****
Fue
el paciente cero. Nadie lo supo hasta que ya fue tarde, y la cosa fue
tan gradual que tampoco se
pudo
parar, o no se hubiese podido parar si ese hubiese sido el deseo de
alguien.
La
infección no se dio tal y como tantas veces nos había enseñado la
ciencia ficción mediante el cine o la literatura; no hubo contacto
vírico y no fue obra de ningún desastre de laboratorio. Simplemente
su genética real y sus células de origen ancestral se fueron
endeñando hasta convertirla en el primer zombie de la historia.
Quizás fue fruto de la endogamia propia de los segmentos de su
estatus, tantas bodas pactadas entre primos y tanto afán para
conservar la sangre azul, acabó volviendo el azul elemento en verde,
un verde podrido y apestoso que ganaba terreno en su cuerpo día a
día. Inexorable. Muchos, de haberlo sabido, lo habrían llamado
cáncer, la enfermedad de nuestros días, o lepra, incluso algo peor,
pero el caso fue que aquel cambio tan radical y desagradable en lugar
de llevarla a la muerte le abrió las puertas a un glorioso futuro.
Los
medios de comunicación, el "lameculismo" de tertulianos y
apoderados de las ondas colaboró en gran medida a que la transición
zombie de este primer cadáver fuese aceptada, y pasase totalmente
"desapercibida" por casi todos. Si ella salía en
televisión, caminando a paso de mosca, clavando las uñas ponzoñosas
en el brazo de su flamante y joven marido, con la mirada perdida y el
limo chorreando desde su oído interno, siempre había un defensor
sentado en un sofá de skay de cualquier plató, proclamando con
vehemencia que la Duquesa se conservaba estupenda y era muy
campechana, como siempre había sido. Es más: llegaron a traducir
las breves entrevistas perpetradas por periodistas callejeros. Una ex
becaria, amante de la fama y poco escrupulosa, la abordaba a la
salida de su hogar colocándole el micrófono ante la cara y
preguntándole algo como "Duquesa,
¿que piensa de la nueva novia de su hijo?",
y ella, que en sus primeros días de zombificación no se expresaba
muy bien, contestaba algo del estilo de "Muaaaabekdntewjakai".
Como en los hogares españoles la adoraban, y los grandes Señores de
la tele no querían perder el filón, durante la retransmisión de
sus declaraciones aparecían en la parte baja de la pantalla unos
subtítulos que inducían a la audiencia a pensar que la duquesa
podría haber contestado, por ejemplo, "Estoy
muy contenta, es una chica guapísima",
cuando en realidad lo que había dicho no era más que "Necesito
cereeeeebrooooos, ceeeeereeeebroooos...".
Automáticamente después de una cortinilla aparecía en pantalla una
rancia presentadora que se apresuraba a afirmar sonriendo que la
duquesa jamás había estado mejor y más jovial. Y puede que tuviese
razón.
Los
primeros días de transición fueron los más duros. Al principio ni
ella misma entendía bien que estaba ocurriendo. Notó que algo
extraño pasaba la tarde en la que se despertó de su siesta con la
cabeza de su mayordomo, aquel que había tenido a su servicio durante
años, abierta como un melón maduro sobre sus piernas y los restos
de su seso desparramados sobre el sofá isabelino. No sin cierto
desconcierto, extendió su dedo índice, recogió uno de los restos
gelatinosos y sanguinolentos, y sin mucho meditar se lo llevo a la
boca chupeteándolo. Al acabar esta operación, se miró el dedo y
descubrió que había perdido la uña. "Bueno"
pensó "La he
tenido 80 años pegada al dedo y nunca me hizo mal, así que sí la
tengo dentro no puede dañarme. Y si simplemente la he perdido...
Pues ya aparecerá".
Y con esta declaración tan poco común en una anciana apuró con
avidez los restos de su mayordomo que allí quedaban. Aceptó que
algo en su cuerpo estaba cambiando, que ella misma se estaba
transformando, pero no se sentía enferma ni tenía los dolores que
en los días pasados la asaltaban. Así que, según su criterio,
aquello no podía ser malo. Se sintió mejor en aquel momento que en
la mayoría de los anteriores años de su vida.
Después
de aquel primer contacto, vino una temporada de ocultación, y aunque
sus nuevos instintos básicos la llevasen a ciertas indiscreciones,
como fue la de devorar a su esposo en una playa de Ibiza, lo ocultó
lo mejor que pudo. Aquel asunto del marido carcomido no pasó a
mayores, alguien dijo en un programa matinal que la duquesa estaba
tan enamorada que había sido vista "comiéndose"
a su esposo a besos, y los gritos de él... Pues los gritos de él
serían de pura alegría. Ya no hubo muchos más altercados, y dada
la facilidad que tienen los de sangre real para ocultar sus vicios y
pecados, tampoco tuvo que actuar de una forma en la que no hubiese
actuando antes. ¿Y el marido? Nada que lamentar, pasó a compartir
el estatus zombie de su esposa y a pesar de la pérdida de alguno de
sus miembros fue más feliz que nunca. Quizás debido a que desde
aquel día en la playa funcionó solo con una ínfima parte de su
cerebro, y aunque decir que parecía lobotomizado sería algo un poco
cruel, sí sería acertado señalar que ya no había nada CON LO QUE
preocuparse.
Cuando
el nuevo estado de la Duquesa empezó a trascender y le fue cada vez
más difícil esconder los cadáveres descerebrados, o su creciente
ejército de no-muertos, fue cuando empezaron a aparecer sus
problemas. Y estos no vinieron de la mano de turbas enfurecidas, no
vinieron de gentes de las villas amotinadas pidiendo la muerte del
monstruo con horcas y antorchas en alto, vinieron, como suele suceder
en las familias con títulos y adineradas, de sus propios hijos. La
sangre de su sangre, los frutos de su vientre montaron en cólera
cuando llegaron a la conclusión de que sí la vieja no moría ellos
jamás podrían heredar. Les daba igual que su madre fuese un cuerpo
entumecido y putrefacto que devorase a razón de tres por día a sus
semejantes. Lo que ella hiciese en su vida privada no era de su
incumbencia. Pero el dinero... ¡Ah, no! El tema del dinero era
harina de otro costal. Se organizaron. Como eran de mucho estatus
pero de poca inteligencia (cosas de la mezcla de sangres... Ya se
sabe), optaron por un ataque frontal en televisión. Era lo mejor que
sabían hacer. Las chicas, la hija pequeña y la mediana, lloraban en
los especiales del sábado noche mientras un babuino encorbatado les
miraba con expresión de lastimera ignorancia, "Que mi
madre sea un zombie es muy duro, ¿vale?" Decía una,
"Vivimos con miedo, ni el Chanel nº 5 logra tapar su
peste..." Decía la otra sorbiendo mocos con unas
maneras muy de la aristocracia y las telenovelas colombianas. Los
chicos, los hombres de la casa, aprovechaban el photocall de las
plazas de toros y los suaregs en los clubs para exponer de una
forma menos lacrimógena y más "preocupada" la situación
de su madre. Obvia decir que este primer ataque de poco les sirvió.
Sí bien era cierto que eran expertos en social media, olvidaron de
quien lo habían aprendido. Olvidaron aquellas largas veladas en el
salón victoriano de este o aquel otro palacio propiedad de la
familia frente a un fotógrafo y una corresponsal babeante de una
revista de
prestigio.
Cometieron el gran error de olvidar que su madre había sido musa de
los medios y el amarillismo desde mucho antes de que ellos viniesen
al mundo. Aquella batalla la habían perdido no por que la Duquesa
fuese más popular y famosa que sus duquesitos, aquella batalla la
perdieron en el momento que su madre empezó a aceptar entrevistas a
puertas abiertas, algo sin precedentes que todos quisieron
aprovechar, y lo hizo no sólo con la intención de abrirse al mundo,
también con la intención de darse un atracón. Así que cuando los
hijos acudieron a la prensa y a las televisiones, la mitad de los
medios y periodistas ya eran favorables a la causa zombie.
Un
tiempo después planearon una ofensiva más directa, por aquel
entonces las calles ya no eran lo que habían sido, las inmediaciones
de sus Palacios se habían convertido en auténticos estercoleros,
repletos de restos humanos en descomposición y había algunos
zombies patrulleros que mantenían a lo vivos a raya. Una noche en la
que ya empezaba a apretar el calor veraniego, y el hedor despedido
por los restos humanos andantes se mezclaba con el aroma del azahar,
el pequeño ejercito que los hijos habían conseguido reunir se
congregó frente al palacio señorial de la Duquesa. Con los
herederos en cabeza, entraron rompiendo con todo en los salones de
palacio. Dinamitaron las puertas, y pedazos humanos de cuerpos
no-muertos volaban por doquier. Avanzaron sin piedad, dispuestos a
reclamar lo que era suyo. Y cuando llegaron al salón, aquel en el
que antes la duquesa hacía calceta (calceta aristocrática... Nada
de bromas), la encontraron como en los días pasados sentada en su
sofá isabelino. Pero no tenía el aspecto de apacible viejecita de
antaño, si no que ahora estaba cubierta por moscas y costas, su pelo
antes al punto de nieve ahora lucía apelmazado y erizado con
siniestra rectitud, las cuencas de sus ojos portaban unos globos
oculares marchitos y amarillentos, y sus manos estaban crispadas
sobre su abultado vientre en un gesto de placentero poder. Los vivos
que entraron allí temblaron de terror, los no muertos desmembrados
durante la invasión comenzaron a revivir (otra vez) y a reagruparse
en torno a la Duquesa. Los hijos no reconocieron a la madre, la nueva
Duquesa del horror, sentada en su trono que ahora reposaba sobre una
pila de cadáveres roídos y cráneos trepanados. Los hijos varones
cayeron de rodillas suplicando su perdón, esta vez si lloraron, y
las hijas huyeron en una histérica estampida. Algunos de los hombres
que llegaron con ellos para perpetrar el ataque literalmente se
mearon de miedo ante la nueva sonrisa de la Duquesa, que había hecho
tallar los dientes de su vieja dentadura postiza en forma de
colmillos lobunos. Ahí término el periplo de guerra de los hijos
contra la madre. Aunque para ser justos se debe hacer constar que la
pequeña de ellos aún vive. La hija menor ha conseguido formar un
nuevo y pequeño ejército de vivos, aunque nadie cree que sea tan
descerebrada como para volver a atacar el palacio. Más que por su
inteligencia, se cree que no intentarán otra ofensiva por que ella y
los suyos están más ocupados en conseguir víveres y gasolina que
en planear una nueva batalla, aunque para no faltar a la verdad hay
que decir que es todo un espectáculo verla cruzar el antiguo parque
de Doñana subida al capó a su Ford Falcón negro tirado por
caballos y su melena al viento, mientras agita su puño y grita
“¡Podrán quitarme mi herencia! ¡Pero no me quitarán la
vida!”
Así
que después de esta oposición tan endeble el Apocalipsis y
asimilación zombie se dieron sin mayores impedimentos. Está claro
que hubieron algunos rebeldes a los que la Duquesa supo sofocar muy
bien. Además como era la mujer del país con mayor posesión de
tierras y bienes, aprovechó para montar sus muy lucrativas granjas
de vivos, que no por ser zombie iba a quedarse en la miseria, y así
ahondaba más en su populismo dando al pueblo la carne viva y fresca
que tanto ansiaba.
De
esta forma cuando se instauró el nuevo orden mundial, aquel en el
que eras un zombie come-cerebros o eras carnaza, ella pasó a ser la
reina indiscutible. Así de simple, sin más. No tuvo que enseñar
sus títulos nobiliarios, ni discutir con aristócratas de más alto
nivel sobre quien se inclinaba reverente frente a quien. Fue amada y
temida, y ella se sentía muy a gusto con su nueva condición, no
tuvo que volver a preocuparse por sus hijos desagradecidos, o por los
estragos de la edad en su rostro o por su pecho caído, por que en
aquel nuevo mundo, su mundo zombie, la piel cuarteada y podrida y
arrastrar partes del cuerpo por los suelos era lo que le daban a una
zombie auténtica solera.