viernes, 1 de julio de 2011

Una tumba poco profunda

Entró en la casa a oscuras. Una manía muy fea esa de entrar en los sitios a oscuras. No se dio cuenta de que el otro estaba sentado en la silla frente a la mesa grande. Se llevó las manos a la espalda, después del trabajo que acababa de realizar debía dolerle bastante. Llevaba barro hasta las rodillas y una pistola de esas grandes enganchada en el cinturón. Desde luego la llevaba como el que lleva el móvil en la funda, algo bastante poco apropiado para llevar un arma. Encendió la luz de un manotazo, no miró hacia el lugar donde estaba sentado el otro. Se metió en la cocina y revolvió algo, a los pocos minutos salió con un vaso, lleno de algo alcohólico seguramente, parecía algo más aliviado que al entrar. Entonces si vio al intruso. Se dio un buen susto, tanto que sobresaltó que el vaso se le escurrió entre los dedos y se estrelló contra el suelo derramándose y haciéndose añicos. Al inesperado visitante le dio la risa. Estaba sentado en la silla con aire resuelto, con cara sonriente y satisfecho, algo que resultaba realmente raro ya que estaba cubierto de barro hasta las orejas. Al ver la exagerada (o no) reacción del hombre que entraba le dio la risa, soltando una enorme carcajada llena de vida. El hombre de la copa estrellada intentó decir algo, pero solo le salían incoherencias por la boca, entonces el hombre embarrado y sentado a la mesa dijo con feliz tranquilidad:
- Quizás era una tumba poco profunda...

Unas horas antes, el la misma casa, los dos mismos hombres se preparaban para encontrarse. Esta vez el orden de entrada era a la inversa. El hombre del vaso estaba sentado en la silla, esperando (otra vez) al otro con una copa en la mano. Cuando el hombre de la silla entró en el apartamento no estaba asustado, pero si estaba expectante. Era importante que no estuviese asustado, ya que de haber sido así el hombre del vaso habría saltado sobre el como un perro hambriento sobre un filete. El hombre del vaso invitó al hombre de la silla a sentarse y beber con él. Iban a discutir sobre negocios. Negocios muy importantes, y muy sucios. Los negocios sucios son siempre delicados y peligrosos. Empezaron hablando con falsa armonía. Hacía el final de la conversación ambos gritaban y se amenazaban. Entonces el hombre de la silla comprendió que todo aquello había sido una pantomima, el hombre del vaso jamás le daría lo que era suyo, y eso no era lo peor, lo peor era que tampoco le dejaría salir nunca de aquel pequeño apartamento. Pero lo que el hombre del vaso no sabía que el otro tenía un As en la manga. El hombre del vaso se levantó de la mesa, aparentemente para rellenarse el vaso. A medio camino entre la cocina y la mesa se paró en seco. El hombre de la silla lo vio remover algo con las manos, no supo que era ya que el otro le daba la espalda. Pero no importó, pronto lo supo. Lo supo en cuanto oyó un ruido seco y rotundo, entonces noto calor en el pecho, mucho calor, miró hacía allí y se vio la camisa progresivamente oscurecida por una mancha creciente, llevó las manos hacía la zona sucia y al levantar las manos notó un rotundo y punzante dolor, al tocase, dio la vuelta a sus manos húmedas y las vio ensangrentadas. Así que mucho antes e levantar la mirada y ver la pistola en la mano del hombre del vaso ya supo que tenía una pistola. Poco a poco se desplomó sobre el suelo al lado de la silla, como una hoja caída de un árbol. La satisfacción del hombre del vaso era infinita. Todo había salido de perlas. Entonces empezó su trabajo de aquella noche. Saco dos piezas de plástico tamaño gigante con las que envolvió el reciente cadáver, después de dejarlo completamente atado con dos rollos de cinta adhesiva, lo metió dentro de una maleta enorme de cuero forrada con plástico también. Lo bajó en el ascensor sin mucho esfuerzo, no se pudo decir lo mismo de cuando tuvo que meterlo en el maletero del coche con la pala y la rueda de recambio. El hombre del vaso condujo durante unas dos horas en la noche sin ningún incidente notable. Estaba satisfecho hasta ahora. Llego a un descampado a las afueras de un polígono a la izquierda y una arboleda mediana a la derecha. Entre dos de los árboles cavó un hoyo de unos dos metros de largo por dos de hondo. Perfecto para el paquete que llevaba en el maletero. En cuanto hubo terminado de cavar acerco la parte trasera del coche al agujero. Abrió el maletero y tiró de la maleta hasta ponerla al suelo. Abrió la maleta y sacó el cadáver plastificado. Entonces algo le llamó la atención, la mano del cuerpo se había salido del paquete. Le pareció extraño, la pieza de plástico estaba rasgada, y la cinta adhesiva estaba despegada, eso no había podido ocurrir durante el viaje, pero el hombre del vaso estaba seguro de que el otro estaba muerto ya que antes le había tomado el pulso, comprobó que era nulo. Estaba empezando a sentirse cansado, y de todas formas aunque le enterrase medio muerto estaba seguro de que el hombre de la silla no conseguiría escapar. Vivo o no. Así que lo enterró bajo la luz roja de los frenos del coche y metió la pala en el maletero. Sin mirar atrás, y con plena tranquilidad volvió a su casa.

Hasta ese momento había estado muy seguro de lo que hacía, ahora su cara era de auténtico pavor. El hombre de la silla, que hasta ahora había estado inexpresivo, ahora transmitía muchas cosas. Ninguna era buena para el receptor. Se acercó al hombre del vaso, que ahora no podría ni sostener una pluma, con las manos extendidas. No dejaba de repetir … una tumba poco profunda.        

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