jueves, 26 de mayo de 2011

Las polillas

Empezó en los árboles, en los almendros y los frutales. “Es la polilla primaveral” decían los más viejos del pueblo, el resto de la gente los creyó, al menos al principio luego ya les dio igual. A través de las ramas, hojas y frutos de los árboles empezó a distinguirse una fina pelusa blanquecina, poco a poco fue espesándose más, hasta llegar a ser una gruesa telaraña. Los árboles perdían la fruta, ni caía ni se pudría simplemente se secaba quedando como una corteza vieja y lo mismo pasaba con las hojas, quedaban colgando y enmarañadas en la espesa pelusa. La madera se secaba de tal manera que parecía que llevaba muerta desde hacía mucho tiempo, se secaba de dentro hacia fuera, y tomaba un color entre marronoso y grisáceo. Pocos días después paso a la tierra, quedó toda también cubierta por aquella pelusa tan espesa y antinatural. Llegados a aquel punto los viejos del lugar ya dudaron de si eran las polillas o no, pero no dijeron nada... ¿Para qué?
A nadie había matado nunca ninguna polilla. La mañana que salieron a la calle y encontraron aquella masa blanca subiendo por las paredes de los edificios la gente se preocupó. Desde el ayuntamiento organizaron brigadas de limpieza, pero de poco sirvieron, lo poco que pudieron limpiar crecía de nuevo y más rápidamente que antes. A las pocas horas se dieron cuenta que era algo imposible de retirar. Al poco las ruedas de los coches quedaron pegadas al asfalto, ventanas y puertas quedaron atrancadas, las que fueron sorprendidas cerradas así se quedaron y las que estaban abiertas quedaron cubiertas de la fina telaraña, redecoradas con visillos tenebrosos. La gente retiraba todos los días la capa de pelusa de sus puertas, e intentaba hacer vida normal, pero nadie entendía por que, quizás fue por que estaban dormidos, aunque ellos no lo notaban físicamente, la telaraña empezaba a crecer en su interior. Días después cayeron las redes eléctricas y telefónicas. Ese mismo día los habitantes del pueblo se dieron cuenta de que estaban atrapados. En realidad todo había sucedido muy rápido, la invasión silenciosa tuvo lugar en apenas 9 días. Como niños pequeños caminando entre nieve muy espesa los vecinos del lugar se encontraron en la puerta del ayuntamiento. Pero se encontraron desamparados, las autoridades se habían marchado el mismo día que se dio la orden de limpiar las fachadas. Quizás simplemente huyeron por que sospechaban lo que iba a pasar, pero más posible parecía que tuviesen algo que ver con el siniestro avance. Ahora ya daba igual. Reunidos todos en corrillo se vieron las caras por primera vez en los nueve días, estaban realmente afectados. Ese fue el día en el que descubrieron también que los viejos habían sido los primeros en caer. Aquellos señores que decidieron que el supuesto mal de la polilla no era peligroso, que no había de que preocuparse, ahora eran los más afectados. Se erguían en pie en medio de la calle como marionetas accionadas por hilos interiores. Los ojos grises y cristalinos no miraban exactamente nada y lo veían todo a la vez. La piel de estos ancianos había adquirido una textura como la corteza de un árbol viejo y gris. Entre los dedos de las manos y debajo de las extremidades se podía ver la fina pelusa que empezaba a extenderse por los cuerpos que ya secos. Al verlos todos supieron cual era su destino. Lo aceptaron, casi que ya les dio igual. Volvieron a sus casa, de nuevo caminando entre la espesura de pelusa y telarañas.            

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