viernes, 25 de febrero de 2011

Puntos de vista.

Desde aquí:

Me preparo para salir al rellano. Los vecinos de este bloque me vigilan en cada momento, siempre expían a donde voy y de donde vengo. Tengo que llevar mucho cuidado de no dar ningún paso en falso, por que si así fuese, ellos lo utilizarán como pretexto para pedir (otra vez) que se me expulse de mi vivienda de alquiler. Así que después de hacer un par de respiraciones intensas, abro la puerta, salgo al rellano, y la cierro tras de mi girando la llave. Siempre cierro la puerta de este modo, ya que si no también se quejarán del ruido de mis portazos. Avanzo por el pasillo con la cabeza erguida, pero vigilando a mis espaldas, se que me espían. Me observan desde las mirillas y las ventanas, para asegurarse de que me he marchado. Quizás durante todos estos días solo esperan a que me largue para robarme, entrar en mi piso y llevarse todas mis cosas, o algo peor... Mientras sigo mi camino, apoyo la mano en las puertas desde las que sé que vigilan mi marcha, con este gesto sutil quiero que sepan que yo se que están ahí mirándome , ellos querrán hacer de mi vida un infierno pero yo no desistiré en la lucha tampoco. Cuando estoy cerca del portón de la calle, se cruza en mi camino la asistenta. Barre y friega las escaleras todos los días por una miseria, pero es una rechoncha señora casi sesentona que se permite juzgarme cuando paso a su lado, como todos los demás que viven aquí, lo veo en su mirada. Mientras avanzo por delante de ella, abraza con fuerza su escoba, como si yo quisiese robársela y pone esa extraña cara de pánico, pobre cerdita asustada. Le hago un gesto con la cabeza, a modo de saludo, con una sonrisa muy cordial de mi parte, y ella a su vez exhala un pequeño gritito y retuerce aún más el mango de su escoba y casi parece que se va a echar a llorar, sé que le escandaliza que yo la siga saludando todos los días, quizás su pobre mente no consiga entender que yo también tengo estrategias en esto de la guerra de vecinos.
Por fin consigo abrir la puerta de la calle y llegar al exterior, voy a dar el primer paso del día en la acera. Al igual que todos los días oigo la respiración de alguno de los vecinos en el telefonillo de la entrada, así de exhaustivo es su seguimiento, así todos los días. Pero yo no me rindo, me dirijo a la rejilla del micrófono, la que esta situada debajo de los timbres, y le digo con toda cordialidad al espía: “Buenos días, ya me marcho”

Desde el otro lado:

Todos los vecinos saben que va a salir al rellano. Ese loco que vive ahí les esta arruinando la vida. Todas las mañanas al salir a la calle empieza su paranoico ritual, despierta a todos los vecinos con sus gritos y sus escándalos. Han pedido miles de veces que se le expulse del bloque, que le lleven a un sanatorio o a un psiquiátrico, pues parece que pronto se le quebrará el único hilo que lo mantiene cuerdo y algún día va a hacer una locura. Antes de abrir la puerta de su casa el tipo se pone justo en el quicio de la puerta y lanza dos grito abominables y escalofriantes, esa es su forma de avisar que esta listo para la trifulca del día, que va a salir a la calle. En este momento todos los vecinos cierran sus puertas y se preparan: empieza el espectáculo. Una vez esta en el pasillo cierra la puerta dando un golpe tan tremendo que hace vibrar las paredes, después coge sus llaves y avanza metiéndoselas en la boca. Empieza su marcha macabra por el pasillo de salida. Va encorvado, con las manos y los brazos crispados como garras, como un animal que esta apunto de saltar sobre su presa. Avanza a zancadas enormes pero muy lentas, mueve la cabeza de lado a lado, analizando cada sonido y olfateando el aire como si estuviese en mitad de la selva. En ese momento oye algo, esta completamente seguro de que viene de detrás de una de las puertas, como una bestia humana empieza a recorrer el pasillo de puerta en puerta, les da patadas y golpes, intenta ver algo por las mirillas, araña la madera y grita. Grita como un energúmeno. En la mayoría de las puertas hay marcas y arañazos que este hombre ha ido haciendo con el paso de los días. Casi a llegado a la salida, pero entonces se encuentra con la asistenta. Esta mañana no ha tenido tiempo de esconderse en el cuarto de las escobas como tantas otras mañanas. Ella se aferra a su escoba, dispuesta a empuñarla como una espada si ese hombre decide atacarla de repente. Él la mira de la cabeza hasta los pies, después le escupe y el gargajo del demente le cae en el hombro. Quiere echarse a llorar, pero si lo hace quizás el león la vea como una gacela herida y salte sobre ella para devorarla, así que se queda quieta viendo como él se marcha sin quitarle los ojos de encima.
Por fin ha salido del edifico. La puerta de entrada, que en su día estaba acristalada, ahora solo muestra barrotes desnudos, ya que el maltrato de este hombre obligaba a cambiar los cristales rotos cada semana, al final decidieron no reemplazar más el vidrio. El vecino psicópata permanece en el portal, parece que el sol calma sus instintos de locura, entonces da un giro brusco hacia el telefonillo de la entrada, empieza a llamar a todos los timbres con las dos palmas de las manos abiertas, dando manotadas como un mono hambriento, riendo histéricamente y aullando: “¡¡¡Ya me marcho, cabrones, me marcho!!!”   

lunes, 14 de febrero de 2011

En San Valentín.

Se casó con él hacía ya 46 años, lo hizo por amor. Los primeros años de matrimonio fueron como el cielo. Al llegar las bodas de plata la feliz pareja había cambiado amor por cariño y por costumbre, y ahora que su unión llegaba a la edad dorada, el cariño y la costumbre se había transformado en aborrecimiento y odio. No era por que fuese un mal hombre, no la maltrataba ni abusaba de ella, pero la vejez le trajo ciruelas amargas convirtiendo el carácter de su marido en huraño y malhumorado. En resumen: se había convertido en un cascarrabias, y ella ya había olvidado todo el amor que compartieron en los primeros años.
Ella era ama de casa desde su feliz casamiento. Era la dueña del hogar, hacía, iba y venía cuando quería y como quería sin que nadie estorbase, pero desde hacía algunos meses él se había jubilado, lo que quería decir que había vuelto a casa, invadía su espacio y estorbaba. Y eso por no hablar de sus manías, era un hombre ruidoso, cuando veía la televisión se entretenía metiendo y sacando la dentadura postiza de la boca, hacía sonar sus llaves dándoles la vuelta en el dedo como un vaquero de película, iba al baño y orinaba con la puerta abierta de par en par y cantando a voz en grito, y lo peor de todo: fumaba como una chimenea. Fumaba a todas horas y sin parar. Su esposa pensaba que en lo que podían ser los últimos años de su vida, pues era evidente que ya no era joven, no quería pasar por este suplicio, así que decidió matarlo.
Para la noche del 14 de febrero había preparado una cena especial, beberían, de hecho conociendo a su marido, él bebería mucho, y para el postre ella le serviría pastel aderezado con una considerable cantidad de barbitúricos. El plan era simple, emborracharle y drogarle hasta que su cuerpo de viejo dijese “basta”. Lo metería en la cama y dormiría con él, como si nada hubiese pasado, así cuando por la mañana tuviese lugar el descubrimiento del cadáver ella podría decir sin problemas, “no podía dormir y se tomó algunas pastillas, los dos habíamos estado bebiendo, no vi que pasase nada fuera de lo normal...” Lo que más le desagradaba era tener que compartir el sagrado lecho matrimonial con un cadáver, pero teniendo en cuenta que su amor había fallecido hacía ya mucho, tampoco era un suplicio. Después vendría la parte fácil, heredar lo poco que el inútil de su marido hubiese podido ahorrar, y vivir sus últimos años feliz y dignamente.

La cena había ido tal y como ella la había planeado, casi cuando todavía quedaba la mitad de la tarta barbitúrica que le había preparado, su marido cayó desplomado en la silla, estampando la cabeza en el plato de postre con tal fuerza que había conseguido partirlo. Con mucho esfuerzo lo había arrastrarlo hasta la cama, le había embutido el pijama, y había preparado el baño como si un anciano borracho hubiera rebuscando en el armario de las medicinas y se hubiese tomado aproximadamente 100 píldoras del bote de somníferos. Al final de la estupenda velada se metió en la cama sin remordimientos de conciencia por haberle dado a su marido un final a lo Marilyn Monroe.

A la mañana siguiente la despertó el sonido de la ducha, y su marido cantando como un Pavarotti demenciado mientras le caía el agua sobre la cabeza. Abrió los ojos de golpe, evidentemente su plan había salido mal, el muy cabrón estaba como una rosa, era posible que no tuviese ni resaca después de la borrachera monumental de la noche anterior. Él en la ducha tan alegremente, sin ser consciente de lo cerca que había estado de una muerte plácida, y ella con la cabeza apoyada en la almohada con los ojos apretados por la ira, y al borde de las lágrimas. En aquel momento se oyó un estruendo en el baño, se pudieron escuchar el crujir de cristales al estallar, y un golpe sordo acompañado de un gemido. Un bote de champú embadurnado de espuma rodó hasta la puerta abierta del baño.

Ella se asomó por encima del bote, recogiéndose con la mano los faldones del camisón, finalmente el viejo había pasado a mejor vida de la forma en que lo hacían muchos, resbaló en la ducha y se golpeó el cráneo duro contra el suelo. Había acabado todo, la recién viuda, se apoyó contra la pared del pasillo y cerro los ojos mientras sonreía. Ahora ya solo quedaba la parte fácil.             

miércoles, 2 de febrero de 2011

No pasar. No tocar.

Despertó en aquel lugar sin saber donde estaba o como había llegado allí. Tumbado en el suelo con el cuerpo dolorido por completo, hacía esfuerzos mentales por recordar como había dado con sus huesos en este lugar. Levantó las manos entumecidas y las agitó en el aire, pero fue como sacudir dos calcetines sudados con una fuerza ridícula. Al parecer estaban completamente dormidas, hecho del que se convenció por completo cuando las apoyo sobre el suelo que debía estar frío (o caliente, pero de alguna manera) y no sintió absolutamente nada. Ni temperatura ni ningún roce sobre su piel. Intentó doblar las rodillas y apoyar los pies, al tratar de moverlos el cosquilleo del entumecimiento lo aguijoneó con una rabia inesperada y soltó un gruñido grave. Quizás tendría los miembros adormilados, pero no estaba sordo o mudo.
Podía hablar u oír, pero no podía ver. No sabía con certeza si tenía los ojos abiertos o cerrados, estaba envuelto por una oscuridad completa por un negro que era más oscuro que el habitual de las noches. En un primer momento tuvo la tentación de palparse los ojos con las yemas de los dedos, para comprobar que no los tenía cubiertos, pero cuando logró levantar sus manos a la altura de la barbilla punzadas de dolor le retorcieron los dedos al igual que había ocurrido antes con sus pies. Las volvió a dejar sobre el suelo. Sentía un dolor palpitante en algunas zonas del cráneo, y ahora que estaba despertando parecía que sus ojos se unían a la fiesta del dolor.
En cuanto empezó a tomar conciencia de su cuerpo, intentó incorporarse poco a poco sobre su costado derecho. Levantarse se convirtió en una odisea, cada movimiento que hacía venía acompañado por una oleada de dolor, punzadas hirientes que le contaban que algo le había sucedido. Estaba mareado, tenía náuseas, y cada vez que su cabeza palpitaba un “pum” sonaba con estruendo en sus oídos. Algo le había ocurrido, este era un hecho evidente si obedecía las indicaciones dolorosas de su cuerpo. Consiguió sentarse sobre sus nalgas con un notable esfuerzo. Aunque tenía los pies todavía doloridos, sus manos parecían estar mejorando. Parecía estar recobrando sus sentidos poco a poco. Mientras intentaba mover sus pies, agarrándolos a la altura de los tobillos, escuchó un leve tamborileo. Era como millares de dedos dando ligeros golpes sobre la piedra desnuda. Entonces un trueno sonó con estruendo. Estaba lloviendo. Rápidamente dedujo que él debía estar a cubierto, ya que creía estar seco, y también que debía estar en algún lugar completamente cerrado, ya que no había visto el rayo que siempre precede al trueno. “La lluvia es tranquilizante” pensó, dirigiendo su mirada hacía la espesa negrura. Hasta ese momento tampoco se había percatado de que estuviese nervioso. Aunque realmente era para estarlo, y lo estaba. Entonces recordó.
Recordaba haber estado caminando por el bosque junto a Chico, su perro, Chico corría por que era joven, y eso era lo que hacían los cachorros. El andaba unos pasos por detrás. Era una mañana cetrina, con uno de esos cielos grises que desaniman a cualquiera, pero que por otro lado ofrecen las mejores condiciones para una larga caminata. Había salido de casa preparado por si los alcanzaba la lluvia, no sería la primera vez ni tampoco un problema. De súbito empezó a llover. El cielo marengo empezó a descargar una enorme tromba de agua. No hubo gotitas que advirtiesen de un chaparrón inminente, si así hubiese sido habrían tenido tiempo de regresar a casa, pero la abundante lluvia los desconcertó. Chico se apretujaba contra sus piernas con los ojos entornados y la cabeza gacha. Entonces vio la vieja casa. Había pasado muchas veces por delante, pero nunca había entrado en ella, a pesar de que tenia un aspecto de abandono y olvido evidente. En la puerta, con algún tipo de pintura marrón alguien había escrito “NO PASAR”, al parecer la tinta se había ido cayendo con el paso de los años, recordó que otras veces había pensado que aquella advertencia seguramente habría sido escrita allí por algún adolescente que encontró en aquella casa el lugar ideal para esconder su colección de porno, y pese que junto con el cartel, y las ventanas oscuras que parecían ojos muertos que lo observaban la vista era algo escalofriante, echo a correr hacia la casa, arrastrando a Chico consigo. Recordó el olor a piedra vieja y mohosa de la casa, su oscuridad, también recordó mirar hacía el exterior desde el umbral de la puerta, aspirar una bocanada del aire helado de la tormenta mientras se sacudía las ropas mojadas, y casi saborear el olor de las agujas de pino empapadas por la copiosa lluvia.
Después de eso debió de golpearse la cabeza con el quicio de la puerta, o haber trastabillado dentro de la casa, por que ya no recordaba nada más. Lo siguiente había sido despertar con el cuerpo molido en aquel lugar oscuro como boca de lobo.
Al igual que había hecho antes aspiro una bocanada de aire inducido por el recuerdo, pero esta vez no encontró el aroma de la naturaleza, si no un penetrante olor a podrido, era descomposición y muerte. El notar claramente la peste de carne agusanadaMás perros muertos no por favor” Pensó frenéticamente. Palpo a su alrededor, eran sacos de arpillera llenos de algo. Algo que parecían leños viejos, pero que él sabía que no lo eran. Consiguió ponerse a gatas de nuevo, empezó a sollozar, y a escudriñar con las manos a su alrededor, necesitaba salir de allí.
- No debería tocar las cosas de los demás, igual que no debería entrar en las casas de los otros - Se oyó de repente, él quedó paralizado ante esa voz cascada y anciana.
- ¿Quien está ahí? - Preguntó desesperadamente, entre sollozos y echando el cuerpo hacia delante, en un intento desesperado por ir hacia la voz.
- Soy la dueña de la casa.
-Lo.. lo siento... señora, per... pero llovía, no sabía que vivía nadie aquí, así que entre huyendo de la lluvia... - Entonces intento tranquilizarse y entrelazar los dedos sobre el pecho, como en un ejercicio de respiración, pero macabramente descubrió que su mano derecha carecía de dedos.
De nuevo le invadió la histeria, sus dedos habían sido roídos, cercenados, intento nueva mente ponerse de pie, cayendo una y otra vez, gritando “¡Encienda la luz!¡No puedo ver!” entonces la mujer riendo entre dientes dijo:
- Eso le ocurre por entrar en casa que no es suya y tocar las cosas de los demás.
 Al oírla reír pensó que ella si le había visto “tocando” las “cosas” que no eran suyas, (aunque si sus dedos mutilados estaban dentro de uno de esos sacos, entonces si tenia derecho a tocarlos...) Así supo que la luz no estaba apagada, algo le pasa a sus ojos levanto la mano izquierda, en la que conservaba sus dedos, y se toco las cuencas de los ojos. Las aparto con repugnancia al notar el tacto extraño.
-¿Que me ha hecho en los ojos? - pregunto gritando al borde de la demencia, ella solo contesto:
- Los he cosido. Con hilos de colores, han quedado mejor de lo que estaban. - y volvió a reír.

En el exterior la lluvia casi había cesado por completo, un instante después de que la vieja comenzase a reír, se oyó en todo el bosque un alarido, un quejido azorado, a su vez una bandada de pájaros negros emprendieron el vuelo asustados, y fue entonces cuando el bosque volvió a quedar en paz. Una paz que por otro lado jamás debió ser perturbada.