Su hermana lo convenció para ir a
aquella vidente. Fue a finales de Diciembre, él no tenía mucha fe
en aquellas cosas, pero por seguirle la corriente accedió. Entraron
en la “consulta” inundada de un intenso olor a incienso y de
inmediato la mujer empezó a hacer su numerito. Ataviada como una
auténtica gitana de cuento y haciendo aquellos aspavientos y voces a
él casi le daba vergüenza ajena estar allí.
- Tú – Dijo de repente abriendo los
ojos como platos y señalándole mientras le temblaba la mano – Tu
morirás en este nuevo año.
Le dio la
risa. Su hermana le propinó un codazo para que dejase de reír, no
fuese que la gitana se ofendiese, él disimuló. Dejo que aquella
impostora estafadora hiciera toda su actuación. Toda completa, ojos
en blanco, comunicación con los espíritus y voces de ultratumba.
Al salir de aquel lugar él se sentía extrañamente divertido y
conmovido. Su hermana estaba más afectada, él solo quería comer
un bocadillo.
Entraron en un bar, su hermana le
comunicó su preocupación por las palabras de la adivina, y él
intentó tranquilizarla diciendo que aquello no eran más que
mentiras de una embustera para ganarse la vida a costa de los anhelos
de los demás. Eso no pareció calmarla. Pidió su bocadillo.
Aquella misma tarde al poco de llegar a
casa se empezó a encontrarse mal, tenía el estómago descompuesto,
y la cabeza le palpitaba. Pensó en la gitana. Rápidamente la
desecho de su mente, ya que ella había dicho que moriría en el año
nuevo, y aún faltaban unos días para que terminase. Decidió tomar
algo para su estómago y pasar la tarde sin hacer nada, pero la cosa
fue empeorando. Dos días después, el mismo día de Noche Vieja, fue
ingresado en el hospital. Resultó que había contraído
Salmonelosis, y la causa más probable de aquello fue comerse aquel
bocata y no la gitana. Ese al menos era su pensamiento. Estuvo grave.
Al borde de la muerte se podría decir. Pero no murió. Pasado el día
de Reyes le dieron el alta y volvió a su hogar. Entonces una serie
de desdichadas casualidades, tales como la del bocadillo asesino,
empezaron a ocurrir. Unos días después de su recuperación fue
atropellado: tuvo suerte por que vio a tiempo el coche que se saltaba
el paso de peatones y pudo dar un brinco, solo que casi se parte el
cráneo. Después de aquello le atracaron, también cayó una maceta
de un balcón mientras caminaba por la calle que estuvo a un
milisegundo de reventarle la cabeza. Un perro le ataco. También
tropezó y se dislocó un hombro, se atragantó comiendo en un
restaurante, y de no ser por que el camarero era experto en la
maniobra de Heimlich habría muerto allí mismo entre chuletones y
lenguados.
Así que por fin, y tras tes meses de
incidentes de lo más absurdo (extraño), dejo de salir. No es que
creyese a la gitana, es que simplemente tenía miedo de su mala
suerte, o eso se decía a si mismo. Pero al tiempo su casa también
se convirtió en una trampa mortal. Acabó convirtiéndola en el
baluarte de la seguridad, tras muchos intentos de robo instaló un
sistema de vigilancia digno de un museo, forró con espuma todas las
esquinas, tanto de muebles como de paredes, quitó las puertas, que
eran en realidad guillotinas mortales y su cuello podía dar fe de
ello, colocó enchufes de seguridad, ya se había electrocutado tres
veces para final de año. Sustituyo todos sus electrodomésticos de
gas por eléctricos también. Solo ingería alimentos frescos y sin
manipular, y por supuesto lo hacía únicamente usando una cuchara.
Bebía agua embotellada, y por supuesto pasó el año entero sin
ducharse, se lavaba pero no se metía en la ducha; no quería morir
desnudo y en remojo. Eso no.
Ni que decir tiene que perdió su
trabajo, bueno, no lo perdió: se despidió él mismo, el autobús
era demasiado riesgo para él. Y poco a poco también perdió el
contacto con el resto del mundo. Apenas unas visitas
familiares era el único trato que tenía con el resto de la gente.
Al final de año la gente lo fue dando por demente y se fue
distanciando de él, al menos todos menos su hermana.
Pasado un año, él había conseguido
mantenerse con vida, había pasado por innumerables pruebas, pero
aunque un poco desquiciado, ahí seguía resistiendo. Su hermana lo
visitó para reprocharle su ausencia en la cena de Noche Buena,
estuvieron hablando, y ella al borde de las lágrimas lamentó
haberlo llevado a aquella gitana que lo había vuelto un loco, él
sin embargo se lo agradeció. De hecho dijo que pensaba que si
superaba aquel año del que solo quedaba un día todo volvería a la
normalidad, no sería inmortal pero no viviría con el dedo huesudo y
funesto de la muerte siempre apuntándole, volvería a ser él. Ella
deseó de todo corazón que fuese verdad.
Al rato de que su hermana hubiese
abandonado la casa descubrió encima de la mesa una bolsa que
contenía uvas. Pensó que su hermana debía de haberlas olvidado, se
dijo que ya volvería a por ellas y las guardó en el frigorífico.
Llegó el día de Noche Vieja, el
último día de su desgracia, a las 00.00 sería libre. Buscó su
reloj de muñeca y se lo puso para poder ver como el lento paso de
las manecillas daba las 12. Entonces recordó las uvas que su hermana
había olvidado el día anterior allí. Las uvas de la suerte. Pensó
que sería apropiado comer las 12 uvas aquel año. Pero no lo haría
junto con las campanadas, no era idiota. Las comería justo después,
como desafía a su propia muerte. Así que se sentó en una silla
frente al televisor con la esperanza de poder ver la retransmisión
del paso del año pero su tele solo emitía nieve desde hacía
algunos meses, tenia frente a si un pequeño bol con las 12 uvas,
mirando con avidez su reloj de muñeca durante mucho tiempo recluido
en un cajón vio cambiar el año. Entonces respiro tranquilo. El
peligro había pasado, se levanto y desempaqueto la caja en la que
había guardado todos sus cuchillos, cogió uno y como prueba lo
lanzo al suelo. No ocurrió nada. No se corto, ni hubo ningún
incidente. Eso era lo que necesitaba para saber que su suerte había
cambiado. Estaba eufórico, desembaló todas las esquinas de su casa,
retiro los enchufes de seguridad, rescató una lata de cerveza de
algún armario carcelero y la bebió. Durante todo aquel ajetreo no
ocurrió nada, si hubiese hecho aquello durante al año anterior
habría muerto irremediablemente y de una forma espantosa. Se acercó
a la televisión que seguía dando nieve. Convencido de su seguridad
cogió el bol de las uvas y empezó a comerlas. Primero poco a poco,
y a la 5º se metió todas las que quedaban en la boca a la vez, ya
total no podía pasarle nada. Entonces la nieve de la tele se disipó.
La imagen se volvió nítida y pudo ver en ella gente festejando en
alguna plaza de la capital. Y en aquel desgraciado momento la
presentadora del programa especial dijo “¡Y ahora las campanadas!”
Aquello no podía ser, miro su reloj de muñeca que marcaba ya casi
la una de la madrugada, evidente mente se debió de atrasar: las
máquinas no son perfectas, y las 12 campanadas finales empezaron a
sonar, el tenía la boca abarrotada de uvas, casi no podía respirar,
intentó escupirlas pero un resto de uva se le coló por la tráquea,
empezó a toser casi espasmódicamente y poco a poco fue perdiendo
visión y equilibrio, respirando como un pequeño bulldog, con la
boca llena de uvas de la suerte, cayó al suelo y al final murió
ahogado en el suelo de su salón.
La gitana tenía razón.
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