viernes, 23 de septiembre de 2011

Mala suerte.

La mala suerte apareció hace unos meses, cuando rompí aquel espejo. Se que parece una tontería, pero yo trabajaba en mudanzas y en mi último día de trabajo rompí un espejo enorme. Desde aquel día todo ha ido mal. Mi jefe me despidió, tampoco era para tanto creo yo, al poco tiempo mi mujer me abandonó y a los pocos días mi amante también se esfumó. Con el divorcio la primera se llevo mi casa y mis hijos, y con el chantaje la segunda se llevó la reserva de mi cuenta bancaria. Al poco tiempo me estrellé con mi flamante coche nuevo; quedó de siniestro total, y todavía me quedaban 5 años de cuotas por pagar. Tuve que ir a vivir con mi madre, la mujer no tiene prestaciones ya que ha sido ama de casa toda su vida, por lo que con lo que mi cheque del paro da a duras penas para cubrir nuestras necesidades. Además de la mala suerte en lo laboral, lo monetario y lo amoroso, hay que sumar a mi mala suerte la creciente presión del estrés. El estrés me produce un tic nervioso que confiere a mi rostro el aspecto de psicópata. En las entrevistas, las pocas entrevistas de trabajo que tengo, me miran con pavor, nadie quiere contratar a un tipo consumido por la ira y con aspecto de loco peligroso. Ya empezaba a encontrarme mal, necesitaba que mi mala suerte cambiase, precisaba de cartas nuevas, un as en la manga, un seis en los dados de la vida. Ahora estoy más contento ya que estoy seguro de haberlo conseguido. No soy un tipo muy listo, pero si un luchador, un licenciado en la universidad de la calle. Bien, resulta que en esto de la mala suerte la solución es sencilla, pero como ya he dicho hay que tener un buen par de cojones para canjearla. Lo oí una noche en un bar, dos tipos de lo más siniestros lo comentaban y reían a carcajadas, no repararon en que yo les escuchaba, yo me acerqué a ellos más esperando que me invitasen a una copa y no que me diesen la solución definitiva a mi gran problema. Me invitaron a una copa, y a dos, después de la tercera o la cuarta ya no sabía ni contar. Uno de ellos me lo dijo “La solución a tu mala suerte es sencilla”. Bebió un sorbo largo de su copa mirándome muy atentamente, yo era capaz de ver la emoción en sus ojos, la emoción de alguien que esta a punto de revelar un gran secreto. “Tan solo debes encontrar a alguien que tenga buena suerte y comerte su corazón”. Que cachondo, era evidente que se reían de mi. Solté una carcajada pero ellos no rieron. Me miraron con aire ofendido. No entendí muy bien, debía ser culpa del alcohol o de mi mala suerte... Llegados a aquel punto me explicaron que era un idiota si no les creía, ellos habían realizado el ritual y les había ido bien, prueba de ello era las copas a las que me habían invitado. Lo pensé seriamente. No parecía una locura. “Los antiguos indios de América lo hacían, de hecho, me consta que aún lo siguen haciendo.” Si, esa debía ser la solución a mi mala suerte. Intente explicar con tono etílico que no conocía a nadie con tan buena suerte como para contra-restar mi mala suerte. Otra vez rieron. Al poco rato estábamos frente a una casa enorme, mis nuevos y afortunados amigos me contaron en secreto (¡Que generosos eran!) que el hombre que vivía allí era muy afortunado, tanto que no podía ni imaginarlo. Tampoco recuerdo mucho más, solo se que al poco llego aquel tipo y lo asalté. Me comí su corazón. De vuelta a casa, me sentía extraño y confundido, pero algo me decía en mi interior que había hecho lo correcto. ¿Y sobre aquel tipo? Bueno, pues si era tan afortunado como decían ya era hora de cambiar su suerte. ¿Y de mis dos grandes amigos? Jamás los he vuelto a ver. ¿Y de mi mala suerte? Pues lo curioso es que desapareció. Justo a la mañana siguiente de realizar el “ritual”, hace unos pocos días, me llamaron para una entrevista de trabajo. Que maravilla, llamé a mi mujer y contestó al teléfono, hablamos durante 20 o 30 minutos, sin gritos ni amenazas, fue genial. Incluso pude saludar a mis hijos. Aquella misma tarde fui a ver a mi ex-amante, y puedo asegurar que ella tampoco estaba enfadada. Incluso me invitó a cenar. Bien es evidente que mi suerte ha cambiado, soy un tipo nuevo con un futuro brillante y afortunado. Ahora y aquí me dispongo a ir a la entrevista que acabo de nombrar. Me siento pletórico. Ni rastro de mi desgracia, es más; de camino hacía aquí me he encontrado un billete de 10, no necesito más pruebas de que hice lo correcto. El punto de encuentro esta al otro lado de la calle, solo tengo que cruzar y abrir la puerta de mi creciente fortuna. Entonces pasa ese gato negro por delante. Maldita sea, los gatos negros atraen la mala suerte, más si se cruzan en tu camino. Quizás no sea tan intenso como el ritual, quizás no he perdido mi suerte. Sigo al gato con la mirada esperando a que desaparezca de mi vista, y entonces noto el impacto. Despistado por la visión del mal fario debo haberme colocado en el carril derecho de la carretera y una moto pequeña, una de esas cutres de reparto me ha arrollado. Me levanto a duras penas, es posible que tenga una pierna rota. Ha vuelto. La mala suerte ha vuelto. Maldito gato. Asqueroso gato negro. Paso de ir a la entrevista, además creo que necesito ir al hospital, si voy en este estado, con el pelo revuelto, el traje rasgado y cojeando, pensaran que soy un vagabundo. Pero no importa ahora se como librarme de mi maldición. Es el único alivio que encuentro. Noto la vibración del teléfono móvil en mi bolsillo, lo cojo. Es mi madre, parece preocupada. Intento explicarle que me han atropellado, cierro los ojos y veo en mi mente ese gato negro cruzándose en mi camino. Entonces ella dice algo extraño, dice que la policía estuvo en casa, que preguntaron por mi, que le dijeron algo sobre un asesinato. En ese preciso momento oigo las sirenas de los coches de policía. Cuelgo el teléfono lentamente, sin hacer caso a los balbuceos de mi madre. No necesito que diga más, se que esos policías vienen a por mi. Tampoco voy a echar a correr, con esta pierna rota no llegaría muy lejos. Solo me queda resignarse, como ya me pasó antes. Maldito gato negro. Maldita suerte la mía.      

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