarlo le habían dado arcadas. Pero eso no era lo peor, lo peor era que al verlo lo había invadido una sensación de terror inmensa, y al aplastarlo había olvidado su música. Cuando terminó salió de la habitación enfadado, directo a la cama, ya era de madrugada. Y al sentarse sobre el lecho la música volvió a su mente. Corrió de nuevo hasta el piano y volvió a tocar, esta vez la melodía crecía, se volvía más fuerte y profunda, avanzaba como una manada de caballos desbocados desde su mente hasta sus manos, él se vio absorbido por ella, no podía dejar de tocar, estuvo así durante casi una hora, tocaba como si estuviese poseído, con una fuerza vital impropia, aquella canción era de una hermosura digna de los mejores compositores, y entonces un grito agudo lo sacó de su ensoñación. De un salto se puso en pie y miró a sus espaldas, lo que vio le heló la sangre. Su novia era la que había gritado desde la puerta, estaba en pijama y se llevaba las manos a la cara asustada, mientras balbuceaba cosas incomprensibles. A su alrededor más de aquellas criaturas habían salido de las sombras, empezaban a dirigirse hacia él, algunos seres más desarrollados que el anteriormente aplastado abrían y cerraban sus bocas llenas de dientes puntiagudos mientras babeaban sin control. Ella gritó algo como “Tenemos que salir de aquí”, él cogió la pequeña lámpara colocada sobre el piano todavía encendida y la lanzo contra aquellos seres, al estrellarse sobre ellos saltaron algunas chispas y los engendros comenzaron a arder. Las llamas crecían rápidamente, y su novia tiraba de su manga instándole a salir de aquella pesadilla, o bien sería devorado por alguna de aquellas alimañas o por las llamas que parecían salidas del propio infierno.

Los dos salieron corriendo del edificio. Ella en pijama y con el pelo enmarañado no podía creer lo que había pasado. Él miraba hacia su piso en llamas, ya casi no recordaba la música que antes tocaba tan apasionadamente, estaba en la calle con lo único que había podido salvar, un viejo clarinete que le habían regalado sus padres a la tierna edad de 13 años. Desde aquella noche la música no volvería a sonar del mismo modo.   

martes, 1 de enero de 2013

Fin de año.


Su hermana lo convenció para ir a aquella vidente. Fue a finales de Diciembre, él no tenía mucha fe en aquellas cosas, pero por seguirle la corriente accedió. Entraron en la “consulta” inundada de un intenso olor a incienso y de inmediato la mujer empezó a hacer su numerito. Ataviada como una auténtica gitana de cuento y haciendo aquellos aspavientos y voces a él casi le daba vergüenza ajena estar allí.

- Tú – Dijo de repente abriendo los ojos como platos y señalándole mientras le temblaba la mano – Tu morirás en este nuevo año.

Le dio la risa. Su hermana le propinó un codazo para que dejase de reír, no fuese que la gitana se ofendiese, él disimuló. Dejo que aquella impostora estafadora hiciera toda su actuación. Toda completa, ojos en blanco, comunicación con los espíritus y voces de ultratumba. Al salir de aquel lugar él se sentía extrañamente divertido y conmovido. Su hermana estaba más afectada, él solo quería comer un bocadillo.

Entraron en un bar, su hermana le comunicó su preocupación por las palabras de la adivina, y él intentó tranquilizarla diciendo que aquello no eran más que mentiras de una embustera para ganarse la vida a costa de los anhelos de los demás. Eso no pareció calmarla. Pidió su bocadillo.

Aquella misma tarde al poco de llegar a casa se empezó a encontrarse mal, tenía el estómago descompuesto, y la cabeza le palpitaba. Pensó en la gitana. Rápidamente la desecho de su mente, ya que ella había dicho que moriría en el año nuevo, y aún faltaban unos días para que terminase. Decidió tomar algo para su estómago y pasar la tarde sin hacer nada, pero la cosa fue empeorando. Dos días después, el mismo día de Noche Vieja, fue ingresado en el hospital. Resultó que había contraído Salmonelosis, y la causa más probable de aquello fue comerse aquel bocata y no la gitana. Ese al menos era su pensamiento. Estuvo grave. Al borde de la muerte se podría decir. Pero no murió. Pasado el día de Reyes le dieron el alta y volvió a su hogar. Entonces una serie de desdichadas casualidades, tales como la del bocadillo asesino, empezaron a ocurrir. Unos días después de su recuperación fue atropellado: tuvo suerte por que vio a tiempo el coche que se saltaba el paso de peatones y pudo dar un brinco, solo que casi se parte el cráneo. Después de aquello le atracaron, también cayó una maceta de un balcón mientras caminaba por la calle que estuvo a un milisegundo de reventarle la cabeza. Un perro le ataco. También tropezó y se dislocó un hombro, se atragantó comiendo en un restaurante, y de no ser por que el camarero era experto en la maniobra de Heimlich habría muerto allí mismo entre chuletones y lenguados.
Así que por fin, y tras tes meses de incidentes de lo más absurdo (extraño), dejo de salir. No es que creyese a la gitana, es que simplemente tenía miedo de su mala suerte, o eso se decía a si mismo. Pero al tiempo su casa también se convirtió en una trampa mortal. Acabó convirtiéndola en el baluarte de la seguridad, tras muchos intentos de robo instaló un sistema de vigilancia digno de un museo, forró con espuma todas las esquinas, tanto de muebles como de paredes, quitó las puertas, que eran en realidad guillotinas mortales y su cuello podía dar fe de ello, colocó enchufes de seguridad, ya se había electrocutado tres veces para final de año. Sustituyo todos sus electrodomésticos de gas por eléctricos también. Solo ingería alimentos frescos y sin manipular, y por supuesto lo hacía únicamente usando una cuchara. Bebía agua embotellada, y por supuesto pasó el año entero sin ducharse, se lavaba pero no se metía en la ducha; no quería morir desnudo y en remojo. Eso no.

Ni que decir tiene que perdió su trabajo, bueno, no lo perdió: se despidió él mismo, el autobús era demasiado riesgo para él. Y poco a poco también perdió el contacto con el resto del mundo. Apenas unas visitas familiares era el único trato que tenía con el resto de la gente. Al final de año la gente lo fue dando por demente y se fue distanciando de él, al menos todos menos su hermana.
Pasado un año, él había conseguido mantenerse con vida, había pasado por innumerables pruebas, pero aunque un poco desquiciado, ahí seguía resistiendo. Su hermana lo visitó para reprocharle su ausencia en la cena de Noche Buena, estuvieron hablando, y ella al borde de las lágrimas lamentó haberlo llevado a aquella gitana que lo había vuelto un loco, él sin embargo se lo agradeció. De hecho dijo que pensaba que si superaba aquel año del que solo quedaba un día todo volvería a la normalidad, no sería inmortal pero no viviría con el dedo huesudo y funesto de la muerte siempre apuntándole, volvería a ser él. Ella deseó de todo corazón que fuese verdad.
Al rato de que su hermana hubiese abandonado la casa descubrió encima de la mesa una bolsa que contenía uvas. Pensó que su hermana debía de haberlas olvidado, se dijo que ya volvería a por ellas y las guardó en el frigorífico.

Llegó el día de Noche Vieja, el último día de su desgracia, a las 00.00 sería libre. Buscó su reloj de muñeca y se lo puso para poder ver como el lento paso de las manecillas daba las 12. Entonces recordó las uvas que su hermana había olvidado el día anterior allí. Las uvas de la suerte. Pensó que sería apropiado comer las 12 uvas aquel año. Pero no lo haría junto con las campanadas, no era idiota. Las comería justo después, como desafía a su propia muerte. Así que se sentó en una silla frente al televisor con la esperanza de poder ver la retransmisión del paso del año pero su tele solo emitía nieve desde hacía algunos meses, tenia frente a si un pequeño bol con las 12 uvas, mirando con avidez su reloj de muñeca durante mucho tiempo recluido en un cajón vio cambiar el año. Entonces respiro tranquilo. El peligro había pasado, se levanto y desempaqueto la caja en la que había guardado todos sus cuchillos, cogió uno y como prueba lo lanzo al suelo. No ocurrió nada. No se corto, ni hubo ningún incidente. Eso era lo que necesitaba para saber que su suerte había cambiado. Estaba eufórico, desembaló todas las esquinas de su casa, retiro los enchufes de seguridad, rescató una lata de cerveza de algún armario carcelero y la bebió. Durante todo aquel ajetreo no ocurrió nada, si hubiese hecho aquello durante al año anterior habría muerto irremediablemente y de una forma espantosa. Se acercó a la televisión que seguía dando nieve. Convencido de su seguridad cogió el bol de las uvas y empezó a comerlas. Primero poco a poco, y a la 5º se metió todas las que quedaban en la boca a la vez, ya total no podía pasarle nada. Entonces la nieve de la tele se disipó. La imagen se volvió nítida y pudo ver en ella gente festejando en alguna plaza de la capital. Y en aquel desgraciado momento la presentadora del programa especial dijo “¡Y ahora las campanadas!” Aquello no podía ser, miro su reloj de muñeca que marcaba ya casi la una de la madrugada, evidente mente se debió de atrasar: las máquinas no son perfectas, y las 12 campanadas finales empezaron a sonar, el tenía la boca abarrotada de uvas, casi no podía respirar, intentó escupirlas pero un resto de uva se le coló por la tráquea, empezó a toser casi espasmódicamente y poco a poco fue perdiendo visión y equilibrio, respirando como un pequeño bulldog, con la boca llena de uvas de la suerte, cayó al suelo y al final murió ahogado en el suelo de su salón.
La gitana tenía razón.