martes, 18 de octubre de 2011

Una historia real.

N. del A.
Esta es una historia que me contaron el sábado por la noche. Me la contó una persona a la que no conozco desde hace mucho, pero no tengo motivos para desconfiar de ella. De todas formas no puedo asegurar que sea una historia cien por cien cierta, pero ella y su marido me la contaban como si así fuese. Es la historia de sus experiencias con fantasmas, al igual que yo, o al igual que ellos, eres libre de creerla o no. 

Me pasa desde que era pequeña, el día en el que se iba a morir mi abuela lo supe, se lo dije a mi madre esa misma tarde y a ella le dio la risa, y aquella misma noche, a las doce en punto, se murió. Lo supe por los gritos de mi madre, al día siguiente yo estaba acostada en mi cama, y entonces me desperté y allí estaban, mi abuela y otra persona, una chica joven con un abrigo negro con dos grandes botones en la solapa. Me dijo que no tuviese miedo, me dijo que estaban allí para cuidarme, y a pesar de que yo era una niña pequeña no tuve miedo. Al día siguiente se lo conté a mi madre y ella me dijo que la chica joven era su hermana pequeña, que había muerto de tuberculosis con quince años cuando ella era un bebé, también me dijo que aquel abrigo que llevaba era la ropa con la que la habían enterrado. Y a partir de ahí siempre que viene alguno a visitarme yo llamo a mi abuela, no debería hacerlo pero lo hago, la llamo y ella viene, y se los lleva a donde tengan que ir, no se si es al cielo o a otro sitio, pero se los lleva a un sitio donde estarán en paz. De todas formas una de las cosas más fuertes que me han pasado fue hace unos años, cuando murió mi tío. Yo ya estaba casada, vivíamos en un piso en el centro, mi marido, mi hija y yo. Bueno pues debía ser domingo, mi tío había ido a nadar a la playa, y allí se ahogó. Debían ser las cuatro de la tarde cuando me dio como un ataque de ansiedad, yo solo podía decir “Algo pasa en el agua” y mi marido intentaba tranquilizarme, caí de rodillas agarrándome el cuello, por que no podía respirar, me sentía como que me estaba ahogando, y así era me ahogaba a la misma vez que mi tío se ahogaba en el mar. Yo corrí a la ducha por que me sentía pegajosa y sabía que tenia que buscar el agua. Me metí allí con ropa y todo, el agua de la ducha me tranquilizaba. Nosotros todavía no sabíamos que estaba muerto, como mi hija era pequeña la acostamos sobre las nueve de la noche o un poco antes, y al rato de estar acostada ella me llamó. Estaba asustada, me dijo que no podía dormir, yo le pregunté por que, y ella me dijo que no podía por que había una sombra en la habitación. Entonces fue cuando descubrimos que mi hija también podía ver. Entonces llamaron al timbre, era una prima mía. Lloraba, y mientras me abrazaba me dijo que nuestro tío había muerto, la hicimos pasar y le preparamos una tila, y mientras ella nos fue contando como había muerto nuestro tío. Nos dijo que estuvo tres horas sin oxigeno en el cerebro, que como el mar estaba revuelto tardaron mucho en rescatarlo, cuando lo sacaron a la playa ya no respiraba pero aún así intentaron reanimarlo, él abrió los ojos de golpe, pero aún así el medico dijo que estaba muerto. Ya no se podía hacer nada por él. Al poco rato mi prima se marchó, yo acompañé a mi hija a su habitación, y cuando encendí la luz vi que había agua en el suelo, no unas gotas, si no un gran charco de agua en el suelo, me agaché para ver que era y noté el olor a salitre, así que me mojé los dedos y me los llevé a la boca, y ¿sabes que era? Pues era agua de mar. Buscamos alguna gotera pero allí no había nada, así que la limpié, y después intenté explicárselo a mi hija, intenté explicarle como era poder ver. Le dije que no debía tener miedo, que normalmente era gente que se perdía, te buscaban por que ellos notaban que tu veías y necesitaban que les ayudases a guiarse. También le dije que no era malos, y es cierto, los espíritus no son malos, solo están desorientados, pero normalmente no quieren hacernos daño, ahora ella debía guiarlos. Y ya para terminar, para que veas que no solo fui yo la que lo vio, nos fuimos a dormir, y aquella noche ya no pasó nada más, pero al día siguiente mi marido se levanto a las siete para ir a trabajar, y cuando llego al baño lo oí gritar, de hecho me llamaba a gritos. Medio dormida me dirigí al baño y cuando llegué él solo podía señalar la bañera. Y entonces lo vi, allí había unos veinte centímetros de arena. Era arena fina de la playa. Todavía no sabemos como llegó allí. Supongo que cuando yo me metí en la bañera la tarde anterior la arrastré con mi fuerza, con mi Luz. Intentamos quitarla de allí, pero no pudimos, así que nos duchábamos encima de ella, y al final poco a poco fue desapareciendo. Pero le costó, no veas como le costó de desaparecer.

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