lunes, 6 de junio de 2011

La chica de la estación.

Cuando se sentó a mi lado me pareció bastante extraña. No solo por su forma de actuar, también por como iba vestida. Era una de esas chicas que se disfrazan de los años veinte. Zapatos de cordones, vestido estampado con flores, y una rebeca de punto que bien podía haber tenido 50 años. También llevaba un bolso de concha blanco precioso. Se sentó como si llevase mucho tiempo perdida y mirándome de reojo se subió los leotardos de lana. Yo miraba el mapa de la estación. No había estado nunca allí, pero estaba segura de estar en el sitio correcto. Si el tren se retrasaba o no, ya era otra cosa. Parecía que ella iba a tomar el mismo tren. Me preguntó si sabía cuanto tiempo iba a tardar en llegar, lo hizo con una voz dulce y suave, se le noto que era muy tímida. Yo le contesté que no lo sabía. Ella miró de reojo el mapa, como si estuviese tan desubicada como yo. Con una sonrisa se lo tendí, quizás quisiera echarle un vistazo. Ella sonrió y bajo la cabeza, en voz baja volvió a balbucear un gracias, pero al pasarle el mapa una ráfaga de viento inesperada se llevo consigo el mapa de la estación. El pequeño trozo de papel planeo por encima del pasillo vació y acabó cayendo en las vías. A mi me dio la risa, a ella le entró mucha vergüenza, y culpabilidad supongo, se puso la mano en el pecho y me dijo un sentido “Lo siento”, yo le sonreí y le puse la mano sobre el hombro, ella pareció no darse cuenta, estaba helada como un trozo de hielo. El frío me atravesó la piel como un calambre, y aparté la mano rápidamente, ella desvió la mirada al frente y se quedó mirando la nada. Desde luego era una persona extraña, y el tren se retrasaba. Ella empezó a cantar. ¿Quien se pone a cantar estando sentado al lado de un extraño? Yo intentaba no mirarla, me daba vergüenza ajena. Me estaba aguantando la risa, debió notarlo por que se calló de repente. Al darme la vuelta la chica rara había desaparecido. No entendí como se había podido marchar tan rápido sin que yo me diese cuenta. Me incline sobre el banco de madera sobre el que estábamos sentadas, por si la veía al final de la estación o donde fuese que se había escondido, pero allí no había nadie. Era muy posible que se hubiese ofendido por mi risa y se hubiese marchado. Bueno, pues ella perdería el tren, no yo. Las luces parpadearon, los fluorescente del techo iban y venían como si la corriente eléctrica fuese a desaparecer de un momento a otro. No me apetecía quedarme allí a oscuras. Me levanté del banco. Di un par de gritos, por si había alguien de mantenimiento, o simplemente alguien, que pudiese decirme si nos íbamos a quedar a oscuras. Entonces la chica rara de los años 20 empezó a cantar de nuevo. Me dio un escalofrío. La llamé, pero no la veía, debía estar escondida en una de las columnas que había en el andén. Aquello si era raro. Le grité que dejase de hacer tonterías, me estaba asustando. Ella se calló. La luz seguía parpadeando, pensé que como siguiese así me iba a dar un ataque de epilepsia. Estaba muy cerca de las vías, retrocedí un poco, había algo allí. Las luces volvieron a fijarse, y allí estaba ella. La chica tímida disfrazada de los años veinte estaba de pie en medio de los raíles. Pero no era la misma. Llevaba el mismo vestido floreado, pero esta vez estaba sucio y hecho girones, le faltaba una de las medias de lana, y en la pierna desnuda tenía la carne carbonizada. Lo mismo le pasaba en la cara. Le faltaba todo el pelo, y apenas se le podían reconocer las facciones que antes se veían tan claras. Ahora si estaba asustada de verdad. No entendí que estaba pasando. De repente las luces se apagaron, ella volvió a cantar. Yo no podía ni respirar ni pensar con claridad. Casi a gatas fui hacia atrás y conseguí sentarme de nuevo en el banco de madera donde había empezado todo. Allí estaba mi bolso, lo agarré con fuerza. Saqué mi móvil pero allí no había cobertura, ella seguía cantando. Le grité que se callase. Entonces hubo un pequeño parpadeo y las luces volvieron definitivamente. Ella ya no estaba en las vías. No quise mirar, no quería volver a verla. Tenía miedo. Al menos ella se había callado. Entonces me preguntó si sabía cuanto tiempo iba a tardar el tren, otra vez. Me gire de golpe y allí estaba ella, sentada a mi lado en el banco de madera, como al principio. Me quede congelada de miedo. Ella volvía a tener su vestido intacto, y las dos medias puestas, por no hablar de su piel y su pelo. Yo abrí la boca para decir algo, pero no salió nada por mis labios, ella se limitó a sonreírme con timidez, volvió a rascarse la pierna que antes tenía chamuscada. La luz empezó a parpadear de nuevo, pero esta vez como si lo hiciese a cámara lenta, entonces lo volví a ver. La luz se apagaba y ella estaba quemada, con el vestido tristemente destrozado. La luz se encendía y ella estaba allí de nuevo con una mirada angelical en el rostro. Entonces haciendo ruido de hierros oxidados llegó el tren. Las luces se estabilizaron de nuevo. Yo me levante y me dirigí corriendo a la puerta del vehículo sin dejar de mirarla. Subí al tren de espaldas, y ella seguía ahí, sentada en el banco de madera, esperando algún tren que no era este. Cuando el vagón empezó a deslizarse ella levantó una mano a modo de despedida y las luces volvieron a parpadear.  

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