miércoles, 15 de agosto de 2012

Una mala noche.


Entra en la recepción del motel y deja un reguero de agua tras de sí. Él es un hombre de mediana edad, completamente empapado y con cara de haber burlado a la muerte. El motel es un establecimiento descuidado y viejo al borde de una carretera nacional regentado por un hombre igual de viejo y descuidado. Al entrar el nuevo cliente el anciano lo mira sin mucho interés. De detrás de una puerta lateral aparece una señora mayor con rulos en la cabeza y empieza a fregar el suelo mojado con una fregona ajada que parece no tener capacidad ya para recoger el agua. El hombre mojado llega al mostrador. Pide un teléfono. El recepcionista le informa de que esta estropeado, la tormenta debe haber estropeado alguna de las líneas. El hombre ríe irónicamente. El recepcionista le observa con curiosidad.
- He tenido un accidente de tráfico un par de kilómetros atrás. Un animal cruzó la carretera y yo intenté esquivarlo. Con la lluvia mi coche derrapó y dio varias vueltas. Ha quedado inservible. Intento llamar por teléfono pero parece que no hay cobertura. Debo llamar a mi novia... y a la grúa claro. - Dice mientras agita su teléfono móvil con aire resignado.
-Será mejor que pase la noche aquí, mañana cuando la tormenta haya pasado podrá hacer todas esas llamadas. - Le responde el viejo recepcionista acercándole a su vez una llave de habitación con el numero 8 grabado en el llavero. Él deja sobre el mostrador un billete de 50 empapado, el recepcionista se lo devuelve con una extraña sonrisa que dice “No es necesario”. Un poco de suerte disfrazada de compasión.
El hombre se siente aliviado, y va en dirección al ascensor para subir a su habitación. Se para a mitad del recorrido ante un enorme cartel de “FUERA DE SERVICIO” que parece que debe llevar ahí tanto como ese viejo motel. A pesar de que le duelen las piernas y la cabeza le palpita se resigna a subir por las escaleras. Tan solo es un piso. El primer piso es oscuro y huele a rancio. Entre suciedad mal disimulada en las esquinas, hay diez puertas, cada una con su numero bañado en bronce atornillado en la puerta. En otro tiempo este debió ser un lugar bonito, hoy no lo es. Parece que hay habitaciones ocupadas en aquel motel de mala muerte. Al llegar ha visto cuatro vehículos en el pequeño parking delantero: dos coches pequeños, un mono-volumen familiar y un camión de pequeño tamaño que parece haber perdido su carga. Los otros coches aparcados no tienen mejor aspecto, el mono-volumen tiene la luna de atrás rota, uno de los coches pequeños que parece de los años 70 tiene el lateral derecho destrozado, y el otro a pesar de que es más moderno debe tener algún tipo de avería ya que está por completo inundado de humo. Parece que ha sido una mala noche para más de uno. Maldita tormenta. Al pasar por una de las habitaciones oye un llanto débil, como el de un bebe que duerme mal, deben ser los ocupantes del coche familiar, y al llegar a su puerta, por el olor deduce que su vecino debe de estar fumando y piensa que si ha tenido una mala noche no será él quien se lo reproche. Entra en su habitación, la numero 8. No hay nada que decir sobre ella, es tan lúgubre y cochambrosa como el resto del motel. Se seca con una toalla mal colgada en el cuarto de baño a oscuras, ya que este parece que tiene la bombilla fundida. Una lástima, le hubiese gustado inspeccionarse la cabeza para comprobar si tenía alguna herida, ya que no dejaba de palpitarle y la notaba embotada. Es tan solo una manía: si hubiese tenido algo el recepcionista se lo habría dicho. No tiene ganas de ver la televisión, es una suerte por que de todas formas no hay. Desnudo y cansado se tumba en la cama, que al notar su peso se hunde como una flácida masa grasienta, y cierra los ojos. Se lleva una mano a la cabeza, todavía tiene el pelo mojado. Las paredes del lugar deben ser finas, de esas construcciones baratas y rápidas, puesto que todavía puede oír a sus vecinos en sus habitáculos. En una de ellas, una pareja empieza a hacer el amor, al principio cuidadosamente, y después parecen un par de sado-masoquistas echando un polvo demencial. En la otra alguien murmura enfadado y de vez en cuando da algún golpe. Él está demasiado cansado para llamarles la atención pero si siguen así, al menos los amantes, tendrá que darles un toque. Se abre una puerta en el pasillo y vuelve a oír al bebe llorón. La cosa mejora por momentos. Dos críos han salido al pasillo, juegan con un balón y ríen como poseídos. Él tumbado en la cama suspira al borde de la exasperación y al hacerlo nota un ligero pinchazo en su sien. Mejor no levantarse, es tarde, pronto irán a dormir y le dejarán descansar. Los de la habitación 7 tampoco se cansan de follar, ahora ella grita como si le estuviese haciendo daño de verdad, ¿Como pueden hacer eso? ¿Es que no oyen a los niños? Se escucha un gran estruendo proveniente de la habitación 9, es el tipo cabreado, abre su puerta de lo que parece una patada y empieza a gritar enfurecido a los niños, dice algo como “¿Pensáis joderme toda la eternidad?” Los niños gritan asustados y corren, se oye al hombre que parece bastante grande correr tras de ellos. Los de la 7 siguen a lo suyo. Pero el hombre tumbado lo de los niños no lo puede consentir. Los críos no hacen daño a nadie jugando en el pasillo, y el otro hombre parece que se los va a comer. Se levanta pesadamente, casi sin fuerzas, y se dirige al pasillo. Sale dispuesto a plantarle cara al tipo violento, envuelto en un sábana y algo mareado. Al salir el pasillo esta despejado. Ni rastro de los niños o de su vecino de habitación. Todas las puertas cerradas, todas las luces apagadas, pero aquel persistente olor a humo de antes sigue embargando el lugar. Y a pesar de todo eso sus vecinos de la 7 siguen embarcados en su odisea violento-sexual. Sin pensar se dirige hacia la puerta con el siete atornillado y llama débilmente.
-Vamos chicos, dejadlo ya, se os oye por todo el motel... - Nada, los ocupantes siguen a lo suyo - ¡Dejadlo ya! Necesito descansar.
Parece que este último ruego ha tenido más efecto. Se hace el silencio en el asqueroso pasillo. Exhausto apoya su espalda contra la pared entre la habitación 8 y la 7, se lleva una mano a la cabeza que sigue notando húmeda, al tocarse le duele, cierra los ojos por que se encuentra algo mareado y piensa que quizás se haya hecho daño de verdad, puede que tenga algún tipo de contusión, debería bajar abajo para que el recepcionista le echase un ojo. Los niños empiezan a reír de nuevo. La risa empieza al fondo del pasillo, y va avanzando hacia él como una marea siniestra. Algo en aquellas risas infantiles hace que se le ponga el vello de punta. Abre los ojos y no ve a los niños. Poco a poco se pone en el centro del pasillo y los busca con la mirada. Entonces los ve. De espaldas parecen normales, dos niños: uno de unos tres o cuatro años y el otro de unos siete. El bebé de antes empieza a llorar de nuevo, pero esta vez una mujer intenta calmarlo cantado una nana en voz baja. No sirve de nada. Los niños vuelven a reír. Él intenta llamarles, con una especie de “¡EH!” ahogado. Los dos críos se dan la vuelta a la vez, las luces del pasillo intentan encenderse, pero solo consiguen un parpadeo angustioso. Algo raro pasa con esos niños. Se acercan a él lentamente. Están heridos, tienen pequeños fragmentos de cristal clavados en la cara y en el cuello. Tiene las camisetas rasgadas y ensangrentadas. Él asustado intenta retroceder. Entonces una mano grande y fría le aparta de un golpe y lo empuja hacia la pared. El que debe ser su vecino de la habitación 9 pasa por su lado como una apisonadora, al tacto su mano era extremadamente fría y su piel parecía como de lija. El tipo es realmente enorme, debe medir casi dos metros, y una enorme barriga colgante le sobrepasa la cinturilla del pantalón. Anda raro. Parece que aquejado de algún tipo de cojera, al mirarle las piernas descubre que tiene la derecha horriblemente dislocada por la rodilla. Es imposible que ese hombre pueda andar con esa fractura sin retorcerse de dolor a cada paso, pero lo hace. Él hombre envuelto en una sábana esta entre atónito y horrorizado, no entiende que esta pasando en este lugar, aquellos niños, aquel hombre... Murmura algo, pero frente a las risas histéricas de los niños queda en nada. Entonces grita “¿Que coño esta pasando aquí?” El bebé llora ahora más fuerte, la mujer no deja de cantarle, los niños desfigurados en el pasillo ríen cada vez más fuerte y incitan al enorme hombre cojo a perseguirlos, este les grita insultos e intenta cogerlos, la pareja de la habitación 7 sigue a lo suyo; a ella parece que le estén arrancando la piel a tiras, él disfruta. Él intenta volver a su habitación, entonces se abre una de las puertas del pasillo y deja salir una humareda que impregna todo el pasillo. Un hombre alto y delgado se acerca a él. Trastabillando consigue llegar al pomo de su habitación, él hombre del humo llega hasta a él, él le mira y lo que ve le asusta. Es un hombre de mediana altura y constitución débil, pero emana humo de sí, tiene los ojos enrojecidos e hinchados, los labios morados.   
-Has elegido un mal sitio para descansar. - dice, y mientras pronuncia las palabras bocanadas de humo con olor a motor salen de su boca y se esparcen por el pasillo. Entra en su habitación y cierra la puerta con un golpe. En el pasillo sigue el circo de los horrores. Se dirige hacia sus cosas y rebuscan en sus bolsillos asta encontrar su teléfono móvil. Examina la pantalla con manos temblorosas, pero sigue sin haber cobertura. Levanta el aparato por encima de su cabeza para ver si así consigue captar algo pero nada. Nada. Pero al hacerlo un fuerte pinchazo le atraviesa la cabeza. Aprieta sus mandíbulas debido al dolor. Se sienta en la cama, tiene miedo de tocarse la cabeza ya que ahora le duele más que antes. Deja el móvil a su lado. Se levanta para ir al baño, tiene que inspeccionarse para ver si realmente esta herido o no. No ha dado ni tres pasos cuando suena su teléfono. Da un salto sobre la cama y lo coge con las dos manos, se lo lleva al oído del lado bueno: es su novia. La recepción es mala, se oye con interferencias y entrecortado, tan solo puede oírla llamarle por su nombre. Él grita al teléfono:
- He tenido un accidente en la carretera, estoy en un motel a unos dos o tres kilómetros, ¡Ven a buscarme por favor! - Esto último suena incluso suplicante. No está seguro de si ella lo puede oír, así que se lo grita tres o cuatro veces antes de que se corte la llamada. Durante su éxtasis telefónico no se ha dado cuenta, pero se ha llevado las dos manos a la cabeza. Al bajarlas las nota húmedas y frías. No puede ser que todavía tenga el cabello mojado por la tormenta, se mira las manos y descubre que no es agua lo que hay en ellas: es sangre. Está herido. Si mira el pecho desnudo y el hombro y descubre que también están empapados en sangre. Incluso la sábana que ha estado usando para cubrirse esta socia. Mira a su alrededor y hay sangre en el teléfono, y en la cama, al igual que en las paredes de la habitación y en el marco de la puerta del baño. Piensa que no es posible que este perdiendo tanta sangre y siga en pie... Va al baño y de un tirón arranca el espejo de la pared para sacarlo hacia afuera, hacia la luz. Una vez en la habitación le da miedo mirarse, pero debe hacerlo, debe averiguar que es lo que está pasando allí, donde está. Al alzar el espejo se ve a él mismo pero ya no se reconoce. Su rostro y su cuello están ensangrentados, y en la zona que tanto le dolía había ahora una enorme brecha sanguinolenta donde antes había pelo. No era posible que siguiera con vida con aquel agujero en la cabeza y habiendo perdido tanta sangre. Aquel lugar donde se encontraba y las personas que allí se encontraban tampoco podían existir en el mundo de lo real.

Apenas pasadas doce horas del accidente, la tormenta había amainado. La chica recorre en su coche la carretera por la que la noche anterior debía haber estado circulando su novio. Hasta el momento no hay ni rastro de él. Pero hacia unas pocas horas había recibido aquella llamada, no se había escuchado bien, pero parecía algo había ido mal. Pasa por delante de un viejo motel abandonado que está al borde de la carretera, casi oculto por los árboles y la maleza, si no eres de la zona, quizá ni aprecies que está ahí. Ella no le presta atención ya que esta centrada en encontrar a su novio y asegurarse de que está bien. Pero como siempre, al pasar por delante se le eriza la piel, ese sitio le da escalofríos, algo horrible paso hace muchos años allí, ya no recuerda que fue, pero desde entonces el sitio quedó abandonado a su suerte. Ella pasa de largo circulando lentamente, sigue su marcha y su búsqueda. Desde las oscuras ventanas del motel, concretamente desde la habitación 8, la sombra de su novio la ve pasar y sabe que ha quedado atrapado para siempre en aquel lugar.              

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