martes, 1 de enero de 2013

Fin de año.


Su hermana lo convenció para ir a aquella vidente. Fue a finales de Diciembre, él no tenía mucha fe en aquellas cosas, pero por seguirle la corriente accedió. Entraron en la “consulta” inundada de un intenso olor a incienso y de inmediato la mujer empezó a hacer su numerito. Ataviada como una auténtica gitana de cuento y haciendo aquellos aspavientos y voces a él casi le daba vergüenza ajena estar allí.

- Tú – Dijo de repente abriendo los ojos como platos y señalándole mientras le temblaba la mano – Tu morirás en este nuevo año.

Le dio la risa. Su hermana le propinó un codazo para que dejase de reír, no fuese que la gitana se ofendiese, él disimuló. Dejo que aquella impostora estafadora hiciera toda su actuación. Toda completa, ojos en blanco, comunicación con los espíritus y voces de ultratumba. Al salir de aquel lugar él se sentía extrañamente divertido y conmovido. Su hermana estaba más afectada, él solo quería comer un bocadillo.

Entraron en un bar, su hermana le comunicó su preocupación por las palabras de la adivina, y él intentó tranquilizarla diciendo que aquello no eran más que mentiras de una embustera para ganarse la vida a costa de los anhelos de los demás. Eso no pareció calmarla. Pidió su bocadillo.

Aquella misma tarde al poco de llegar a casa se empezó a encontrarse mal, tenía el estómago descompuesto, y la cabeza le palpitaba. Pensó en la gitana. Rápidamente la desecho de su mente, ya que ella había dicho que moriría en el año nuevo, y aún faltaban unos días para que terminase. Decidió tomar algo para su estómago y pasar la tarde sin hacer nada, pero la cosa fue empeorando. Dos días después, el mismo día de Noche Vieja, fue ingresado en el hospital. Resultó que había contraído Salmonelosis, y la causa más probable de aquello fue comerse aquel bocata y no la gitana. Ese al menos era su pensamiento. Estuvo grave. Al borde de la muerte se podría decir. Pero no murió. Pasado el día de Reyes le dieron el alta y volvió a su hogar. Entonces una serie de desdichadas casualidades, tales como la del bocadillo asesino, empezaron a ocurrir. Unos días después de su recuperación fue atropellado: tuvo suerte por que vio a tiempo el coche que se saltaba el paso de peatones y pudo dar un brinco, solo que casi se parte el cráneo. Después de aquello le atracaron, también cayó una maceta de un balcón mientras caminaba por la calle que estuvo a un milisegundo de reventarle la cabeza. Un perro le ataco. También tropezó y se dislocó un hombro, se atragantó comiendo en un restaurante, y de no ser por que el camarero era experto en la maniobra de Heimlich habría muerto allí mismo entre chuletones y lenguados.
Así que por fin, y tras tes meses de incidentes de lo más absurdo (extraño), dejo de salir. No es que creyese a la gitana, es que simplemente tenía miedo de su mala suerte, o eso se decía a si mismo. Pero al tiempo su casa también se convirtió en una trampa mortal. Acabó convirtiéndola en el baluarte de la seguridad, tras muchos intentos de robo instaló un sistema de vigilancia digno de un museo, forró con espuma todas las esquinas, tanto de muebles como de paredes, quitó las puertas, que eran en realidad guillotinas mortales y su cuello podía dar fe de ello, colocó enchufes de seguridad, ya se había electrocutado tres veces para final de año. Sustituyo todos sus electrodomésticos de gas por eléctricos también. Solo ingería alimentos frescos y sin manipular, y por supuesto lo hacía únicamente usando una cuchara. Bebía agua embotellada, y por supuesto pasó el año entero sin ducharse, se lavaba pero no se metía en la ducha; no quería morir desnudo y en remojo. Eso no.

Ni que decir tiene que perdió su trabajo, bueno, no lo perdió: se despidió él mismo, el autobús era demasiado riesgo para él. Y poco a poco también perdió el contacto con el resto del mundo. Apenas unas visitas familiares era el único trato que tenía con el resto de la gente. Al final de año la gente lo fue dando por demente y se fue distanciando de él, al menos todos menos su hermana.
Pasado un año, él había conseguido mantenerse con vida, había pasado por innumerables pruebas, pero aunque un poco desquiciado, ahí seguía resistiendo. Su hermana lo visitó para reprocharle su ausencia en la cena de Noche Buena, estuvieron hablando, y ella al borde de las lágrimas lamentó haberlo llevado a aquella gitana que lo había vuelto un loco, él sin embargo se lo agradeció. De hecho dijo que pensaba que si superaba aquel año del que solo quedaba un día todo volvería a la normalidad, no sería inmortal pero no viviría con el dedo huesudo y funesto de la muerte siempre apuntándole, volvería a ser él. Ella deseó de todo corazón que fuese verdad.
Al rato de que su hermana hubiese abandonado la casa descubrió encima de la mesa una bolsa que contenía uvas. Pensó que su hermana debía de haberlas olvidado, se dijo que ya volvería a por ellas y las guardó en el frigorífico.

Llegó el día de Noche Vieja, el último día de su desgracia, a las 00.00 sería libre. Buscó su reloj de muñeca y se lo puso para poder ver como el lento paso de las manecillas daba las 12. Entonces recordó las uvas que su hermana había olvidado el día anterior allí. Las uvas de la suerte. Pensó que sería apropiado comer las 12 uvas aquel año. Pero no lo haría junto con las campanadas, no era idiota. Las comería justo después, como desafía a su propia muerte. Así que se sentó en una silla frente al televisor con la esperanza de poder ver la retransmisión del paso del año pero su tele solo emitía nieve desde hacía algunos meses, tenia frente a si un pequeño bol con las 12 uvas, mirando con avidez su reloj de muñeca durante mucho tiempo recluido en un cajón vio cambiar el año. Entonces respiro tranquilo. El peligro había pasado, se levanto y desempaqueto la caja en la que había guardado todos sus cuchillos, cogió uno y como prueba lo lanzo al suelo. No ocurrió nada. No se corto, ni hubo ningún incidente. Eso era lo que necesitaba para saber que su suerte había cambiado. Estaba eufórico, desembaló todas las esquinas de su casa, retiro los enchufes de seguridad, rescató una lata de cerveza de algún armario carcelero y la bebió. Durante todo aquel ajetreo no ocurrió nada, si hubiese hecho aquello durante al año anterior habría muerto irremediablemente y de una forma espantosa. Se acercó a la televisión que seguía dando nieve. Convencido de su seguridad cogió el bol de las uvas y empezó a comerlas. Primero poco a poco, y a la 5º se metió todas las que quedaban en la boca a la vez, ya total no podía pasarle nada. Entonces la nieve de la tele se disipó. La imagen se volvió nítida y pudo ver en ella gente festejando en alguna plaza de la capital. Y en aquel desgraciado momento la presentadora del programa especial dijo “¡Y ahora las campanadas!” Aquello no podía ser, miro su reloj de muñeca que marcaba ya casi la una de la madrugada, evidente mente se debió de atrasar: las máquinas no son perfectas, y las 12 campanadas finales empezaron a sonar, el tenía la boca abarrotada de uvas, casi no podía respirar, intentó escupirlas pero un resto de uva se le coló por la tráquea, empezó a toser casi espasmódicamente y poco a poco fue perdiendo visión y equilibrio, respirando como un pequeño bulldog, con la boca llena de uvas de la suerte, cayó al suelo y al final murió ahogado en el suelo de su salón.
La gitana tenía razón.

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