viernes, 1 de abril de 2011

Mi perro.

Tuve aquel perro desde que era un niño. Lo encontramos en la carretera una noche que volvíamos a casa. De eso hacía ya más de 15 años. Cuando lo encontramos ya era mayor. Era uno de esos perros sin raza, peludo, de tres colores y diminuto. Fue un buen perro hasta el día que murió. Murió en paz, hacía meses que se le veía decaído, no podía subir al sofá por su propio pie ya que no tenía fuerza para impulsarse, y siempre tenía frío. Así que el día que le llegó la hora simplemente se recostó en su vieja camita y dejó de respirar. Yo me puse triste por la marcha de mi compañero, pero no era el primer perro que moría en mi casa, ya habíamos tenido un par más, así que mi padre hizo el mismo ritual que con los anteriores, envolvió el cadáver en una bolsa de plástico y lo enterró en el patio trasero de nuestra casa. Como sabía que yo tenía mucho afecto por el animal, decidió enterrarlo justo en el parterre de flores amarillas que había plantado debajo de la ventana de mi habitación.
Yo no estaba en casa en el momento en el que murió, cuando llegué y me contaron lo sucedido me entristecí por no haber estado al lado de mi amigo en ese último momento. Así que bajé a ver su tumba. Estando allí plantado pensé que el lugar que había escogido mi padre para enterrarlo había sido algo extraño, ya que este no era un hombre muy sentimental, y a los dos anteriores los habíamos enterrado juntos en el otro extremo del jardín a pesar de que había dos años de diferencia entre sus muertes.
A pesar de eso me quedé mirando el montoncito de tierra, pensando que aquel animal había compartido conmigo la mitad de mi existencia. Eso me entristeció todavía más. Pero así era la vida.
Aquella noche me fui a dormir sintiéndome extraño. Achaqué aquella sensación a la reciente perdida, y no le di más importancia, me metí en la cama, e intenté conciliar el sueño. Justo cuando estaba quedándome dormido, un sonido agudo me despertó de repente. Era el perro que ladraba. No se por que pero a ese perro le daba por ladrar cuando estaba solo, puede que tuviese miedo, a lo mejor si los perros pudiesen hablar nos sorprenderían mucho con sus palabras... Un momento, el perro no podía estar ladrando, mi perro había muerto por la mañana, abrí la luz y me levanté para mirar debajo de la ventana. Estaba oscuro, no se veía nada, pero se oyó un gruñido que no supe identificar. Me asusté, así que esa noche me fui a dormir al sofá. A la mañana siguiente cuando desperté después de un sueño ligero y entrecortado recapitulé sobre el perro ladrando en el jardín. Debió ser otro perro, seguramente el de algún vecino que al notar la ausencia del mío decidió ser la estrella de la noche. Asunto zanjado.
De todas formas no me pude sacar la idea de la cabeza durante todo el día. Llegada la noche, decidí desterrar aquellos miedos infantiles de mi mente e ir a acostarme a mi cama, al fin y al cabo aquello era una tontería.
Estuve en vilo durante un largo rato, esperando oír al perro ladrar otra vez, pero hubo silencio durante todo el tiempo. A mitad de la noche desperté por un golpe. Parecía que algo se movía entre las sombras de mi habitación, encendí la luz pero no vi nada, así que la apagué y me volví a acostar. Oí el ruido durante unos minutos más, aquello se aproximó a mi cama, y después se hizo el silencio. Intenté escuchar algo más pero fue inútil. Silencio absoluto. Me tape la cabeza con la manta y apreté los ojos, poco a poco fui relajándome, ya cuando estaba a punto de dormirme me pareció oír una respiración pausada, como de alguien o algo que duerme, pero ya había tenido bastante de tonterías por una noche, así que finalmente me dormí.
Por la mañana mi madre me despertó de un grito. Vino a mi habitación y empezó a gritarme, yo no sabia por que, cuando me levanté de la cama lo entendí. Puse mis pies desnudos sobre el suelo y lo noté extraño, estaba arenoso. Entonces lo vi. Todo el suelo estaba cubierto de tierra, había un reguero de barro que venía desde el jardín de atrás hasta mi habitación, había pequeñas patitas dibujadas en él. Yo estaba deshubicado, no entendía lo que estaba sucediendo. Mecánicamente me asomé a mi ventana, miré hacia el parterre de debajo de mi ventana, y vi las flores amarillas rotas y desparramadas por el suelo, y la tierra revuelta. Entonces si entendí.    

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