miércoles, 2 de febrero de 2011

No pasar. No tocar.

Despertó en aquel lugar sin saber donde estaba o como había llegado allí. Tumbado en el suelo con el cuerpo dolorido por completo, hacía esfuerzos mentales por recordar como había dado con sus huesos en este lugar. Levantó las manos entumecidas y las agitó en el aire, pero fue como sacudir dos calcetines sudados con una fuerza ridícula. Al parecer estaban completamente dormidas, hecho del que se convenció por completo cuando las apoyo sobre el suelo que debía estar frío (o caliente, pero de alguna manera) y no sintió absolutamente nada. Ni temperatura ni ningún roce sobre su piel. Intentó doblar las rodillas y apoyar los pies, al tratar de moverlos el cosquilleo del entumecimiento lo aguijoneó con una rabia inesperada y soltó un gruñido grave. Quizás tendría los miembros adormilados, pero no estaba sordo o mudo.
Podía hablar u oír, pero no podía ver. No sabía con certeza si tenía los ojos abiertos o cerrados, estaba envuelto por una oscuridad completa por un negro que era más oscuro que el habitual de las noches. En un primer momento tuvo la tentación de palparse los ojos con las yemas de los dedos, para comprobar que no los tenía cubiertos, pero cuando logró levantar sus manos a la altura de la barbilla punzadas de dolor le retorcieron los dedos al igual que había ocurrido antes con sus pies. Las volvió a dejar sobre el suelo. Sentía un dolor palpitante en algunas zonas del cráneo, y ahora que estaba despertando parecía que sus ojos se unían a la fiesta del dolor.
En cuanto empezó a tomar conciencia de su cuerpo, intentó incorporarse poco a poco sobre su costado derecho. Levantarse se convirtió en una odisea, cada movimiento que hacía venía acompañado por una oleada de dolor, punzadas hirientes que le contaban que algo le había sucedido. Estaba mareado, tenía náuseas, y cada vez que su cabeza palpitaba un “pum” sonaba con estruendo en sus oídos. Algo le había ocurrido, este era un hecho evidente si obedecía las indicaciones dolorosas de su cuerpo. Consiguió sentarse sobre sus nalgas con un notable esfuerzo. Aunque tenía los pies todavía doloridos, sus manos parecían estar mejorando. Parecía estar recobrando sus sentidos poco a poco. Mientras intentaba mover sus pies, agarrándolos a la altura de los tobillos, escuchó un leve tamborileo. Era como millares de dedos dando ligeros golpes sobre la piedra desnuda. Entonces un trueno sonó con estruendo. Estaba lloviendo. Rápidamente dedujo que él debía estar a cubierto, ya que creía estar seco, y también que debía estar en algún lugar completamente cerrado, ya que no había visto el rayo que siempre precede al trueno. “La lluvia es tranquilizante” pensó, dirigiendo su mirada hacía la espesa negrura. Hasta ese momento tampoco se había percatado de que estuviese nervioso. Aunque realmente era para estarlo, y lo estaba. Entonces recordó.
Recordaba haber estado caminando por el bosque junto a Chico, su perro, Chico corría por que era joven, y eso era lo que hacían los cachorros. El andaba unos pasos por detrás. Era una mañana cetrina, con uno de esos cielos grises que desaniman a cualquiera, pero que por otro lado ofrecen las mejores condiciones para una larga caminata. Había salido de casa preparado por si los alcanzaba la lluvia, no sería la primera vez ni tampoco un problema. De súbito empezó a llover. El cielo marengo empezó a descargar una enorme tromba de agua. No hubo gotitas que advirtiesen de un chaparrón inminente, si así hubiese sido habrían tenido tiempo de regresar a casa, pero la abundante lluvia los desconcertó. Chico se apretujaba contra sus piernas con los ojos entornados y la cabeza gacha. Entonces vio la vieja casa. Había pasado muchas veces por delante, pero nunca había entrado en ella, a pesar de que tenia un aspecto de abandono y olvido evidente. En la puerta, con algún tipo de pintura marrón alguien había escrito “NO PASAR”, al parecer la tinta se había ido cayendo con el paso de los años, recordó que otras veces había pensado que aquella advertencia seguramente habría sido escrita allí por algún adolescente que encontró en aquella casa el lugar ideal para esconder su colección de porno, y pese que junto con el cartel, y las ventanas oscuras que parecían ojos muertos que lo observaban la vista era algo escalofriante, echo a correr hacia la casa, arrastrando a Chico consigo. Recordó el olor a piedra vieja y mohosa de la casa, su oscuridad, también recordó mirar hacía el exterior desde el umbral de la puerta, aspirar una bocanada del aire helado de la tormenta mientras se sacudía las ropas mojadas, y casi saborear el olor de las agujas de pino empapadas por la copiosa lluvia.
Después de eso debió de golpearse la cabeza con el quicio de la puerta, o haber trastabillado dentro de la casa, por que ya no recordaba nada más. Lo siguiente había sido despertar con el cuerpo molido en aquel lugar oscuro como boca de lobo.
Al igual que había hecho antes aspiro una bocanada de aire inducido por el recuerdo, pero esta vez no encontró el aroma de la naturaleza, si no un penetrante olor a podrido, era descomposición y muerte. El notar claramente la peste de carne agusanadaMás perros muertos no por favor” Pensó frenéticamente. Palpo a su alrededor, eran sacos de arpillera llenos de algo. Algo que parecían leños viejos, pero que él sabía que no lo eran. Consiguió ponerse a gatas de nuevo, empezó a sollozar, y a escudriñar con las manos a su alrededor, necesitaba salir de allí.
- No debería tocar las cosas de los demás, igual que no debería entrar en las casas de los otros - Se oyó de repente, él quedó paralizado ante esa voz cascada y anciana.
- ¿Quien está ahí? - Preguntó desesperadamente, entre sollozos y echando el cuerpo hacia delante, en un intento desesperado por ir hacia la voz.
- Soy la dueña de la casa.
-Lo.. lo siento... señora, per... pero llovía, no sabía que vivía nadie aquí, así que entre huyendo de la lluvia... - Entonces intento tranquilizarse y entrelazar los dedos sobre el pecho, como en un ejercicio de respiración, pero macabramente descubrió que su mano derecha carecía de dedos.
De nuevo le invadió la histeria, sus dedos habían sido roídos, cercenados, intento nueva mente ponerse de pie, cayendo una y otra vez, gritando “¡Encienda la luz!¡No puedo ver!” entonces la mujer riendo entre dientes dijo:
- Eso le ocurre por entrar en casa que no es suya y tocar las cosas de los demás.
 Al oírla reír pensó que ella si le había visto “tocando” las “cosas” que no eran suyas, (aunque si sus dedos mutilados estaban dentro de uno de esos sacos, entonces si tenia derecho a tocarlos...) Así supo que la luz no estaba apagada, algo le pasa a sus ojos levanto la mano izquierda, en la que conservaba sus dedos, y se toco las cuencas de los ojos. Las aparto con repugnancia al notar el tacto extraño.
-¿Que me ha hecho en los ojos? - pregunto gritando al borde de la demencia, ella solo contesto:
- Los he cosido. Con hilos de colores, han quedado mejor de lo que estaban. - y volvió a reír.

En el exterior la lluvia casi había cesado por completo, un instante después de que la vieja comenzase a reír, se oyó en todo el bosque un alarido, un quejido azorado, a su vez una bandada de pájaros negros emprendieron el vuelo asustados, y fue entonces cuando el bosque volvió a quedar en paz. Una paz que por otro lado jamás debió ser perturbada.  

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