lunes, 14 de febrero de 2011

En San Valentín.

Se casó con él hacía ya 46 años, lo hizo por amor. Los primeros años de matrimonio fueron como el cielo. Al llegar las bodas de plata la feliz pareja había cambiado amor por cariño y por costumbre, y ahora que su unión llegaba a la edad dorada, el cariño y la costumbre se había transformado en aborrecimiento y odio. No era por que fuese un mal hombre, no la maltrataba ni abusaba de ella, pero la vejez le trajo ciruelas amargas convirtiendo el carácter de su marido en huraño y malhumorado. En resumen: se había convertido en un cascarrabias, y ella ya había olvidado todo el amor que compartieron en los primeros años.
Ella era ama de casa desde su feliz casamiento. Era la dueña del hogar, hacía, iba y venía cuando quería y como quería sin que nadie estorbase, pero desde hacía algunos meses él se había jubilado, lo que quería decir que había vuelto a casa, invadía su espacio y estorbaba. Y eso por no hablar de sus manías, era un hombre ruidoso, cuando veía la televisión se entretenía metiendo y sacando la dentadura postiza de la boca, hacía sonar sus llaves dándoles la vuelta en el dedo como un vaquero de película, iba al baño y orinaba con la puerta abierta de par en par y cantando a voz en grito, y lo peor de todo: fumaba como una chimenea. Fumaba a todas horas y sin parar. Su esposa pensaba que en lo que podían ser los últimos años de su vida, pues era evidente que ya no era joven, no quería pasar por este suplicio, así que decidió matarlo.
Para la noche del 14 de febrero había preparado una cena especial, beberían, de hecho conociendo a su marido, él bebería mucho, y para el postre ella le serviría pastel aderezado con una considerable cantidad de barbitúricos. El plan era simple, emborracharle y drogarle hasta que su cuerpo de viejo dijese “basta”. Lo metería en la cama y dormiría con él, como si nada hubiese pasado, así cuando por la mañana tuviese lugar el descubrimiento del cadáver ella podría decir sin problemas, “no podía dormir y se tomó algunas pastillas, los dos habíamos estado bebiendo, no vi que pasase nada fuera de lo normal...” Lo que más le desagradaba era tener que compartir el sagrado lecho matrimonial con un cadáver, pero teniendo en cuenta que su amor había fallecido hacía ya mucho, tampoco era un suplicio. Después vendría la parte fácil, heredar lo poco que el inútil de su marido hubiese podido ahorrar, y vivir sus últimos años feliz y dignamente.

La cena había ido tal y como ella la había planeado, casi cuando todavía quedaba la mitad de la tarta barbitúrica que le había preparado, su marido cayó desplomado en la silla, estampando la cabeza en el plato de postre con tal fuerza que había conseguido partirlo. Con mucho esfuerzo lo había arrastrarlo hasta la cama, le había embutido el pijama, y había preparado el baño como si un anciano borracho hubiera rebuscando en el armario de las medicinas y se hubiese tomado aproximadamente 100 píldoras del bote de somníferos. Al final de la estupenda velada se metió en la cama sin remordimientos de conciencia por haberle dado a su marido un final a lo Marilyn Monroe.

A la mañana siguiente la despertó el sonido de la ducha, y su marido cantando como un Pavarotti demenciado mientras le caía el agua sobre la cabeza. Abrió los ojos de golpe, evidentemente su plan había salido mal, el muy cabrón estaba como una rosa, era posible que no tuviese ni resaca después de la borrachera monumental de la noche anterior. Él en la ducha tan alegremente, sin ser consciente de lo cerca que había estado de una muerte plácida, y ella con la cabeza apoyada en la almohada con los ojos apretados por la ira, y al borde de las lágrimas. En aquel momento se oyó un estruendo en el baño, se pudieron escuchar el crujir de cristales al estallar, y un golpe sordo acompañado de un gemido. Un bote de champú embadurnado de espuma rodó hasta la puerta abierta del baño.

Ella se asomó por encima del bote, recogiéndose con la mano los faldones del camisón, finalmente el viejo había pasado a mejor vida de la forma en que lo hacían muchos, resbaló en la ducha y se golpeó el cráneo duro contra el suelo. Había acabado todo, la recién viuda, se apoyó contra la pared del pasillo y cerro los ojos mientras sonreía. Ahora ya solo quedaba la parte fácil.             

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