martes, 26 de abril de 2011

La cama.

El tema era bastante sencillo: No podía bajar de la cama. Era una sensación extraña, pero tenia la absoluta certeza de que si bajaba los pies de la cama algo pasaría. No sabía por que pero estaba convencida. Todo había empezado al meterse en la cama y apagar la luz. Había empezado como un ligera sensación y ahora estaba totalmente convencida. Ni si quiera de pequeña creyó en que hubiese monstruos escondidos en los armarios o acechando en la oscuridad debajo de las camas, nunca había sido miedosa, pero ahora experimentaba esta sensación con creciente pavor. Hacia la media hora de estar tapada hasta las orejas con las mantas, había notado un pequeño temblor, no era continuo como el que pudiese causar la vibración de un aparato eléctrico, si no que iba y venía con una intensidad diferente cada vez. Puso la mano en la pared para ver si venía de la vivienda de al lado, pero no notó nada. Aquello venía de más abajo. La cama estaba encajada en una de las esquinas de la habitación, y el interruptor de la luz quedaba a un metro en la otra dirección, por lo que había que levantarse para poder encenderlo. Así que de momento tenía que permanecer a oscuras, atrapada. Mientras pensaba como iba a salir de esta, quizás solo tenia que dar un salto y ya estaba, o posiblemente lo mejor era esperar al día, empezó a notar movimiento más brusco debajo del colchón, y entonces la cama dio un pequeño salto. No fue muy brusco pero si la hizo dar un corto grito. En el mismo momento que ella soltó aquel alarido un sonido empezó a emerger desde el suelo, era un sonido rítmico, como una especie de “Kakakaka”. Se sentó en la cama. Le temblaban las manos. Agarro las mantas como las riendas de un caballo invisible y esperó a que aquel sonido pasase. Muchos hubiesen dicho que era un ruido sin más, pero a ella le sonó como una risa burlona que salía de una garganta ya seca. Ahora ya no valía decir que estaba asustada, estaba realmente acojonada. El sonido pasó. Aflojó un poco la presión sobre las mantas. Se quedó inmóvil poniendo toda su atención en captar algún sonido o movimiento más, sus ojos empezaban a acostumbrarse a la oscuridad. Veía a su alrededor la habitación teñida por el blanco de la luna, todo era blanco, negro y gris, como en una película antigua. Entonces pensó que quizás el problema no estuviese debajo de la cama, pensó que quizás estaba como la niña aquella de esa antigua película, la que bajaba las escaleras del revés y vomitaba de color verde. Aquello le provocó una sonrisa, pero al mismo tiempo que sus labios se curvaban alegremente, la cama dio un par de sacudidas, esta vez más fuertes, y empezó de nuevo aquel sonido. Kakakakaka...
Quizás el ser de allí abajo sabía lo que pensaba. Si era capaz de leer su mente estaba realmente jodida. No podía bajar de la cama, pero tenía que salir de allí, quizás esa cosa era peligrosa, o podía ser que “quizás” fuese solo una palabra para tranquilizarse...
Decidió que iba a saltar. Daría un salto muy largo, y aquello no la podría atrapar, si es que era esa su intención, si no al menos quedaría lejos de su alcance. Muy lentamente retiró las mantas, y se puso en cuclillas sobre la cama, como uno de esos corredores olímpicos, entonces cuando tensó los músculos para dar el gran salto, tres manos blancas como huesos de esqueleto empezaron a trepar frenéticamente por el borde del colchón. Ella dio un salto y se apretujó contra la pared mientras se abrazaba a si misma conteniendo en la garganta un grito de horror y asco. Las manos, escarbaban con avidez el borde de la cama, seguro que la buscaban a ella, eran huesudas y la piel tenia un aspecto gelatinoso, sembradas de venas, y con unas uñas picudas y negras en la base, seguro que estaban muy afiladas, ya que arañaban las sabanas y las rasgaban. Dejaban entre ver unos antebrazos igualmente flacos y asquerosos, que venían de debajo de la cama, la risa volvió a sonar, pero esta vez más rabiosa y fuerte, quizás la cosa se reprochaba el no haberla atrapado. Tras unos segundos más de búsqueda se retiraron igual de rápido que habían salido. Por un momento a ella le parecieron como esas pájaros de papiroflexia que se pliegan tan fácilmente. No sabía que era más inquietante, su aspecto o su numero. Tenia que bajar de la cama. Ahora era imperativo, aquello no se iría nunca, o quizás tampoco amaneciese. Además estaba bastante segura de lo que aquel ser quería. La quería a ella. Pensó que quizás podía engañarlo, la cama dio algunos saltos más, y la cosa no paraba de hacer aquel sonido que empezaba a desquiciarla. Tuvo una idea, se quitó los calcetines y los enrolló haciendo una bula peluda. Sin estirar mucho el brazo la lanzó al vacío, de debajo de la cama volvieron a aparecer las manos escuálidas, atraparon la bola-calcetín al vuelo, la estrujaron y la manosearon, cuando pareció que sabían lo que era, lo que había sucedido, le clavaron las uñas con violencia, estiraron y acabaron desmenuzándola y esparciendola
No ocurrió como ella había temido, al final amaneció, igual que amanecía todos los días. La única diferencia que hubo a otras veces fue la cama vacía y las mantas revueltas. Y debajo de la cama no había ni rastro. Ni rastro de nadie.  

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