jueves, 9 de enero de 2014

El viaje

Desde la ventanilla del vehículo en marcha observaba los edificios desplazarse hacia atrás como si se tratase de un decorado de teatro antiguo. Aquellas casas y aquellas calles eran muy diferentes de las que había conocido hasta entonces. La gente parecía diferente también. No era de extrañar; después de un viaje de 12 horas en coche habían llegado por fin a su tierra prometida. Allá donde comenzarían una nueva vida. De todos modos a ella todo le parecía “extraño”. Los edificios debían ser realmente de otro siglo, y aún así parecían nuevos, y los edificios que eran nuevos tenía un brillo demasiado... “nuevo”, como si todo hubiese sido construido unas pocas horas antes de que llegasen. Por mucho que intentaba convencerse de que aquello debía ser una sensación que asaltaba a todos los inmigrantes, había algo que no estaba bien.
- Hay algo que no cuadra en este sitio.- le dijo a él, que ponía toda su atención en circular correctamente por aquellas calles desconocidas.
- ¿Si? ¿que es exactamente? - contestó vagamente.
- Bueno, las casas son antiguas, pero... parecen nuevas.
- Ya claro, a eso se le llama “conservación”, son cosas que se pueden hacer con una economía prospera.
- Si, pero mira la gente, y las otras casas, las más modernas... son como demasiado modernas.
- ¿Que es lo que pasa? No se a que te refieres cuando dices que algo no encaja... - él empezaba a exasperarse.
- No lo se... es tan... artificial.
- ¿Quieres decir que es como si se hubiese construido para nosotros? - Hizo la pregunta y sonó como un chiste malo. Ella se sintió ridícula. Pensó que ya era demasiado traumático haber tenido que dejar su tierra natal como para que empezase con delirios paranoides molestando a su compañero. Simplemente puso todas sus fuerzas en reprimir aquellos miedos inexplicables.
Llegaron a su nueva casa hacia las seis de la tarde, estaban exhaustos a causa del viaje, tenían ganas de descargar sus bultos y descansar. La casera, amable, les explicó el funcionamiento de los interruptores y demás instrumentos de la casa. Aunque sería mas acertado decir que se los explicó a él, que dominaba por completo el idioma, ella era una mera espectadora. Mientras les veía a los dos articular aquellas palabras incomprensibles se percató de que aprender aquel galimatías le llevaría una eternidad, ya que le parecía que no había una palabra igual a otra, parecía que lo inventaban sobre la marcha. Cuando la mujer se fue se tumbaron en la cama. Era un pequeño loft de 40 metros cuadrados, por que el que iban a pagar unos 600 euros al mes. Olía a pintura fresca. La habitación, con su pequeña cocina, salón-dormitorio, y baño a parte, estaba impecable.
- La casera ha dicho que acaban de pintarlo. Dice que al usarlo para alquileres cortos intentan renovarlo cada poco tiempo. - Ella se quedo pensativa mirando a su alrededor. Él seguía hablando, decía no se qué sobre los pisos en alquiler de aquel país (a ella le empezaba a parecer que él ADORABA todo lo referente a aquel lugar) ella se levantó y se dirigió directamente a la mesa de cristal que había en el centro de la habitación, presionó la fría superficie con la palma de la mano y al retirarla no quedó marca. Debía de haber quedado alguna huella de la impresión, el vaho por el calor del cuerpo, algo de grasa corporal, pero allí no había nada. Él seguía hablando sin cesar, ella no lo escuchaba. Volvió a repetir el gesto. Obtuvo el mismo resultado.
- ¿Pero que haces? - No se había percatado de que él había dejado de hablar y la miraba como si fuese marciana.
- Pensaba... - No podía decirle lo que pensaba, no después de su conversación en el coche – Que tengo hambre, deberíamos cenar.
- No tenemos nada en la nevera.- dijo él mientras su miraba se volvía un poco más normal – Pero podemos salir a tomar algo. Debe haber algún restaurante o bar por aquí cerca. Y ya sabes que esta gente cena antes que nosotros... - Y así volvió a coger el hilo de su explicación sobre las bonanzas de este nuevo lugar. Mientras el hablaba sin cesar, salieron de la pequeña casa, ella echó un último vistazo a la impecable mesa de cristal.
Ya en el restaurante, sentados a la mesa, él pidió algo, y ella esperó mientras él no dejaba de hablarle sobre aquel nuevo país. Ella empezaba a cansarse, él no dejaba de enumerarle las maravillas de aquel lugar, y por un momento a ella le dio la impresión de que intentaba “aleccionarla”. Les trajeron la comida. Nada tenía el sabor que ella esperaba. No era ni buena ni mala, no le recordaba a nada, casi pudo haber dicho que todo tenía un sabor neutro. Un sabor nuevo. Cuando terminó su comida puso los cubiertos sobre el plato vacío, y al hacerlo se dio cuenta de que el plato estaba limpio. No solamente sin comida, si no sin rastros de ella. Ni restos de salsa, ni jugos, ni nada. En el plato no había nada. Cogió el cuchillo y se lo acercó a los ojos para observarlo con más atención, tampoco había ningún resto en él.
- ¿Pero ahora que haces? - la pregunta de su compañero la sacó del susto.
- ¿Pero es que no lo ves? ¡No hay nada! ¡Nada en el plato ni en los cubiertos! - habló con voz desesperada, casi gritando.
- Claro que no hay nada, te lo has terminado todo, es normal que no haya nada. - en el tono de él, en su respuesta, había un matiz conciliador que al contrario de lo que pudiera pretender la exasperaba más.
- ¡Joder! No me hables como si fuese idiota, quiero decir que mi plato no está sucio, no hay restos, es como si no hubiese habido nada nunca. - Miró el plato de él, estaba igual que el suyo. - ¡Imbécil, mira tu plato!
- Estás cansada, y además gritas, estás dando el espectáculo. - Su tono había cambiado, era ahora mucho más grave, la estaba reprimiendo. Empezó a sentirse atrapada. Miró a su alrededor y pareció que lo que él decía era cierto: estaba montando una escena. Todos en el local la estaban mirando. Ella miró fijamente al camarero tras la barra. Este le devolvía la mirada. Entonces algo falló. Algo más evidente que las huellas en el cristal o un plato limpio. La figura del camarero pareció desaparecer y recomponerse en pequeños fragmentos. Todo ocurrió apenas en un segundo. Aquel parpadeo la horrorizó. Se levantó de la mesa atropelladamente y corriendo se dirigió hacia la puerta. Antes de llegar a ésta su novio la interceptó.
- ¿Puede saberse a dónde vas?
- Me marcho de aquí. ¿No ves lo que está pasando? ¡Esto no es... REAL!
Él la cogió por el brazo y apretó la mano como una tenaza. La miraba directamente a los ojos. Ella se aterrorizó.
- ¡Suéltame! Por favor, me estas asustando. Esto no me gusta.
Él siguió mirándola fijamente y no bajó la presión sobre el brazo de ella. Entonces vio algo en sus ojos. No supo explicarse si era el mismo parpadeo virtual que había visto en el camarero o algo más controlado. Pero le golpeó la certeza de que él tampoco era real. Sin pensarlo le dio un empujón, él cayó un poco hacia atrás soltándola, ella salió por la puerta agarrándose el brazo en un gesto inconsciente, y corrió sin rumbo calle abajo.
Tras correr unos minutos se lanzó de cabeza a un callejón oscuro que quedaba a su derecha. Allí había unos contenedores, se escondió de cuclillas junto a uno. Su primer instinto la llevó a ver si la seguían. No era así. Se levantó la manga de la camisa para ver si estaba herida. Tras el apretón que había recibido en el brazo no sentía dolor, pero debía asegurarse. En su brazo no había nada. Ni tan siquiera una pequeña marca o rojez. ¿Que significaba aquello? ¿Se había vuelto loca? ¿Lo había imaginado todo? No. Aquello había ocurrido. Intentó recordar algo anterior al viaje, pero no pudo. Sí tenía recuerdos de su infancia, recuerdos de su juventud, recuerdos de su vida en común con él, pero no recordaba nada concreto sobre su vida inmediata antes del viaje. Estaba desconcertada. Entonces empezó a sentirse rara. Comenzó como una picazón en las manos, y fue avanzando por sus brazos hasta su cuerpo. Se miro las extremidades. La camisa había vuelto a colocarse de nuevo sobre su brazo, como si nunca la hubiese remangado. Por el contrario sus manos presentaban un aspecto extraño, eran como más transparentes. Empezaron a parpadear como lo había hecho el camarero en el bar. Se asustó todavía más, se abrazó a si misma y entonces lo notó. Pudo ver como todo a su alrededor parpadeaba y poco a poco se iba desmoronando en pequeños cubos hasta no quedar nada. Ella misma se sintió caer en la nada. Pocos segundos después se desvaneció.

Desde la ventanilla del vehículo en marcha observaba los edificios desplazarse hacia atrás como si se tratase de un decorado de teatro antiguo. Aquellas casas y aquellas calles eran muy diferentes de las que había conocido hasta entonces. La gente parecía diferente también. No era de extrañar; después de un viaje de 12 horas en coche habían llegado por fin a su tierra prometida. Allá donde comenzarían una nueva vida. De todos modos a ella todo le parecía “extraño”. Los edificios debían ser realmente de otro siglo, y aún así parecían nuevos, y los edificios que eran nuevos tenía un brillo demasiado... “nuevo”, como si todo hubiese sido construido unas pocas horas antes de que llegasen. Por mucho que intentaba convencerse de que aquello debía ser una sensación que asaltaba a todos los inmigrantes, había algo que no estaba bien.
- Hay algo que no cuadra en este sitio.- le dijo a él, que ponía toda su atención en circular correctamente por aquellas calles desconocidas.
- Eso ya lo dijiste ayer. - respondió su compañero sin apenas prestarle atención.
- ¿Como...? - De repente tuvo la sensación de que era cierto, era como estar en un dejavú infinito, en un bucle. Miró a su novio y éste empezó a parpadear. A ella no le cogió por sorpresa y recordó lo que había sucedido la noche anterior en el bar, entonces recordó muchas noches y días anteriores dentro de una pesadilla infinita. Entre lágrimas intentó abrir la portezuela del coche, pero el tirador no respondía a sus sacudidas. “No, no, no...” era lo único que podía repetirse en su mente. Entonces todo empezó a decaer... otra vez. Unos pocos segundos después ella se sumió de nuevo en aquel vacío, no sin la certeza de que volvería despertar en el mismo momento, una vez más, como las miles de veces anteriores.

- La simulación falla cada vez antes. Intenta corregir eso o la perderemos... como a los demás.
Dos extraños miraban las imágenes proyectadas sobre el viaje de ella a otro país. Uno de ellos apretaba con dedos anormalmente largos en un teclado, y se esmeraba por encontrar el fallo en la simulación que había creado. El otro miraba el tanque de suspensión en cuyo liquido flotaba inerte el cuerpo de ella conectado a decenas de cables. Puso una mano sobre el cristal que estaba tibio y dijo casi para sí mismo:
- No podemos perdérla, es la única que queda...        

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